Por Nicolas Casullo *

Como un tema recurrente la cámara oculta que utiliza la TV periodística, humorística, escandalosa o basura, en realidad plantea hoy el problema de la sociedad massmediática de mercado en sí, y su aparecer como “lo otro” a la cámara visible. En este caso una suerte de debate indiscreto sobre la frontera entre lo informable y lo privado de ser informado. Frente a la “cámara escondida”, la expuesta, por ejemplo estar quince días en la puerta de la casa de un secuestrado día y noche venerando la nada, al parecer es a todas luces lícito, ético, valioso, más allá de lo que se nos pueda decir, señalar y descerebrar con esa misión periodística tan cara a nuestras costumbres. Mostrar mil veces un cadáver tapado con papeles en la Panamericana, o la disputa por un loro, o la baldosa donde golpeó la cabeza del suicida, o el arañazo de un jugador en la cara de otro resultan modalidades situadas en el andarivel de lo virtuoso y apropiado a este estilo de vida que nos depara diariamente el periodismo de mayor audiencia.
La cámara oculta es consustancial a la sociedad que nos ha quedado. A “lo que hay”. Esa ideología que instituyó que “lo informativo” quedaba absuelto de las pústulas de la política, el sindicalismo, la administración, los piqueteros, los bancos y las prostitutas en las veredas nocturnas, cuando en realidad el mayor y casi único “diálogo” enfermo y patologizado que practicamos es con la pantalla o el éter diario que nos enseña lo que somos, y nos forma en lo que somos el mayor número de minutos de nuestra vida. No hay una cámara oculta delictiva frente a un resto de mensajes, comunicación y miserias normalizadas absueltas. Hay una cámara oculta que nos muestra diariamente en el set, a nosotros. Sin que nos demos cuenta de que estamos siendo filmados en cada una de las muchas mendicidades programadas.
* Ensayista.