ESPECTáCULOS
• SUBNOTA › “D-TOX”, UNA CURA PARA SYLVESTER STALLONE
Policías en terapia de grupo
› Por Luciano Monteagudo
En un rictus que siempre fue muy suyo, Sylvester Stallone tuerce la comisura de los labios y su boca queda abierta y exageradamente torcida, como si la mandíbula se le hubiera salido de sus goznes. Habitualmente, quien alguna vez fuera Rocky, tiene reservado ese gesto –su única, repetida reacción frente a cámara– para una situación crítica, por lo general de violencia. Aquí se trata, en cambio, de una escena de otro tenor, pero también emocionalmente intensa: debe elegir el anillo con el cual le propondrá a su novia casamiento formal. El problema es que nunca se lo llegará a entregar. Un pyscho-killer, especializado en descuartizar policías y a quien Stallone estaba persiguiendo, convierte a la pobre chica en una res colgada de un gancho. “Matar a un ser querido es matar mil veces”, le dice una voz meliflua en el teléfono. Allí Stallone tendrá la oportunidad de torcer aún más la boca.
El martirio es una constante en el cine de Stallone. Y la venganza también. Aquí no falta ni uno ni otra, pero con mayor hincapié en el primero. Sucede que después de la tragedia, el policía se convierte en un borracho perdido y va a parar a una clínica de desintoxicación (de ahí el título de la película). Claro que no es una clínica cualquiera, sino un bunker perdido en el más crudo invierno de Wyoming, especialmente dedicado a integrantes de la fuerza en problemas. A la pregunta de qué puede ser peor que un policía, D-Tox responde con... una terapia de grupo de policías. Y para que Stallone se cure lo antes posible, los guionistas no tienen mejor idea que ubicar, allí mismo, en una ronda que parece emular a la de “Culpables”, al asesino de la mujer de su vida. No es revelar un final ya de por sí cantado afirmar que Stallone no cree demasiado en el valor terapéutico de la palabra.
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