LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Marta Riskin problematiza la utilización ambigua de la palabra cambio, sus efectos en emisores y receptores, y la batalla cultural por el sentido.
› Por Marta Riskin *
El mapa no es el territorio
(Alfred Korzybski, 1879-1950) y
el nombre no es la cosa nombrada
(Gregory Bateson, 1904-1980)
En teoría, el doble epígrafe resulta irrefutable. Sin embargo, en la práctica cotidiana se confunden paisajes con cartografías, el nombre de la cosa con la cosa y hasta se borran los límites y condicionamientos de las propias percepciones.
Aún quien está (estoy) acostumbrado al registro de intenciones y diferencias conceptuales, suele relegar los efectos que la prisa y el uso permanente de estereotipos –palabras e imágenes– con su eficiente brevedad comunicativa provocan en las propias opiniones.
Día a día, emisores y receptores saltan por encima de ambigüedades, soslayan sutiles, y groseras, contradicciones sin atender la subjetividad de propias y ajenas interpretaciones.
Un buen ejemplo al respecto es la palabra “cambio”. Su familiar flexibilidad le ha otorgado valor para publicitar múltiples consumos. Desde objetos de moda a electorales, sirve para denotar desde mutaciones triviales (renovarse es vivir) hasta para marginar y resistir los “cambios” profundos y significativos.
Vale recordar que los “cambios” ficticios nunca son inocuos. Ni en los territorios del marketing ni en las regiones de la política. Ciertos cambios, ya lo decía Lampedusa, renuevan y recomponen el poder de los grupos dominantes sobre las conciencias. La reiteración de connotaciones afines modela el nombre de la cosa y traza dudosos itinerarios (como GPS sin satélite) alterando los mapas del mundo.
Es momento de detenerse.
El mapa no será el territorio pero indica rutas y direcciones.
Para el imaginario colectivo, los líderes populares encarnan los cambios sociales. En representación del pueblo construyen el poder que desmontará iniquidades e injustos privilegios, distribuirá justicia, garantizará derechos e incluirá socialmente.
Ninguna de esas tareas los exime de errores pero les exige extrema honestidad.
Las verdades no siempre son amables ni estéticas.
En tanto las convicciones se manifiesten en resultados concretos y coherentes, las mayorías comprenderán las dificultades del camino y la impaciencia para respetar las formas.
Por contrario, los líderes populistas carecen de prejuicios ideológicos, mutan de discursos como de traje y según encuestas, ofrecen cambios incompatibles a ciudadanos adiestrados para clientes, mientras distribuyen consignas y prebendas.
Para algunos pocos habrá premios contantes y sonantes. El resto de consumidores, recibirán el cotillón diseñado por expertos en comercialización de virtudes abstractas y alegrías cosméticas con las cuales se evitan los cambios profundos y se aprende a descalificar los avances populares como “populistas”.
El nombre, definitivamente, no es la cosa.
Las cosas por su nombre
Bateson sostiene que “La discriminación entre mapa y territorio está siempre expuesta a cortarse y los golpes rituales de la ceremonia de paz están siempre expuestos a ser confundidos con los golpes ‘reales’ del combate”.
La batalla cultural por el sentido multiplicó oportunidades de ajustar las percepciones ciudadanas y en paralelo, se incrementaron los operativos sobre las conciencias por parte de quienes disputan el poder a la Política.
En América latina, grandes sectores populares aprendieron a reconocer operaciones y las discrepancias entre palabras y acciones de muchos candidatos a representarlos.
Aun los ciudadanos a quienes décadas de resignaciones abandonaron al escepticismo (¿Para qué luchar si “Todos mienten”? ¿Por qué “si se agota el planeta y el futuro” no disfrutar de “la fiesta”?) hoy vinculan sectores e intereses y cuestionan a aquellos cuyas convicciones “republicanas” no alcanzan siquiera a asumir con dignidad los debates que reclama la democracia.
Tampoco es casual.
Nombres y referencias equívocas cumplen una importante función en el trazado de los mapas y sobre la propiedad efectiva de los territorios.
Aporta claridad a la confusión si decimos que, en nombre de la “democracia”, un ínfimo porcentaje de la población mundial aplica, con armas financieras, tanto golpes rituales como reales y concretos.
Más aún.
El último “golpe” no sólo cuestiona la soberana voluntad del pueblo griego sino que legitima un modelo de gobierno similar al demos original (el pequeño porcentaje de propietarios que gobernaba la antigua ciudad de Atenas) y reinstala un paradigma que retrocede veinticinco siglos a la humanidad.
Ayer, cuando se disputaban “cosas” como “democracia” o “cambio” cada cultura enfrentaba un abanico potencial de elecciones propias.
En la actualidad, el resultado global de las decisiones diseñará el mapa de los territorios del futuro.
El desafío es todo nuestro.
* Antropóloga UNR.
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