ESPECTáCULOS
› “EL AMOR PERJUDICA SERIAMENTE LA SALUD”
Un banquete de Penélope Cruz
Por H. B.
@Cuatro guionistas requirió esta película española que llega a Argentina con cinco años de atraso, aunque viéndola daría la impresión de que deben ser diez o veinte. Considerando los resultados, esa cantidad de guionistas parecería el mejor chiste de esta trajinada comedia de bulevar. El otro chiste es la duración: 118 minutos, una exageración casi tan grande como los aprietes telefónicos del presidente español a las autoridades argentinas. Lo curioso es que esta película es tan vieja, que cuando se filmó el primer mandatario no era Aznar, sino Felipe González.
La única razón que justifica el estreno local de esta comedia passé es pequeñita y lindísima, tiene cabello muy negro, labios carnosos y habla un inglés peor que el de Almodóvar o Antonio Banderas. Claro que hace un lustro Penélope Cruz no soñaba aún con ser la novia de Tom Cruise, y tampoco tenía el status estelar que pronto adquiriría. A esa altura, la estelaridad de la supermorochita cotizaba para media película, y eso es todo lo que aparece aquí. La otra mitad queda para Ana Belén. Las dos hacen el mismo personaje en distintas épocas, una chica con ganas de codearse con los famosos (fase Cruz) que a la larga se convertirá en arribista hecha y derecha (etapa Belén).
Como si se tratara de Nueces para el amor en versión comedia, El amor perjudica ... sigue las idas y vueltas de la pareja central a lo largo de 30 años, desde el día de 1965 en que los Beatles visitan España (¿ocurrió eso en realidad?) hasta el momento en que una Diana separada varias veces y enviudada también, poco menos que se cuela en una recepción brindada por el rey Juan Carlos en París. Como suele ocurrir con el cine español contemporáneo, dos cosas saltan a la vista en El amor perjudica...: la opulencia del packaging (larga duración, formato scope, locaciones extranjeras, fotografía clase A, mucha plata en vestuario y decorados) y su vacuidad esencial: de comedia brillante, lo único que tiene es la pinta.
Se da por descontado que Santiago (actuado por Gabino Diego cuando es un muchacho y por Juanjo Puigcorbe cuando señor) es el amor de la vida de Diana, pero uno y otra no pegan ni con cola. El personaje de él tira a pobre tipo y se resigna a una vida matrimonial de segunda; el de ella va adquiriendo una forma monstruosa, hasta convertirse en una de esas señoras que uno preferiría no ver sentada a su mesa. Uno por tibio, la otra por interesada, ninguno tiene la clase de atractivo que se espera de los protagonistas de una comedia brillante. La que sí brilla, como siempre, es Penélope Cruz, seguramente la actriz más fotogénica del cine contemporáneo. Claro que, si se piensa en Las mujeres arriba, La mandolina del capitán Corelli y ahora ésta, surge una pregunta: ¿será Penélope la linda del cine feo?