Jue 20.06.2002

ESPECTáCULOS • SUBNOTA

El mundo en peligro... llamen a Peter Sellers

› Por Luciano Monteagudo

Es sorprendente. Hace poco más de una década que el agente secreto Jack Ryan forma parte del universo cinematográfico Sy ya rejuveneció treinta años. El personaje creado por Tom Clancy para sus apocalípticos bestsellers de espionaje apareció por primera vez en pantalla en 1990, en La caza al Octubre Rojo, encarnado por el cuarentón Alec Baldwin, que le daba a Ryan cierta reciedumbre de historieta que no le iba necesariamente mal. Una película más tarde, en Juego de patriotas (1992), Ryan ya era el más veterano Harrison Ford, quien volvería a hacerse cargo del personaje en Peligro inminente (1994), donde aparecía no sólo con una experiencia que hubiera envidiado el mismísimo James Bond sino también felizmente casado y con hijos. Pues bien, sucede que ahora Jack Ryan es... Ben Affleck, el nuevo galán joven de Hollywood, héroe irredento de Pearl Harbor, que con sus 29 años recién cumplidos está en condiciones de ofrecerle a la marca registrada de Clancy una prolongada vida cinematográfica.
Corre el año 2003, pero aquí Ryan necesita empezar todo de nuevo. Es soltero, no tiene apuro (aunque su novia –Bridget Moynaham– quiere de su parte un compromiso mayor que el de una sola noche) y trabaja en la CIA, como analista experto en lo que alguna vez fue la Unión Soviética. Lo suyo es sólo redactar informes para que otros tomen las decisiones. Pero una crisis mayúscula entre los Estados Unidos y su viejo archienemigo lo empujará al arriesgado trabajo de campo, al punto que la supervivencia del mundo libre –amenazado por la inminencia de una guerra nuclear– estará en sus manos.
No se trata estrictamente de un recalentamiento de la Guerra Fría, sin embargo. Detrás del tradicional enfrentamiento entre las dos potencias con suficiente capacidad de destrucción atómica como para aniquilarse mutuamente está la mente maquiavélica de un sofisticado terrorista nazi (Alan Bates) que piensa que “Hitler no era un loco sino un estúpido: ¿para qué pelearse con Rusia y los Estados Unidos al mismo tiempo si se pueden pelear entre ellos?”. De hecho, la película incluye un ataque nuclear sobre territorio estadounidense, que todos definen como “limitado” (síndrome de Septiembre 11), pero que borra a Baltimore del mapa. Por momentos, La suma de todos los miedos –título paranoico si los hay– parece una remake del Doctor Insólito (o cómo aprendí a amar la bomba) (1964), la clásica sátira de Stanley Kubrick, sólo que aquí el humor es involuntario. Se extraña, por cierto, en esas tensas reuniones en el Centro Estratégico de Comando, con el dedo del presidente siempre a punto de tocar el botón final, la presencia desquiciada de Peter Sellers.

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