LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Florencia Marciani se pregunta qué imágenes nos van a acompañar en nuestro proceso vital y a qué otras imágenes estamos dispuestos a enfrentarnos.
› Por Florencia Marciani *
Desde el principio los sujetos están puestos en el mundo para transitar experiencias mediáticas y vivir en la espectacularidad. Y aunque resulte obvio desde siempre, sigue siendo necesario recordar que los medios de comunicación tradicionales y los post literarios, ninguneados muchas veces por su banalidad, cumplen una función pedagogizante tan poderosa como los dispositivos escuela o trabajo, cada vez más sometidos a la lógica mediática. La educación sentimental a través de las telenovelas, los documentales o Internet, extensiones del hombre eléctrico, implican una forma particular y biopolítica de experimentar los vínculos afectivos, la relación con el propio cuerpo y el de los demás. Y en esta función los medios, contradictorios, pivotean entre formas estéticas libidinosas e improductivas y discursos de tipo moralizante. Como cuando se alerta, cada tanto, en algún noticiero hegemónico, sobre la promiscuidad de los adolescentes a partir de videos virales que llegan desde alguna capital latinoamericana, donde un grupo de chicos juegan a copular con sus compañeras sosteniendo la eyaculación para no embarazarlas. Mientras tanto, la telenovela dirigida a ese target, en Argentina, muestra escenas de sexo casual sin que se asome un forro.
Hace unos días vi Cincuenta Sombras de Gray. La película y el libro, se sabe, son malos. Y lejos de despertarme interrogantes sobre las prácticas sadomasoquistas reparadoras de las relaciones de tipo posmodernas entre los prototipos mujer emancipada y varón hipersensible (esto que el discurso especializado ha dado a llamar nuevas masculinidades), la pregunta surge por ese frame de un microsegundo en que el Señor Gray abre un preservativo antes de penetrar, por primera vez, a la protagonista. Un gesto que no termina de reparar los vicios románticos de los personajes, como los desayunos y las risas postcoitales, pero que funciona, así y todo, como disruptiva, al menos para cualquier telespectador argentino que consume a conciencia sus producciones locales. Y no porque el Señor Grey sea demasiado progre, sino porque nuestros melodramas siguen apareciendo como inverosímilmente reaccionarios.
En el mismo año de estreno de la película, una escena en Canal 13. Es la hora de la merienda, y la ven nenas y preadolescentes: “Brindo por vos, que sos la mujer que me hizo conocer el amor”, le dice un cura y dueño de una fábrica a la monja adolescente que encarna Lali Espósito para habilitar el acoplamiento. Algunos lugares comunes después y sin solución de continuidad, los personajes aparecen desnudos: él, dándole rienda suelta a sus deseos reprimidos por el celibato, le hace el amor a Esperanza.
Hace por lo menos veinte años que el dispositivo pergeñado por Cris Morena, y otros productores que la sucedieron, se encarga de la educación sentimental de los niños y preadolescentes argentinos, lo cual significa proponer patrones y hábitos para experimentar el mundo extra discursivamente. Yo tenía trece años y escuchaba los eufemismos de Rebelde Way, donde se hablaba de rockanrolear en vez de tener sexo. Incluso me acuerdo de Dárgelos en MTV vigilando desde su panóptico, como un narrador omnisexual, a dos adolescentes que correteaban en el Italpark y terminaban robando forros en un almacén como si no hubiera otra forma de resolver la calentura. Pienso también en el discurso periodístico cuando fogonea romances que duran apenas unos días. En este sentido, ni Lali ni la China Suárez pueden solamente coger. Y si bien, aunque con reservas, el imaginario sexual de los medios fue ampliando su régimen de visibilidad, hay espacios mucho más básicos que nos quedan incómodos porque parecieran deshilachar el tejido de las pasiones más humanas.
No creo que a la televisión o los medios postelevisivos les quepa la tarea de educar responsablemente a sus espectadores en los deberes del sexo y el amor; es mucho pedirles en un país donde el Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable está en franco proceso de desmantelamiento y en el que YouTube funciona como despacho donde se tramitan la desidia y la violencia sexual.
Será que de verdad habitamos una sociedad donde el poder se reafirma a través de rituales espectaculares y la sujeción se produce de manera más personal antes que institucional; donde todavía no es claro cómo estabilizar esos signos que proliferan, o qué institución ganará el embate sobre la regulación del lenguaje icónico. Por ahora pareciera ser Facebook. En cualquier caso, el problema es qué imágenes nos van a acompañar durante nuestro proceso vital y si de verdad estamos dispuestos a enfrentarnos a otras, menos dramáticas, más profilácticas.
* Licenciada en Ciencias de la Comunicación y docente.
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