–Usted pudo terminar el film gracias a fundaciones extranjeras que suelen apoyar el cine de arte. ¿Les resultó difícil convencerlos?
–Sí, en reuniones con productores extranjeros o representantes de fundaciones me encontré con cierto espanto cuando les decía que era una comedia: sigue habiendo un prejuicio de que si es una comedia no puede ser cine de arte. En realidad, yo no siento que esté haciendo “cine de arte”, no me siento un “artista” ni pretendo serlo. Pero me parece que mis películas tampoco pueden ser consideradas convencionales, entonces es como un lugar medio difícil de definir. Sobre todo si el que oye tiene una visión muy estrecha o prejuiciada.
–¿Esa estrechez incluye ideas formadas con respecto a lo que se supone que una película del Nuevo Cine Argentino debería ser?
–Y, sí, hay como una expectativa de que una película latinoamericana debería tratar temas políticos o sociales, que debería hablar de la pobreza o la miseria. Y mis películas son comedias urbanas y con gente de clase media, así que no es fácil. Lo que noto en este momento es que lo que se busca en una película es el tema, no importa el autor o la película en sí. Tiene que tener un tema importante, o impactante, y eso es muy perjudicial para el cine. Es una situación triste, y preocupante.