Se tomaron decisiones estratégicas para parecerse a la transmisión de E! Entertainment: nada de dorado en la escenografía (“Queda pardo”, les aconsejó el conductor Horacio Cabak), mucha alfombra roja para verlos desfilar como stars de Hollywood o caricaturas de Shrek 2, que para el caso es lo mismo. Se necesita ese tono de qualité, ese paso demorado de las “limo” con el saludito tipo “reina de belleza”, como practica Florencia de la V., de escote hasta el ombligo. La persiguen hasta en la sopa para que largue el grito de guerra contra Moria Casán, pero ella va mudita. Se reserva el insulto (“conchuda”) para los que pagan la entrada del teatro de revista Diferente en el Lola Membrives, pero aquí luce la mejor sonrisa aunque le enrostren lo que la otra acaba de decir (“Yo no la saludo, que venga ella a mí...”). Ahora la están sentando justo enfrente de la diva deshonrada, separadas por una alfombrita, seguidas de cerca por cinco cámaras. Moria está enojada: “Esta mesa se armó para ser vendible, marketinera, no me gusta...”. Después llega el besito de rigor, y clavan el diente en el pescado. “Me serviría que se maten para subir el rating –dice Liliana Parodi, productora del banquete–, pero no es la idea.”
Como sea, el desvelo de esta transmisión (la tercera de América) es eliminar a los infaltables de otros años (el escote anchísimo de Susana Roccasalvo, el chiste del doctor Socolinsky) para que la gala luzca “grande, fastuosa”, como corresponde al banquete para 700 invitados en el Hilton. “Comerán un aumoniere de salmón, una mousse de gírgolas, un ciervo con foie gras...”, enumera, reconcentrado, el cheff Guillaume, que –sin querer– deja entrever el touch argento. “Les ponemos una estatuilla de chocolate de recuerdo; ¡para que no se lleven los cubiertos!”. Hasta un 15 por ciento de faltantes está previsto, pero que no vaya a pasar como otros años, según confiesa uno de Aptra: “En 2001 se afanaron hasta la última botella de Chandon”. Con más seguridad y con el voto controlado por la tecnología, ahora hay que recuperar el brillo. ¿Pero cómo?
Primera regla: que el banquete-de-luxe ahuyente el cotilleo al que es propensa la farándula. Que se eviten los roces y los reclamos. No queda nada bien, por ejemplo, lo que está diciendo Julián Weich en la alfombra roja: “La gente es la que tiene que opinar, no los colegas. Yo vengo a perder”. Cambio de plano: la imagen se traslada a los rasgos emotivos, como debe ser: la embarazada sexy (Mercedes Ninci) o la madre coraje (María Valenzuela, siempre con su hija). Siempre hay algún indiscreto: “Hubo que cambiar de urgencia a Luis Ventura –cuenta un productor–; lo habían sentado en la mesa de Endemol...¡Se hubieran matado!”.
Segunda regla: amansados los ánimos, hay que reinventar una mitología. “Ubicamos a las estrellas en el pasillo central o adelante, para que estén más tiempo en pantalla”, cuenta Parodi. Con suerte y ayuda de los votos (sólo si generan emoción) se conseguiría un plano de Susana, Moria o Tinelli llorando o de cuerpo entero. Por ahora, hay para entretenerse: el frac excéntrico de Pinky (“Cruella”, le gritan) o la cortesía edulcorada de Joaquín Furriel: “Suerte a las dos tiras; Soy gitano es tan buena como la otra”. A los ex Resistiré les gusta confundirse con sus criaturas. Fabián Vena pone cara de Dobal antes del reventón de la cabeza y Tina Serrano se ríe incómoda ante el ¿halago? que le repiten: “¡Petera!”. “Hoy estás, y mañana quién sabe...”, dice la Serrano, sin trabajo en la tele. La pantalla los reemplazó por Los Roldán que son los más buscados. Hay empujones de los “chicos” de América cada vez que uno de otro medio mete el grabador. “Correte, ¡carajo!”. Los famosos, eso sí, nunca pierden la mundanidad. “Se meten en la cocina –se le escapa a un novato entre los 34 cheffs–. Que soy vegetariano, que prefiero pescado, que recalentame el lomo. Ufff...”.