ESPECTáCULOS
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Murga y Cromañón
Romero no participó en la organización de los corsos promovidos por el Gobierno de la Ciudad, que este fin de semana tendrán su última edición. Dice que no está de acuerdo con la forma en que se hicieron y critica el resultado: “Lo que se termina viendo son corsos forzados, pobres, sin gente, sin alegría”, ataca. “Así como los militares no pudieron hacer desaparecer al Carnaval por decreto, tampoco se lo puede instaurar por decreto. No se puede imponer una fiesta popular desde la cultura oficial. Lo que termina habiendo es un gran corsero llamado Gobierno de la Ciudad, y nada más”.
–Pero si no se organizaban de esta forma, no se hacían. Desde las organizaciones barriales no parecía haber una demanda.
–Entonces, si no surge naturalmente, que no se dé. Habrá que trabajar más a largo plazo, lentamente, desde las bases. Y abrir el panorama. No se puede sostener un corso sólo con el desfile de murgas. En un carnaval hay agrupaciones humorísticas, comparsas, grupos circenses, clowns, concursos de disfraces para niños... Ya de por sí este año en la ciudad no podía haber mucho clima de fiesta, después de Cromañón.
–Muchos murgueros o familiares estuvieron esa noche en Cromañón. ¿Cree que esta tragedia también va a marcar a la murga?
–Debería ser así. Me hubiera gustado que, además del minuto de silencio, los jóvenes murgueros hubieran expresado qué piensan de este momento crítico. Que el tema apareciera en la mirada filosa de los letristas de murga. Si la murga es la voz del pueblo, no debería callar. Los murgueros podrían ayudar a que el tema sea una papa caliente que le queme a quien le tenga que quemar. Si en cada murga se sueña un mundo, debería ser un mundo mejor que éste.
Nota madre
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