LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Para Silvio Waisbord, la elección del papa Francisco como “hombre del año” por la revista Time refleja la predisposición de la prensa norteamericana a descifrar el mundo en clave propia, y reconoce que el Papa es icono periodístico acorde con los tiempos actuales.
› Por Silvio Waisbord *
Desde Washington
Desde que su fundador Henry Luce decidiera que la revista Time eligiera “el hombre del año” en 1927, reflejo de su propia atracción por el poder al que aspiraba pertenecer, la selección devino un sugerente termómetro de opciones periodísticas. La elección del papa Francisco refleja la predisposición de la prensa norteamericana a descifrar el mundo en clave propia. Rara vez la cobertura internacional es una oportunidad para entender el mundo en su complejidad, porque refleja principalmente preocupaciones locales. Es una mirada “sobre noso-tros” más que “sobre otros”; es un síntoma del acostumbrado ombliguismo que proyecta intereses particulares sobre el mundo más que explorar su diversidad.
La selección de Francisco encaja en estos parámetros. Time justifica la decisión porque el Papa modificó “el tono y el temperamento” de la conversación sobre temas contemporáneos. Más que un diálogo global, ésta es una “conversación” (o monólogos en estéreo) de la “guerra cultural” que absorbe a los Estados Unidos desde hace décadas. Las palabras del pontífice sobre el aborto, la homosexualidad o la ordenación sacerdotal de mujeres atrajeron enorme atención, dada su resonancia con temas en el centro del debate norteamericano.
Sus expresiones han sido utilizadas para llevar agua a distintos molinos políticos. La izquierda reivindica pronunciamientos papales sobre el matrimonio igualitario, la invasión de los derechos reproductivos y el impacto de los escándalos sexuales de la Iglesia como confirmación de sus argumentos. Remarca la humildad de Francisco frente a la ostentación y la petulancia de los líderes contemporáneos; agradece su compasión frente a la falta de humanidad del mundo actual. Hasta se dice que los ateos rezan por el Papa. La derecha cultural, en cambio, especialmente sus mascarones mediáticos, como Rush Limbaugh y Glenn Beck, han desacreditado su autoridad y lo han tildado de “marxista”. La derecha mercantilista desmereció la crítica franciscana de las desigualdades sociales y el consumismo, sacando a relucir su dogma preferido sobre el capitalismo: su inagotable y exuberante creación de riqueza.
Encuestas recientes confirman la enorme popularidad del Papa más allá de los católicos. Un porcentaje alto de personas de diversa filiación religiosa y posiciones políticas tienen opinión favorable. Su “imagen positiva” no solamente supera considerablemente a Benedicto XVI, sino que es notablemente más alta entre quienes tienen simpatías de izquierda. Esta creciente popularidad no se tradujo, por el momento, en un incremento en la asistencia a misa en un país con alto índice de participación en servicios religiosos, comparado con los estándares del mundo occidental.
Esta percepción pública coincide con la cobertura positiva de Francisco en el mainstream de los medios como “el Papa del pueblo”. Este no es un dato menor en un país donde la Iglesia Católica fue históricamente objeto de noticias negativas, ya sea por prejuicio extendido o, más recientemente, por la sucesión de escándalos de abusos sexuales. Se podría entender este tono como reflejo de las simpatías “liberales” (en el sentido anglonorteamericano de la palabra) en temas sociales del periodismo, como suelen insistir los críticos de la derecha. Tal lectura olvida que el periodismo está interesado en “hechos noticiosos” y los símbolos del poder más que en cuestiones de catecismo o las políticas de la Santa Sede, y es propenso a sentimentalismos populistas que disimulan su obsesión por las elites.
Francisco es un icono periodístico acorde con los tiempos actuales, donde los gestos concitan enorme fascinación y la mediatización es la cultura corriente de la vida política. Como en el catolicismo, los símbolos y las imágenes están en el centro de la política contemporánea. Palabras y escenas, fácilmente reproducidas en el mundo digital, atraen más la atención que disquisiciones doctrinales o análisis de las prácticas financieras del Vaticano. Cualquier reforma de la Iglesia, tema de corriente especulación, circula por carriles más lentos que el vértigo de la cobertura noticiosa.
Los gestos del Papa absorben la cobertura mediática; son centro de interminables exégesis de observadores armados con el manual del Barthes básico. Las señales de una nueva sensibilidad papal, desde la humildad personal hasta la misericordia, han sido objeto de extensas y entusiasmadas lecturas. Interpretar símbolos no requiere conocimiento profundo de doctrina católica. Consciente de la ubicua lógica mediática, el Vaticano ha producido constantes “eventos noticiosos” a medida del periodismo obsesionado por la política simbólica de la mano de Greg Burke (aclamado como el “genio” de las relaciones públicas papales). La prensa que el pontífice critica ácidamente por cubrir la Bolsa e ignorar gente que muere de frío es la misma prensa atraída por símbolos más que por cuestiones profundas sobre catecismo o reformas financieras. Resta por ver si el periodismo mantendrá la misma atención una vez que disminuya la novedad de las señales dadas por Francisco.
* Argentino. Doctor en Sociología, Universidad de California. Profesor en la Escuela de Medios y Asuntos Públicos en la Universidad George Washington, Estados Unidos.
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