Sáb 30.04.2005

ESPECTáCULOS • SUBNOTA

La ficha

Sydney Pollack (Indiana, 1934) desarrolló una carrera más o menos coherente, intentando buscar una voz propia. Se manejó dentro de la industria, aunque con productos dispares: supo recuperarse de puntuales (y en ocasiones injustos) fracasos comerciales, pero seguramente su “momento” fue cuando le dieron un Oscar por Africa mía (1985). Además de director, es también productor, con Mirage, de casi todas sus películas desde The Yakuza (1975) y de trabajos de directores dispares como Steven Zaillian, Steve Kloves, Alan J. Pakula, Anthony Minghella, Ang Lee, Richard Eyre o Tom Tykwer. También participó en películas de prestigiosos realizadores como intérprete, con buenos resultados, en Husbands and Wifes (1990), de Woody Allen, y en Eyes Wide Shut (1999), dirigido por Stanley Kubrick.
El cine del director de Random Hearts (1999) se caracteriza por temáticas definidas: personajes individualistas, preferencia por el contrapunto (entre personajes o entre situaciones) para destacar actitudes e incluso ideas o como camino para construir conflictos dramáticos, unos determinados valores sociales y éticos izquierdistas y un excesivo gusto por las historias de amor. La mayoría de sus films narran love stories casi siempre frustradas. Pollack se inició en la televisión, con capítulos de series como Alfred Hitchock presenta... o El fugitivo.
Con This Property is Condemned (1966) llama la atención la lista de ilustres: John Houseman (productor), Francis Ford Coppola (coguionista), además de Tennessee Williams, autor del argumento. Cuando prevalece la sugerencia en detrimento de lo evidente, el cine de Pollack consigue ser atractivo. Yakuza es una tragedia a modo de parábola sobre la amistad, el deber, el agradecimiento, la honradez, el sufrimiento, verdaderamente conmovedora. They Shoot Horses, Don’t They? (1969) es una de sus películas más prestigiosas (junto tal vez a Africa mía) y su primera realización meritoria. En la carrera de Pollack destacan las recuperaciones inmediatas después de puntuales fracasos comerciales, gracias a la elección de proyectos en función de sus altas posibilidades en taquilla. Ocurrió con Los tres días del Cóndor, film que hizo para Dino de Laurentiis, tras el poco apoyo del público a la magnífica Yakuza. Tras los fracasos de Bobby Deerfield (1977), Ausencia de malicia (1980), Havana (1990) y Caprichos del destino, el productor y director firmó, respectivamente, El jinete eléctrico, Tootsie, Fachada (1993) y La intérprete, todas con buenas recaudaciones.

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