LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
La cobertura reciente de la política legislativa da pie a Mariana Moyano para criticar lo que indica como “el mito” de la objetividad y la independencia informativa.
› Por Mariana Moyano *
¡Qué bien salió todo. Ojalá siempre sea así!”, afirma un diario que dijo un diputado luego de la sesión en la cual juraron los legisladores de la nueva Cámara, la que apareció a la vista de muchos como la salvación de la República. Frente al comentario una pregunta se hace camino: la expectativa y la esperanza que esa frase encierra, ¿eran del diputado o del diario que la reprodujo? Se sabe que cada uno elegirá las expresiones en base a la mirada desde la cual abordará el acontecimiento y no es descabellado intuir que se trataba de un anhelo compartido, porque lo que hemos visto en estos días se pareció más a una celebración que a una cobertura. Parecía que quienes se habían sentado en las bancas eran esos mismos medios.
El primer paso fue hacer de los diputados entrantes un bloque compacto y homogéneo y nombrar a éste como “la oposición”: un espacio sin fisuras frente al cual algunos legisladores –es decir, la propia dirigencia política– debieron levantar la voz y rebelarse en el mismo recinto para indicar que ellos no se sentían cómodos con el relato que comenzaba a armarse con el mismo mecanismo que permitió instalar la figura de “el campo”. Otra vez se estaba presentando como un genérico a una variopinta sociedad y los intereses de algunos se instalaban como necesidades de todos.
Los adjetivos que hasta hace apenas días cargaban sobre sus espaldas valoraciones negativas, ahora aparecían como una brisa de aire fresco. “Embestida”, “embate” y “ofensiva” ya no eran fórmulas del oficialismo para “imponer” “su” superioridad numérica. Las mayorías que antes eran un abuso se presentaban ahora como la recuperación de los carriles republicanos.
La diputada Silvia Vázquez se cansó de insistir, durante todo el debate sobre la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, en que nunca había vivido tal nivel de semejanza entre las palabras de ciertos legisladores y las líneas editoriales de algunos medios a los que la normativa ponía en aprietos. Y se preguntó: “¿Quién está hablando cuando los representantes del pueblo dicen lo que dicen? ¿Hablan ellos o son hablados por el poder?”.
Ese mismo interrogante se vuelve pertinente en estos días: ¿quiénes hablaron en esas coberturas? Y las voces empezaron a aparecer. Primero con cierta cautela o discreción, pero con el correr de las horas se hizo evidente que aquellas adjetivaciones iban de la mano de las quejas y pronunciamientos de la Asociación de Empresarios de la Argentina, de la Unión Industrial, de la Mesa de Enlace, de Papel Prensa y hasta de Cáritas. Todos a coro en una misma vereda, enfrentados de modo binario y dicotómico –como son las interpretaciones mediáticas de los últimos tiempos– al nuevo eje del mal que parecen haber conformado Néstor Kirchner, Agustín Rossi y Patricia Fadel. El enorme valor del voto popular cambiaba de significación según quién lo poseyera.
La tríada se completó con dos notas en las cuales se habló de “medios amigos” y de “prensa oficialista”, paradójicamente publicadas en un diario que no suele hacer análisis del discurso porque sostiene que en sus páginas sólo se “refleja la realidad” y considera que hablar de “construcción del relato” es atacar la libertad de expresión.
En ese análisis se hizo un pormenorizado recorrido por lo que omitieron estos “medios amigos”; por los recortes informativos de la “prensa oficialista”; por los intereses económicos ocultos detrás de la propiedad y por los mecanismos de edición –gráfica y televisiva– a los que se recurrió para contar.
Explícitamente se trató de un intento de cuestionamiento a lo que esos diarios y canales habían narrado, pero fue, en realidad, un gran sinceramiento sobre cómo son las lógicas de producción de las noticias, sobre cómo la elección y la selección de los datos construye uno u otro escenario y sobre cuánto influye la omisión o la reiteración de determinado acontecimiento. Pero sobre todo, fue –aunque a media lengua–- una declaración política. Si se asume que hay “medios amigos”, el razonamiento concluye, inevitablemente, en que existen “medios enemigos”; si está presente la “prensa oficialista” es porque también juega este partido la “prensa opositora” y si los intereses económicos son de la partida, pues vale mirar detrás de todas las coberturas y preguntarles a éstas qué defiende cada uno de los títulos que se publican.
Nada nuevo hasta aquí, sólo que de aceptarse todo el argumento se desmorona el mito de objetividad y la independencia, vainas con las cuales se ha corrido a la ciudadanía por décadas. Bienvenida, entonces, la honestidad brutal porque transparenta que siempre, absolutamente, en todos los casos, se aborda la información desde una perspectiva. La cuestión es asumirla con claridad, explícitamente y a la vista de todos.
* Periodista. Docente de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA.
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