LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Marcelo García y Luis López plantean un análisis sobre el uso de la cadena nacional como recurso comunicativo por parte de la Presidenta y como estrategia de comunicación política al margen del debate sobre el uso y el presunto abuso.
› Por Marcelo J. García y Luis López *
La cadena nacional es, ante todo, un género televisivo. Adentrarse en las formas permite ampliar la discusión sobre los cómo, más allá de la exégesis de la indignación o de la condescendencia. Como en cualquier otro género, los rasgos retóricos, temáticos y enunciativos conforman un continuo eslabonado (cadena) que puede romperse o respetarse. En este caso, esa distancia puede medirse en miradas. De según cómo se mire.
Desde que asumió como presidenta en diciembre de 2007, Cristina Fernández de Kirchner miró sólo una vez a cámara en cadena nacional. Dos veces más si se cuentan sus primeras intervenciones en el canal de Casa Rosada en YouTube. El 10 de noviembre de 2010, cinco días después de la muerte de Néstor Kirchner, las miradas de Presidenta y televidentes confluyeron. “No es este un momento para usar la cadena nacional para terapia emocional”, dijo esa noche. Eran las 20.30, pleno prime-time.
Más allá de las circunstancias personales y políticas, aquél fue un momento televisivo por excelencia. La Presidenta no había hablado desde la muerte de su esposo. El país y el mundo la habían visto llorar. Sus ojos se posaron, intermitentes, sobre las pantallas de todos los hogares del país. La mirada entró en las casas e interpeló a cada argentino que miraba atento y expectante.
Pero eso nunca más volvió a ocurrir.
Las cadenas nacionales que siguieron, menos durante el año electoral 2011 y más durante el 2012, no volvieron a adoptar ese formato televisivo elemental: líder que mira a la cámara, cámara que representa la mirada de la sociedad. El uso de la cadena nacional se transformó ya no en un instrumento de comunicación directa con el pueblo, sino en la transmisión de actos institucionales donde la Presidenta habla a los presentes pero no a los ciudadanos ausentes. El artefacto cadena, así concebido, no toma a la sociedad televidente como interlocutora y receptora de la mirada presidencial. La mirada de la Presidenta no transgrede el límite de la cuarta pared, un espacio infranqueable para el relato ficcional pero no para un género político como la cadena.
Quienes saben de televisión subrayan que la intimidad del eje de la mirada es más importante que el contenido racional de los mensajes. La Presidenta, nadie puede dudar, es una oradora brillante. El parlamento y la tribuna fueron su escuela. Pero no sólo de inventio y elocutio vive un estadista, las gramáticas audiovisuales de un género como la cadena invitan a desplegar un abanico lo más amplio posible.
El formato no es el mensaje, pero que los hay, los hay. Con todo lo reformista y cuasi revolucionario de la política de comunicación del gobierno de Cristina Fernández (la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual a la vanguardia), su comunicación política ha encontrado algunos límites en la concentración de los principales mensajes en la palabra pública de la Presidenta. El discurso del Día de la Industria que generó tímidos caceroleos y gritos por Twitter sea quizás un ejemplo de ese límite. Y no se trata de llorar por un prime-time derramado, sino de discutir si el evento superaba la prueba televisiva en un momento de la jornada audiovisual en el que el formato es todo –y un poco más–. Es allí donde un traspié en la comunicación política puede potencialmente convertirse en un problema político.
Si la lógica televisiva absorbe todo lo que toca y la cadena es un género televisivo, adecuar el evento al formato tiene mucho más que ver con aproximarse a una asertividad funcional al soporte que a traicionar el estilo de quien comunica. Desde que la imagen es cinemática, la mirada a cámara construye un otro: ojos que simulan mirar ojos para generar una pertenencia inclusiva. Bien lo saben los presentadores de noticias televisivas: la mirada crea una escucha dispuesta.
En el cine, ya hace tiempo, la Nouvelle Vague nos reeducó vía Truffaut: Antoine Doinel desanda el camino que lo llevó hasta el mar para cerrar el film mirándonos fijamente. El estaba ahí para nosotros y nosotros para él. Entre los otros recíprocos, una cámara mediando y la interpelación de la mirada como confirmación dialógica. Al menos desde las formas, instituir un diálogo de miradas que derribe cuartas paredes para romper las cadenas es la clave en el camino hacia una comunicación no mediada entre líder y liderad@s. En parte depende de mirar. De según cómo se mire a cámara, depende.
* Coordinadores del Departamento de Comunicación y Cultura de SIDbaires (www.sidbaires.org.ar).@mjotagarcia y @secoyenfermo.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux