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“Los censores, aunque peligrosos, suelen ser personas estúpidas”
› Por Silvina Friera
¿Cómo estimular la lectura en los niños cuando los padres y los maestros no dan el ejemplo y no consiguen transmitir verdaderamente una pasión por los libros? ¿Leer literatura siempre fue el privilegio de unos pocos? ¿Se editan más libros para vender y aumentar las apetencias del mercado, pero sin multiplicar el número de lectores? Las respuestas, lejos de ser evidentes, abarcan una galaxia de problemas vinculados con el lugar que ocupa la lectura en el imaginario social de la época. En la presentación del libro Literatura infantil. Creación, censura y resistencia, de Ana María Machado y Graciela Montes, coordinado por Canela, estas y otras cuestiones aparecieron una y otra vez. “Al escritor, en todo caso, lo que le queda es clavar las uñas en su oficio y seguir escribiendo, profundizar el verso, como decía Mallarmé. Parece ser que eso es lo que nos corresponde hacer en este mundo”, planteó Montes. Muchos docentes y padres (algunos con la queja de que “los niños ya no leen como antes”) escuchaban en la sala Victoria Ocampo a dos figuras claves de la literatura para chicos de Latinoamérica.
Ellas no quieren quedarse en el inocuo placer de leer, un slogan que terminó otorgándole a la lectura una categoría de goce pasivo, de práctica de almohadón. Al contrario, apuestan, en cambio, por un espacio de conquista permanente, de construcción colectiva. “Si hay lugar para el empecinamiento, para la memoria, para la insatisfacción y para la búsqueda, hay lugar para el lector”, señaló Montes. Literatura infantil es una recopilación de textos, ponencias y reportajes de Machado (periodista y escritora que nació en Río de Janeiro y que lleva publicados más de cien libros para adultos y niños) y Montes (autora de dos ensayos imprescindibles como El corral de la infancia y La frontera indómita). La idea de reunir estos notables análisis, intensos y provocadores, sobre una literatura que aún no alcanzó status académico, surgió en la Feria del Libro de 1999.
Si leer supone siempre encontrar una clave, una llave para perseguir el sentido de un relato, Machado, que hizo su tesis de doctorado durante su exilio, en La Sorbona, bajo la orientación de Roland Barthes, dijo: “La literatura, ya sea infantil, juvenil, adulta o senil –poco importa el adjetivo–, está constituida por textos que rechazan el estereotipo. Leer literatura, libros que llevan a un esfuerzo de desciframiento, además de constituir un placer, es un ejercicio para pensar, analizar y criticar. Leer literatura es siempre un acto de resistencia cultural”.
La censura que sufrieron los libros no tuvo el mismo vigor e impacto en Argentina que en Brasil. “Los censores, aunque peligrosos, suelen ser personas estúpidas, que creen que pueden medirlo todo y controlar la historia”, advirtió Montes. “La síntesis de la estupidez de la dictadura argentina fue la prohibición de Los zapatos voladores, de Margarita Belgrano, que contaba la historia de un cartero que, cansado de tanto caminar, se rebelaba contra su destino y lanzaba sus zapatos por el aire. Lo censuraron por considerarlo subversivo.” Además, recordó la escritora argentina, fueron víctimas de este razonamiento La torre de cubos, de Laura Devetach y Un elefante ocupa mucho espacio, de Elsa Bonermann.
“En Brasil no hubo censura a la literatura infantil, si se la compara con otras manifestaciones artísticas como el teatro, el cine y la música. Por increíble que parezca, los militares no les dieron la menor importancia a los libros para chicos. Tal vez, porque no acostumbraban a leer cuentos a sus hijos”, subrayó Machado con ironía. Así, paradójicamente, a partir de 1968, en Brasil comenzó un boom de la literatura infantil con la aparición de la revista Recreio. “Pero la literatura brasileña contemporánea abunda en exclusión social porque no da a todos los chicos la posibilidad de alfabetizarse y tener contacto con la literatura. Sucede, sin embargo, que estamos sujetos a otra censura: la imposición del mercado, que no cuestiona ni plantea preguntas, no amenaza ni hace pensar de manera diferente”, comentó Machado.
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