LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Diego Jaimes denuncia los recursos retóricos que se utilizan para legitimar los despidos de trabajadores del Estado, se pregunta qué comunica este achicamiento del Estado y qué nos dice esto sobre el proyecto de país en curso.
› Por Diego Jaimes*
Desde Viedma (Río Negro)
¿Quién enseña más? ¿La escuela o los medios? Lleva unas cuantas décadas un debate acerca de cuáles son los espacios educativos mediante los cuales los seres humanos aprendemos y construimos nuestras ideas sobre el mundo que nos rodea. Si bien el sentido común indica que el verbo enseñar se asocia inmediatamente con la institución escolar, hace tiempo los medios masivos han demostrado su capacidad para construir sentidos y significados acerca de los más diversos temas, constituyéndose como verdaderas instituciones educativas. Pero no siempre se ha pensado este proceso atravesado por el poder.
Fue el investigador platense Jorge Huergo uno de los pensadores argentinos que recuperó la idea de hegemonía para analizar el fenómeno comunicacional. El la entendió –al igual que Antonio Gramsci– como ese proceso mediante el cual el poder se reproduce no ya mediante la violencia física sino a través de operaciones en el plano de las ideas y el pensamiento. Hegemonía que se construye a través de palabras, imágenes y sonidos que fluyen a cada segundo a través de la televisión, la radio, la prensa gráfica y las ya instaladas redes sociales a través de Internet. En tanto produce y hace circular sentidos que son apropiados por los sujetos –que a la vez los vuelven a poner en discurso en su mesa familiar, en el trabajo, en la verdulería, o en el tren–, esta dinámica se constituye en un verdadero proceso de aprendizaje, clave para entender nuestra sociedad actual.
Comprender la hegemonía puede servirnos para interpretar cómo se valoran ciertas prácticas y se estigmatizan otras, según los objetivos políticos y comunicacionales de cada actor. Es así que ciertas ideas, conceptos, argumentos y formas de entender la realidad que fluyen con aparente naturalidad y asepsia, se van anudando a determinados significados casi imperceptiblemente. Uno de ellos es el de “empleado público”.
Hay dos iconos centrales en la historia de los medios de Argentina para entender los sentidos construidos en torno a este sujeto social. Uno es el del actor Antonio Gasalla, que en clave humorística creó el personaje de una empleada mala onda, maltratadora y amante de la burocracia, que se ha ganado un lugar privilegiado en la memoria cultural de nuestro país. El segundo caso es el del programa Tiempo Nuevo, presente durante casi treinta años en las pantallas argentinas y conducido por los periodistas Bernardo Neustadt y Mariano Grondona, desde el cual se legitimaron –ya desde la década de los ochenta– las ideas privatizadoras del Estado que dieron espacio social y cultural al neoliberalismo en la cabeza de muchos argentinos. Y lo hicieron con otro personaje de colección, llamado “Doña Rosa”, mujer imaginaria a la que había que explicarle todo –mirando a cámara– en forma clara, sin sofisticaciones, “para que se entendiera”. Toda una metáfora del aprendizaje y del lugar de alumnos y alumnas.
Hoy Bernardo Neustadt ya no está, pero otros periodistas de los canales de televisión hegemónicos están acompañando desde sus argumentos la avalancha de despidos en el empleo público surgidos desde la asunción del nuevo gobierno. Están, en cierta forma, educando a la ciudadanía en una determinada forma de entender el Estado y el empleo público.
¿Cómo lo están haciendo? Por un lado, utilizan el viejo recurso retórico de tomar “la parte por el todo”, refiriéndose a casos puntuales, de personal poco idóneo y no concursado, para legitimar los miles de despidos de trabajadores que se encontraban cumpliendo tareas en distintas dependencias estatales (nota aparte: los nuevos cargos tampoco se concursan...). Además le agregan una operación de “anudamiento” entre militante y ñoqui, entre agrupación política y foco de corrupción, como si la práctica política fuera en sí misma una actividad deleznable. Y lo más preocupante es que se va configurando un concepto de “Estado” pequeño, mínimo, que debe funcionar con la lógica “eficiente” de una empresa privada.
En aquella misma pantalla de Tiempo Nuevo, Germán Abdala, dirigente ya fallecido de los trabajadores estatales de ATE, señaló hace casi treinta años: “El Estado no es algo abstracto, no es una entelequia. El Estado es una herramienta, que depende qué proyecto de país y de nación cumple sus funciones o no. La tarea que tiene es prestar a su población los servicios de la educación, de vivienda, de salud, garantizando un piso mínimo elemental para todos”. Surge entonces la pregunta: ¿qué comunica este achicamiento del Estado? ¿Qué nos dice sobre el proyecto de país en curso?
* Comunicador social, UBA-UNQ.
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