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El rock barrial tuvo su fiesta

Diez mil fans le dieron color a la jornada de ayer, que mostró a Las Pelotas, Ratones Paranoicos y La Mancha de Rolando como principales atracciones.

Las tribus rockeras tuvieron ayer su bautismo en el Quilmes Rock 2003. Dejaron pasar la jornada inaugural –que no era “del palo”– y, con mejor clima (tanto en términos meteorológicos como de temperatura ambiental), llegaron a River para reeditar un modo de vivir la música que traduce, también, un fuerte sentido de pertenencia. Ayer vieron, entonces, a “sus” bandas (o al menos, a algunas de ellas, teniendo en cuenta la ausencia de La Renga y Los Piojos), más allá de particularidades y gustos diferenciados. Con esta salvedad, Las Pelotas pareció ser, aunque no cerró, el grupo que mejor expresó a los poco más de diez mil espectadores (el doble que el primer día) que disfrutaron de la segunda tarde-noche del festival. Al cierre de esta edición, cerraban los Ratones Paranoicos.
Ayer se corrigieron algunas desprolijidades organizativas, y el público puso el resto (principalmente fervor y buena predisposición) para darle un tono festivalero al encuentro. Los escenarios alternativos mostraron grupos enrolados en la arbitraria denominación “rock barrial”, aunque con las distancias –generacionales y/o de estilo– que separan, por ejemplo, a Buda (el grupo de Superman Troglio, ex Sumo) de Villanos. En el escenario principal, los decibeles fueron subiendo a medida que iban pasando las horas y las bandas, con su punto culminante en Las Pelotas y un posterior descenso adrenalínico (al menos desde abajo del escenario) con los Ratones Paranoicos. Arrancó fuerte Guasones (de La Plata), y La Mancha de Rolando redobló la apuesta con su cóctel de rock básico de guitarras, líder carismático (Manuel) y un imaginario que rodea siempre el tema de la ruta, la alienación urbana y la crítica política. El grueso del público los recibió y los despidió con respeto, y un foco de fans, adelante, vivió durante cuarenta minutos su gran fiesta.
Pero la gran celebración de la noche fue el concierto de Las Pelotas. En el mejor momento de su carrera, la banda de Sokol (el cantante lució un llamativo look Dee Dee Ramone) y Germán Daffunchio ratificó en un estadio abierto lo que venía insinuando a lo largo del año, con sucesivas presentaciones exitosas en el Estadio Obras. El comienzo, nomás, dio pie a la locura general: “Desaparecido” (para muchos, el mejor tema de su último disco, Esperando el milagro), “Muchos mitos” y “Sin hilo” (éstos dos últimos, clásicos absolutos del repertorio de Las Pelotas, pertenecientes al primer álbum, Corderos en la noche) formatearon el espíritu que recorrería de allí en más el show. Las Pelotas comparte un código muy especial con su gente, que fue creciendo con la banda sin que esa relación fuese afectada por desniveles abruptos de popularidad ni alimentada por notorios efectos publicitarios. Los shows de Las Pelotas no suelen diferir mucho entre sí. Todos sabían que a la hora de “Capitán América” llegaría el “ritual antiimperialista”, con silbidos al himno estadounidense y ovación final. Como ocurre en los últimos shows, subió al escenario el hijo adolescente de Sokol (que parece bastante más maduro que el padre), para hacer “Hawai”. Entre la gente flotaba la sensación de que sólo por una cuestión de marketing se había elegido a los Ratones Paranoicos para cerrar la segunda jornada. Algunos hicieron explícito ese sentimiento, a tal punto que Daffunchio debió intervenir, en un alarde de corrección política: “Lo importante es la música, no quién cierra”.
Cuando terminó el show de Las Pelotas, algunos se fueron. Otros se quedaron a ver a los Ratones Paranoicos, que también contaron con un grupo nutrido de stones, muchos de los cuales seguramente recién estaban aprendiendo a gatear cuando Juanse y cía. tomaron por asalto la escena porteña en el primer lustro de los ‘80. Para cuando arrancaron Los Ratones, las promotoras de Quilmes ya habían saturado con su oferta de productos complementarios (vasitos, stickers, etc.) de lo que realmente se quería promocionar y no había (cerveza), por lo que la fiesta amenazaba con seguir más allá del rock, después de la medianoche, en cualquier esquina porteña o del conurbano, con una de litro o un cartón, y la satisfacción del deber rockero cumplido.
Producción:Pablo Plotkin.

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