La información y la comunicación son recursos imprescindibles en la sociedad actual. Se utilizan para salvar vidas, pero del mismo modo para encubrir la muerte. En todos los niveles, tanto en el conflicto armado como también en la vida cotidiana, donde abundan las discriminaciones.
Por Graciela M. González *
Los sujetos, los objetos, las cosas, los hechos, la vida de la modernidad están atravesados por discursos. Son discursos. Y lo que es peor, se han convertido en el discurso prevaleciente de los medios y complaciente de los consumidores de esos discursos.
Discapacidad, discriminación e inclusión no existen, no son sustantivos concretos, son entes lingüísticas impronunciables que modifican su significación y consecuencias en tanto y en cuanto se revisten de eufemismos. Un ciego debe mostrar que puede bailar, en lugar de mostrar que sabe tocar, hablar, re-crear palabras o gestos de actuación. “Debe” mostrar lo que no sabe hacer, debe resaltar hasta robotizarse, el esfuerzo sacrificado que eclipse una posible torpeza corporal producto cultural de su ceguera. Un sordo “debe” escuchar. Usar audífonos aunque sea sordo de nacimiento, en lugar de aprender lengua de señas e incorporar esta lengua, su propia lengua, como vehículo de construcción de la subjetividad, el conocimiento y el aprendizaje.
A la vez, la lengua de señas, es usada con efectivismo, como espectáculo escolar o cultural o televisivo donde emocionan con un coro de oyentes para los oyentes, en lugar de multiplicar su uso en los canales privados y en los espectáculos o acontecimientos sociales para que el sordo pueda leer los gestos y las señas, participe y se integre a todos los actos comunicativos en los que es actor. Es decir, para que sea actor. Actor consciente y protagonista, también él con posibilidades de opinar sobre lo que se informa o se comunica.
Un niño, un adolescente o un joven con discapacidad mental, tendrán que adaptarse al “medio laboral competitivo”, producir y re-producir para el mercado y en los oficios que la sociedad, los otros, consideran pertinentes en lugar de utilizar espacios de trabajo cooperativo en áreas novedosas y a partir del deseo de los mismos discapacitados.
La discapacidad sólo es noticia cuando alguna cámara oculta o micrófono indiscreto registra abusos, violaciones y/o distrato, exponiendo a la víctima, poniendo la vulnerabilidad de las personas “en carne viva”, con un morbo obsceno y banal, que transforma al hecho real en escena y a la escena en un nuevo ejercicio de violencia, distrato o violación del sujeto que la vive. ¿Por qué no son noticia los grupos de arte integrado, los campeonatos de básquet en sillas de ruedas, las paraolimpíadas mundiales, los campeonatos de torball (fútbol para ciegos que incorpora un elemento sonoro en la pelota y se juega con adaptaciones para facilitar el movimiento)? ¿Por qué la agenda de la discapacidad es la de los medios, teñida de escándalos y premura especulativa? ¿Cuánto de responsabilidad tenemos en esto quienes estamos imbuidos del tema, trabajamos o militamos en instituciones o asociaciones, pero nunca fuimos capaces de juntarnos para discutir y elaborar propuestas programáticas?
Nos debemos un diálogo sincero. El diálogo honesto: no el acople de voces superpuestas, ni los gritos alucinados del poder, ni el silencio cómplice de los que no se animan o no quieren debatir, ni la ausencia de las voces siempre acalladas, tampoco la voz “cantante” de los que siempre hablan. Un diálogo hecho de diversidad y divergencia, que nos permita pensar en colectivo e incluir a los sujetos con discapacidad en ese intercambio. Un diálogo que nos impulse a elaborar agenda; diseñar políticas y estrategias de integración escolar realistas; proyectos para los sectores más vulnerables en los que se cruzan pobreza y discapacidad; programas para las discapacidades más olvidadas como multiimpedidos y mentales severos (también para los talentosos que no constituyen una elite sino una minoría con necesidades especiales); innovaciones para el mundo del trabajo que contemple la economía solidaria; difusión y uso de investigaciones sobre estrategias integrales y micro y macropolíticas de proceso sostenido de capacitación en todas las áreas.
Para cambiar la historia en discapacidad hay que atreverse a desandar el discurso políticamente correcto de los medios o las instituciones y desgarrar matrices instituidas que nos permitan achicar la brecha entre el discurso y la acción.
* Miembro de Redos (Red de Docentes Solidarios). Ex asesora de la Dirección de Educación Especial de la provincia de Buenos Aires (2000-2003).
