Entre las impresiones de su viaje a Eslovenia, Gallípoli destaca la búsqueda de armonía del territorio con los deseos de quienes lo habitan. Según cuenta, una de las preguntas que se le formularon a propósito de su novela fue qué similitudes y diferencias básicas hallaba entre Eslovenia y la Argentina: “Eso me hizo pensar en la dificultad nuestra de vivir en un territorio donde muy pocos pueden cumplir sus deseos –observa el autor–. En relación con los países poderosos, la Argentina no puede todavía ocupar el frente de su casa ni dar su ‘tono’. Eslovenia, en cambio, y a pesar de las presiones, se resiste a ser el patio trasero. Es una pena, porque la aventura para el ser humano se desarrolla con mayor intensidad en la periferia, y la Argentina podría estar en esa línea, pero sigue enredada en culpas y deudas no asumidas. Uno de los debates de Teatro Abierto 1983 se daba en torno de la necesidad del duelo. Hoy ni siquiera se plantea ese debate. Nos miramos torcido, desconfiamos y sabemos que se puede hacer cualquier cosa con total impunidad, porque los que deben ver no ven. Este entramado decadente, corrupto y perverso perdura más allá de los diferentes signos políticos. Por eso no nos sorprende que haya gente que hoy diga públicamente que quien a los 40 años no tiene un millón de dólares a su disposición es un fracasado”.