Por Nora Mazziotti *

El hito de “Los Simpson” consiste en hacer confluir la tradición de las “sitcom” familiar con la tradición de los dibujos animados. Era un elemento que apareció en “Los Picapiedras”, pero aquí tiene una vuelta de tuerca: es una mirada dura aunque perdona a la familia. No rompe con la tradición pero la exaspera, al mostrar la tontería, al burlarse de ella. Pero en el fondo siempre algo se salva por el lado del afecto. Los dibujos de los personajes y sus colores tiene una estética de “feísmo” –aunque con el paso del tiempo no parecen totalmente grotescos–. Sin embargo, el registro distintivo de esta época es la intertextualidad. Ver “Los Simpson”, que es estar al día con otros intertextos audiovisuales teatrales y televisivos. Promueve una lectura hipertextual, uno pesca algunos guiños. Alguien puede descubrir una cita de “Bonanza” de los ‘60 o una del grupo Cypres Hill de los ‘90. “Los Simpson” se asume como producto de los medios, conversa con otros productos de otros medios y genera complicidades y lecturas creativas. Aunque pertenecen a la industria del espectáculo, rompen, quiebran, tensionan, fisuran. Homero es la ridiculización de los roles paternos, Marge es la menos ridiculizada (la tira es más piadosa con ella, aunque no siempre). Bart es contestatario, pero corrupto. No es como Mafalda, de Quino, que tenía rebeldía con ideales. El pertenece a una sociedad del desencanto: es un antihéroe, un perdedor. No tiene patrones morales. En el personaje de Lisa está valorado el arte, hay un escape para preservar el talento entre la mediocridad de los pueblos norteamericanos. Recuerdo un capítulo de cuando quieren abolir la violencia en los dibujos animados, donde Tom y Daily se dan la mano y toman jugo y no tienen nada que contar. Entonces los niños dejan de ver televisión y salen a la calle a jugar. Es una reflexión sobre el rol de los medios y el valor del conflicto en los relatos.

* Profesora, investigadora de la UBA, coordinadora de la carrera de Guión en el ISER.