ESPECTáCULOS
• SUBNOTA › UN ENSAYO GENERAL ENTRE ARNESES, DUENDES Y HADAS
Vuelos rasantes evitando el tropiezo
Por J. G.
En la previa, la pasada general se suspende para practicar los vuelos. ¡Cómo les cuesta! Paola Krum, reina de las hadas, se queda dada vuelta sobre el arnés, con el vestido en la cara. A ella le preocupan algunos detalles antes del estreno (que debió postergarse para perfeccionar los vuelos). “Yo no tengo vértigo, me gusta el vuelo, pero ¡depende de tantas cosas! Maquinistas, actriz, marcaciones se tienen que poner de acuerdo. Hombres y máquinas, juntos. Giro y me quedo con el vestido en la cara. La reina de las hadas no puede tropezarse o sería una reina muy cómica.” Ella es una Titania aggiornada que, en escena, canta su pesar, declara musicalmente su amor por Oberón y hasta se desliza mediante piruetas circenses. Aquí, todos hablan de los vuelos: los maldicen por demasiado complicados, les reclaman por la falta de coordinación, les imputan afecciones mundanas. “Yo tengo pánico, me cuelgan y me baja la presión. Me agarra como un hormigueo”, dice Sabrina Carballo, Hermia en la ficción.
Lo cierto es que el vuelo acrobático parece el as en la manga de Alicia Zanca para ampliar la convocatoria, ese punch que recuerda a la película Descubriendo el país de Nunca Jamás, a los relatos de Peter Pan o a la moda más contemporánea del teatro aéreo posterior al boom mundial por De la Guarda. Chicos embobados por la silueta flotante de Paola Krum podrán, tal vez, aguantar una horita más. “De De la Guarda –se distancia el coreógrafo de vuelos, Hernán Peña– me interesa sólo lo visual. Yo quiero aplicar el trabajo del cuerpo al teatro de texto. Que haya una disposición física del 100 por ciento pero subordinado al texto. En cambio, De la Guarda deja que cada uno evoque la historia que quiere.” Para Gastón Ricaud, que interpreta a Lisandro, uno de los amantes hechizados, el esfuerzo de colgarse (aunque él no lo haga) vale si es para derribar prejuicios. “Basta de distinciones entre actuar en teatro o en TV”, propone.
¿Y cómo repercute en los actores el texto facilitado? Si la Krum reclama un contacto previo con la obra auténtica, la chispeante Sabrina Carballo (emigrada de Los pensionados o Una familia especial, en Canal 13) celebra la “ayudita” del adaptador. “Lo bueno es que esté adaptada, que Alicia nos deje poner mucho de nosotros mismos. Yo nunca había hecho teatro, salvo Oscar que era muy televisiva. Y tuve que entender que acá no hay que preocuparse por hablar rápido para que el espectador no haga zapping. Cuando tomé contacto con el original, que no pude terminar de leer, no me veía hablando así ni de casualidad, hubiera sido un potus con texto. Yo no puedo hablar de tú.” Paola Krum prefiere ser más cauta: “La adaptación facilita el acceso, está bueno que eso pase, pero ¡que no se pierda profundidad!”. Finalmente, parece que esta vez no habrá pasada general porque la práctica de vuelos se devora el tiempo de ensayo. Apenas, se los ve interpretando una parte del segundo acto: Titania y Oberón entran volando en sus arneses, quedan suspendidos, descienden, ella canta... Le cuesta encontrar “el Mi”. Se malhumora. Lo vuelve a intentar y sale mejor. Lo que se ve, como adelantó Alicia Zanca, acentúa la carga sexual que la obra apenas insinúa: los amantes ingresan con bultos notorios, el burro lleva un pito gigante y la puesta subraya el contacto: piñas y abrazos agregados para hacerlo todo más carnal. ¿Desentonan los actores de TV entre otros que provienen del teatro? Sabrina Carballo, Joaquín Furriel, Gastón Ricaud, famosos en tiras y unitarios, niegan el malestar. “Estamos integrados”, dice la Carballo. El pito del burro o su coito con Titania, ¿banalizan? “No lo siento como una banalización –dice Leo Sagesse, Demetrio en la ficción–. Los bultos son más una protección física que otra cosa.” Si hasta aquí se enumeraron algunos de los recursos de la adaptación, falta mencionar la aparición de William Shakespeare en escena: un personaje puesto para guiar, acotar, soplar a los actores e intervenir en las peleas como un director escénico o un orientador. A Roberto Catarineu le toca asumir el rol del dramaturgo, para meterse en el mediodel romance entre Lisandro y Hermia o dar indicaciones a algún actor. “¿Qué diría el autor si se levantara del cajón? –se pregunta–. No entendería nada... Y después de diez minutos se daría cuenta de que lo más importante es que se respeta el cuento. Se mantienen los encuentros y desencuentros, el amor y la estupidez que genera alrededor.”
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