LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Florencia Saintout reflexiona sobre la utilización del dolor que algunos periodistas y medios de comunicación han hecho a propósito del primer aniversario de la tragedia de Once.
› Por Florencia Saintout *
Escribo esto con la dificultad del riesgo, asumiendo el riesgo, que compromete todo tipo de posición y lenguaje ante el dolor. Con la herida tan abierta. Pero aún con dolor en llaga, creo que vale la pena intentar reflexionar.
Los 51 (los 52, contando a Uma) muertos en los hechos de Once son un dolor de la Argentina. ¡Qué duda cabe al respecto! Por lo tanto, no son sólo un hecho íntimo, sino público, político. Lo que no lo hace menos intenso, sino que tal vez, por lo contrario, lo haga más profundo, oceánico.
Voy a hablar de un solo aspecto de ese dolor: el uso que de él han hecho los medios (decir esto, insisto, no implica de ningún modo negar la existencia real y por momentos absoluta de ese dolor). Pero, ¿se puede usar el dolor?
Antes de escribir, además, voy a explicitar una posición: no soy de los que creen en la “culpa” del Estado por lo que sucedió. Al menos de este Estado. Creo que lo que sucedió es producto claro de más de treinta años de destrucción al servicio de la reproducción del capital que entre otras víctimas produjo treinta mil desaparecidos, cientos de muertos por gatillos alegres y violencias institucionales, Cromañón, el hambre, la miseria y el desempleo. Y que este Estado que tiene un gobierno que ha pedido perdón trata de reconstruirlo, de recuperarlo, haciéndolo con éxito en muchos frentes, no llegando aún (aún, todavía) en muchos otros (y porque creo que va a llegar finalmente es que sigo estando donde estoy, como tantos y tantos).
Vuelvo al punto: ¿se puede usar el dolor? Claro que sí.
La historia de los siglos, pero especialmente la historia del siglo XX, nos ha mostrado cómo una maquinaria de imágenes (o su ausencia interesada) puesta al servicio de la destrucción del otro ha estado presente para justificar guerras, para construir enemigos internos, para banalizar los exterminios. También a veces el dolor ha sido utilizado como camino de la indignación para construir derechos o para hacer justicia. Para sensibilizar a otros construyendo causas comunes que hagan de la vida juntos un lugar más digno.
Se puede usar el dolor entonces y se utiliza sistemática y repetidamente. Voy a reflexionar aquí acerca de un uso perverso del dolor que he visto en estos días de llagas abiertas. El uso que han hecho los medios dominantes (por supuesto no han sido los únicos... llamativa composición política la de la plaza). No puedo sacarme de la cabeza la repetición infinita de las caras y los llantos, del sufrimiento, de los carteles con nombres propios y la instalación junto a ellos de los periodistas de Telenoche, casi como actores que cumplen un papel, o como los antropólogos que viajaban a comunidades lejanas para vivir con los nativos (así lo decían), forzando ser unos más para las cámaras.
El infierno del sufrimiento mostrado una vez y otra vez y otra vez hasta hacerlo insoportable. ¿Podrán esas imágenes llevar a la sociedad a la tramitación pública común de ese dolor? ¿Les interesa a los que las muestran hacer algo con ellas? ¿O solo les interesa, como yo creo, nublar el entendimiento y dirigir el dolor hacia un lugar al que apuestan con cualquier cosa que se les cruce en el camino? Ese lugar es la creación de un sentido común que no ponga en duda que todo es terrible y que nada se puede hacer más que demonizar un gobierno.
El dolor nos constituye, sin dudas, pero es tiempo de hablar de responsabilidades. Cuando el periodismo hegemónico continúa utilizando un argumento (afortunadamente cada vez más endeble y en ruinas) como que los medios “sólo muestran la realidad”, automáticamente se eluden todas las responsabilidades éticas y morales que deberían constituir la práctica periodística. Cuando a las víctimas, en lugar de contenerlas y acompañarlas, se las expone como un trofeo, se las incita a brindar respuestas afortunadas para sus intereses, lo que se está haciendo es pornografía. Pornografía del dolor para saciar sus intereses, exponiéndonos a todos a ese espectáculo que ellos montan, editan y dramatizan.
En este punto es necesario recuperar la pregunta que Susan Sontag planteara: “Quizá las únicas personas con derecho a ver imágenes de semejante sufrimiento extremado son las que pueden hacer algo para aliviarlo –por ejemplo, los cirujanos del hospital militar donde se hizo la fotografía– o las que pueden aprender de ella. Los demás somos voyeurs, tengamos o no la intención de serlo”.
Ante esto, no caben reacciones tibias, no cabe la sensación de que es más de lo mismo que hacen cada vez, cabe el más enérgico rechazo, la más profunda repulsión a quienes siempre pusieron sus intereses por sobre los del pueblo y la expresión de que nos merecemos otro tipo de periodismo.
La reflexión en momentos de extrema emoción es necesaria para no dejarse llevar por los intereses mezquinos de los demás. Ante un dolor que es nuestro, los demás actúan como caníbales que es necesario frenar. La única salida del horror es la justicia y la política. No podemos olvidarnos de esto.
* Decana de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.
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