MITOLOGíAS › LA PáGINA DE ANáLISIS DE DISCURSOS
Descubrir las estrategias de un discurso es develar su intención, tornar visibles sus supuestos y estar en condiciones de decidir si aceptarlos o no. También dispensa de repetir como loros cualquier cosa que se escuche o se lea. Las ciudadanas misóginas, o cómo ver en la Presidenta no el poder sino “la vanidad del poder”.
› Por Rodolfo Omar Serio *
Hágalo usted mismo. Anteponga las palabras “Viste que” a las notas de política de los diarios o a los encabezados “insólitos” de los noticieros. Descubrirá un nuevo género literario: el de los titulares pensados para ser repetidos textualmente en reuniones sociales. ¿Viste que las cenizas del volcán podrían llegar a la Capital? ¿Viste que un cura voló atado a mil globos y no lo encuentran? ¿Viste que Cristina usó el doble de ropa que Bachelet en la mitad de tiempo?
Usted acaba de descubrir el criterio de repetibilidad. Conscientes de que el público rara vez lee el contenido de las notas, los medios han decidido concentrar sus esfuerzos en los encabezados. Volanta, titular y copete deben ser ante todo fáciles de recordar y repetir, como un slogan. El criterio de repetibilidad se convierte en función: cuando refiere a insólitos, presta tema de conversación para la cola del banco. Cuando refiere a política, refuerza la opinión y da letra para criticar. Y cuando es adoptado por aquellos que no tienen una opinión sólida sobre un tema, presta por un rato el guión de la ideología: inclina la balanza de los que no saben qué decir y se sienten en la obligación social de opinar algo.
Anímese y desconfíe: el mundo no está dividido en emos y floggers. Las personas que consumen drogas no son todos enfermos. Los estudiantes secundarios no son una horda de salvajes sin remedio. Dos casos no son una tendencia. Tres personas no constituyen un movimiento. Que ocurra en Estados Unidos no significa que sea mundial.
Investir de conceptos sociológicos cualquier nota, da chapa. Cuando el o la periodista “descubre” una tendencia, vuelve a su casa sintiéndose importante. Mientras tanto, la opinión de entrecasa y el pintoresquismo se cuelan revestidos de un aura intelectual para legitimarse a través del lenguaje. Escandalizar, generar miedo sobre lo desconocido, caricaturizar grupos sociales y describirlo en palabras intelectualoides no son más que formas nuevas para viejos prejuicios. Describir con precisión un fenómeno social puede llevar años de investigación a las ciencias humanas; para el periodismo berreta, alcanza con una tarde.
Hágalo usted mismo. Analice la recompra de empresas privatizadas por parte de un gobierno y verá que el mismo proceso tiene nombres diferentes según quien lo haga. Cuando Evo Morales compra acciones de Repsol, nacionaliza o estatiza. Si Chávez compra acciones de una empresa siderúrgica, expropia. Si el gobierno argentino compra acciones de Aerolíneas, argentiniza.
Expropiar se utiliza en los medios liberales como equivalente de robar. Estatizar, de meterse en un lugar que no corresponde. Pero conceptualizar un proceso político como “argentinización” es toda una novedad en materia propagandística: apela ya no al ciudadano sino al cliente. Evade causas y afirma consecuencias, anticipándolas: argentinizar una empresa es certificar de antemano que va a tener un pésimo servicio. La Nación le pregunta: “¿Está de acuerdo con el proceso de argentinización de Aerolíneas?” “¡No!”, grita usted sobresaltado mientras los cortes programados de Segba, el avión de Lapa que no despega y la empleada pública de Gasalla escupiendo bizcochitos de grasa mientras habla invaden su cabeza.
Asómbrese: luego de entender que sólo puede funcionar bien lo europeo o lo yanqui, usted dará vuelta la página y el diario se despachará a gusto sobre la grandeza de los argentinos aquí y allá. No se alarme, no es estupidez ni esquizofrenia: siga leyendo. Le mostrarán ejemplos de argentinos que triunfan en el mundo. Observe bien y verá que sólo son victoriosos si logran jugar en la NBA, ser contratados por un laboratorio transnacional o casarse con el príncipe de Holanda.
El punto de vista externo no es más que el imperativo de juzgar nuestra realidad con la mirada del primer mundo, esto es, de acuerdo con cómo serían vistos nuestros problemas si por esas cosas locas de la vida les interesaran aunque sea un poco. Cómo nos ven los diarios del mundo ante un conflicto es un lugar común del periodismo que asoma con fuerza. Nuestros ojos se convierten en foráneos: el objetivo es que logremos horrorizarnos de la espantosa barbarie con la que convivimos a diario. Vargas Llosa ya lo ha logrado, ¿usted qué espera?
Hágalo usted mismo: identifique buenos y malos en una nota periodística. Verá que los roles están construidos arquetípicamente y situados en una lucha épica. Borges dijo alguna vez que la épica es un apetito elemental del ser humano, casi abandonado por la literatura contemporánea y convertido en éxito por el cine de Hollywood.
Lo que Borges no dijo es que desde sus inicios el periodismo hizo escuela de la épica. Los primeros periódicos burgueses narraron la homérica aventura de la Revolución Francesa. En nuestro país, las columnas de Sarmiento desde el exilio fueron una prolongación de la épica de su Facundo. Las luchas entre unitarios y federales, conservadores y radicales, peronistas y gorilas han deleitado al periodismo de cada tiempo convirtiendo la función periodística en épica. Lejos de informar, el periodismo ha asumido una función social aún más primaria: fundar la subjetividad contemporánea y restituir el trasfondo moral del conflicto humano. Describir la peripecia, asignar roles, caracterizar personajes y dar por sentado que usted está, por supuesto, del lado de los buenos.
Y ahora que ya lo sabe, anímese. Desconfíe. Analice y asómbrese. Identifique.
Pero por encima de todo: hágalo usted mismo.
* Lic. en Comunicación - Posgrado en Gestión Cultural.
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