Por Washington Uranga
Algún día sostuvimos que la comunicación forma parte de la lucha simbólica por el poder. En ese mismo sentido se puede decir que la información y la comunicación son, indiscutiblemente, instrumentos de la guerra moderna. Ha quedado ampliamente demostrado en muchas conflagraciones recientes. Frente a ello y tal como sucede en la mayoría de los frentes, la comunidad internacional a través de los organismos correspondientes ha quedado atrapada en el juego de intereses políticos y de poder y no ha tenido nunca la capacidad real de hacer ejercer el derecho a la información y la comunicación.
La censura, la restricción al trabajo de los periodistas, la imposibilidad de comunicar sobre hechos trascendentales y críticos como todo aquello que ocurre en torno de un conflicto armado es una forma más de atentar contra la vida de muchos inocentes. Esto es lo que está ocurriendo actualmente en Gaza y en todo lo relativo al avance israelí sobre ese territorio. La organización no gubernamental Human Rights Watch (HRW) al respecto ha dicho que “la presencia de periodistas y observadores de derechos humanos en las zonas de conflicto proporciona una comprobación esencial con respecto a los abusos contra los derechos humanos y violaciones de la guerra”. A todo esto las autoridades israelíes han hecho oídos sordos, de la misma manera que desconocieron decisiones expresas del propio tribunal supremo israelí que el 31 de diciembre último dictaminó a favor de permitir el ingreso a Gaza de doce periodistas.
Las autoridades israelíes, que no se preocupan por otras muertes, aducen sin embargo que se impide el ingreso de los periodistas a la zona del conflicto para salvaguardar la vida de los comunicadores. Al respecto la Federación Internacional de Periodistas (FIP) sostuvo que “pocos colegas pueden aceptar (dichos argumentos) como algo serio”. Y denunció que “Israel ya ha mostrado su singular respeto hacia las normas internacionales convirtiendo a una emisora de televisión desarmada en objetivo de sus ataques militares”.
Vale recordar que el documento de Johannesburgo (1995) sobre “Seguridad nacional, libertad de expresión y acceso a la información”, considerado uno de los textos de referencia sobre el tema y que fue elaborado por expertos en derecho internacional, señala que “cualquier restricción de la libre circulación de información no podrá ser de naturaleza tal que frustre los propósitos de la legislación humanitaria y sobre derechos humanos. En particular, los gobiernos no deberán prohibir el acceso a la zonas en las que son responsables y en las que haya dudas razonables de que se puedan estar cometiendo o se hayan cometido violaciones a la legislación humanitaria o de derechos humanos a periodistas o representantes de organizaciones intergubernamentales que velen por el cumplimiento de los criterios humanitarios o de derechos humanos”. Es letra muerta. Tan muerta y desconocida como tantas de las víctimas ignotas que yacen sobre el territorio de Gaza.
El propio Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel, en su boletín de “Cultura: medios de comunicación” sostenía el 1º de octubre del 2006 que “el compromiso de Israel de mantener la libertad de prensa rige para todos los medios de comunicación, estando sujetos al escrutinio de la censura únicamente los asuntos de seguridad”. ¿Quién establece el criterio? ¿Puede un Estado de manera unilateral adoptar este tipo de decisiones cuando lo que está en juego es la vida de muchas personas que podrían tener mejor resguardo si existiese la posibilidad de la información?
La censura informativa y la imposibilidad de comunicar se presenta de esta manera como otra “consecuencia no deseada”, como una suerte de “daño colateral”. Nada de eso. La censura es un arma más de la guerra, un arma fundamental y letal en la medida en que de conocerse determinadas situaciones y procedimientos se podrían salvar vidas. Impedir el trabajo de los profesionales de la información es tan grave como descargar toneladas de bombas sobre la población civil o cometer actos de terrorismo de diverso tipo. Lo que está en juego no es apenas la vigencia de un derecho reconocido internacionalmente. El riesgo tiene que ver con la vida misma.
Como se ha dicho tantas veces, la primera víctima en la guerra es la verdad. Cada uno de los oponentes construye su discurso, atado a intereses y como parte de la propia estrategia de guerra. La censura a la información, la comunicación amordazada y la verdad destruida son otros de los “daños colaterales”. Han corrido la misma suerte de tantos inocentes que perdieron la vida. Porque, por el contrario, informar y comunicar es una forma eficaz de salvar vidas.
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