ESPECTáCULOS • SUBNOTA
› Por Luisina Brando *
Quiero contar algo que es más bien divertido. Tuve la suerte de trabajar con Alfredo en la película Boquitas pintadas. Y con Alfredo y con el Negro Lavié tenía mis buenas agarradas en la cama, porque mi personaje era bastante, bastante picante. Lo cierto es que a ningún actor le resulta muy fácil quedarse como Dios lo trajo al mundo. Por más que tengas oficio y por más que seas Alfredo Alcón.
Ese día estábamos haciendo una escena de cama terrible y, además, Torre Nilsson era un tipo absolutamente tímido. No era muy fácil la situación... Y Bruno, uno de los maquilladores maravillosos de aquella época, me dijo: “Tomate algo, Luisina”. Y entonces me llevé una caña Legui y la tenía en una copa importante dentro de la mesita de luz que jugaba en escena. Le dije: “Alfredo, disculpame si me sentís un gusto a alcohol, pero estoy tomando Legui porque a mí me da vergüenza”. Y me dijo: “A mí también. Dame”.
Alfredo era muy delicado, absolutamente humilde y enorme, pero también era gracioso. Lo que yo menos me imaginé es que él me iba a pedir de la Legui que yo estaba tomando y así hicimos los dos la escena bastante más cómplices que, en definitiva, fue lo que trascendió, y bastante más “desinhibidos”.
Yo creo que Alfredo es una Tita Merello, un Sandrini. Es de esos personajes que no tienen sustitución. No son sólo de una época, sino que son de una escuela, de una técnica, en algunos casos, y de momentos históricos y sociales.
* Actriz.
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