Lun 24.11.2003

ESPECTáCULOS • SUBNOTA

El viaje de la prohibición al Olimpo

El cuestionario que Página/12 le envió a Silvio incluía una breve digresión. Se apuntaba, a modo de comentario, que la percepción y el consumo de la música cubana habían variado, en la Argentina, al compás de los tiempos políticos. Se hacía referencia, entonces, a la estética “psicobolche” que predominaba cuando Silvio y Pablo Milanés hicieron aquella histórica visita en 1984; se destacaba la progresiva proliferación de la salsa más pasatista durante la era menemista y, finalmente, había un apunte a esa especie de neutralidad ideológica que quedó esbozada cuando se popularizó la música de Compay Segundo y demás viejitos ilustres. Silvio hizo, a su manera, una lectura de este itinerario, contando su propio camino insertado en los diferentes tiempos de la revolución:
“En Cuba pasamos de estar casi prohibidos en la radio (década del ‘60 y principios de los ‘70), a sonar en cuanto acto oficial se hiciera, sobre todo a partir precisamente de aquella visita a Argentina de 1984. Dio la casualidad de que por aquí entonces estaba Estela Bravo, una cineasta norteamericana que vive en Cuba, quien filmó lo que estaba sucediendo con nosotros en aquel maratón de conciertos. Cuando este material fue exhibido en la televisión cubana, se creó la frontera entre el antes y el después. Es curioso, porque desde hacía años veníamos teniendo un éxito parecido en España y en otros países de Latinoamérica, pero hasta que en Cuba no se puso aquel documental, nadie pareció darse cuenta. Debe ser por eso que allá hay quienes dicen: ‘Silvio primero estaba prohibido y ahora es obligatorio’. Pero también ha pasado al revés. Cuando llegamos a España en el declive del franquismo, no faltó quien nos considerara poco menos que sobrenaturales. Recuerdo un titular que rezaba: ‘Silvio es mejor que Dylan’. Ahora el diccionario Encarta sentencia: ‘Su influencia sobre toda una generación, junto a sus compañeros de ‘la nueva trova cubana’ ha sido reconocida en todo el mundo, incluso por quienes no están de acuerdo con sus ideas políticas’, dejando una inefable huella de lo que unos llamarían lucha ideológica y otros sencillamente prejuicio y discriminación”.
Por último, aportó su opinión sobre la convergencia de este tipo de procesos culturales y políticos: “A mí me gusta más cuando las necesidades o las modas políticas no nos dejan ciegos (y sordos) para apreciar lo estético tejido a lo más profundamente político, o sea lo ético. Pero las sociedades lo mismo se comportan como animales evolutivos que involutivos, según la naturaleza de los tiempos, incluyendo en esta acepción de tiempo hasta los cataclismos naturales”.

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