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Querer ser, estar, existir
Tenía 19 años, y acababa de salir del secundario, de un estricto colegio alemán. No sabía del todo bien lo que quería de su vida, pero lo quería ahora. Sandra leía El expreso imaginario, que iba a buscar una vez por mes a un kiosco de su barrio, en Quilmes, y ese sólo acto a veces parecía un desafío. Como a buena parte de su generación, aquel disco le pegó en un lugar que todavía no tiene nombre. Ella, como casi todos a su misma edad, quería ser, quería estar, quería entrar, sólo que no había entonces, como no hay ahora, manuales para hacerlo. Nadie sabía que aquellos serían llamados por el futuro los años de plomo, pero las noches estaban pobladas de sombras, de sirenas, de rumores horripilantes. Ser joven siempre ha sido un oficio difícil en la Argentina, pero durante la dictadura militar se había convertido en peligroso.
Sandra escribió en 1977 una carta de lectores a El expreso imaginario como un náufrago optimista escribe un pedido de socorro, lo introduce en una botella, y tira la botella al mar. Sólo que se produjo el milagro: la carta salió publicada y fue un shock. No sólo porque estaba bien escrita, sino también porque lograba transmitir lo que otros centenares de miles de jóvenes sentían, en aquel país del miedo permanente. Poco después la llamaron de la revista ofreciéndole un trabajo. Sandra se convirtió en periodista. Aquella carta no hubiese sido escrita de no haber existido Porsuigieco, de no haber existido aquella canción que pedía: “Invitame a ver tu historia /nunca diré que ya la sé/ Escondeme en tu memoria/ quiero vivir, quiero vivir /y describime los lugares donde has ido/quiero viajar, quiero seguir /y explicame hasta dónde has llegado/ quiero saber dónde morir”. Sandra es Sandra Russo, que un cuarto de siglo después sigue siendo periodista, y trabaja en Página/12.
El de Porsuigieco es un disco de clarísima impronta generacional, como el doble “Adiós Sui Generis”: los que fuimos adolescentes y jóvenes en los 70 estamos marcados a fuego por esas canciones, por esos solos de guitarra, por una idea del mundo como un lugar inhóspito que podía conquistarse sumando fuerzas. Charly y León, que hace 25 años tenían 25 años, no podían ni imaginar por entonces, ni lo hacían, de qué modo estaban construyendo el futuro de sus carreras, en aquellos años de divague, irresponsabilidad y delirio. No estaban escribiendo la historia, sino haciéndola. Tenían una generosidad a prueba de balas: por eso Raúl Porchetto, Nito Mestre y María Rosa Yorio, por eso una larga lista de músicos del rock de entonces invitados a participar de la grabación. Porchetto tenía por entonces, jóvenes, una credibilidad rockera que el tiempo arrasó. No hay que ser injustos con María Rosa: su voz adolescente hizo de “Quiero ser, quiero estar, quiero entrar” lo que aquella canción fue. Aquella canción fue a la generación de adolescentes argentinos de los 70 lo que “Smells Like Teen Spirit” (“Huele a espíritu adolescente”) de Nirvana fue a los adolescentes globalizados de los 90.
Lo de impronta generacional no es un frase periodística, saben ustedes, jóvenes y adolescentes de los 70: escuchar el solo de Pino Marrone –¡el guitarrista de Crucis!– al comienzo de “La mamá de Jimmy”, el tema de León con que abre el disco es un flash, un viaje hacia lugares que a veces parecen anestesiados. Ni qué hablar de los ataques y colchones de Charly al comando de su moog, el primero que llegó a la Argentina, de su melotrón, de su clavinet, de su piano Fender. El disco entero tiene destino de clásico porque “pinta” con absoluta claridad el paisaje musical de una época, que se diluiría y desaparecería pocos meses después, en aquel país cuya lógica ha dejado de entenderse. Incluso aquello que salió de la nada en el disco es contundente: “Antes de gira”, ese pequeño tributo de amor de Charly a María Rosa, es para Mercedes Sosa una de esas canciones a las que un día habría que animarse.
Charly, León, Nito y Porchetto cantaron, en aquel tiempo ido que este disco recobra: “Tus días se han hecho años/ mis años vejez y ausencia/ tu tiempo fue mi tiempo”. Nosotros, los de entonces, que no somos los mismos, sabemos recién hoy de qué estaban hablando.
Nota madre
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