Por Carola Chaparro *
Hacés los ñoquis igual que mi mamá –decía Roberto arrobado, mientras miraba cómo Marisa amasaba en la cocina del restaurante. Le gustaba ver, sobre todo, el milagro de la transformación de la masa en ñoqui: papas hervidas, huevo, harina, fécula de maíz y maña, nada más. Ella pensaba que esas charlas sólo podían terminar en una cosa.
–Van a ver que Roberto se va a casar conmigo –les decía a todas sus amigas. Aunque estaba muy por encima de su peso, sabía que esa abundancia era atractiva para el hombre. Por eso había dejado de cuidarse en las comidas (“Voy a ser la gordita más feliz del mundo”, pensaba). Incluso, se había probado un vestido de novia blanco como la harina (su principal aliada).
Roberto había desaparecido del restaurante las últimas semanas. Si bien eso la inquietó, sus temores se diluyeron cuando lo vio entrar por la puerta de la cocina, como siempre.
–Marisa, ¡no sabés cuánto te extrañé! –dijo, y la abrazó. Ella se sintió como una lechuga fresca.
–Quiero que le enseñes a Isabel todos tus secretos, así me mantiene bien alimentado –dijo él mientras una chica flaca como un espárrago, rubia como el trigo y con boca de frutilla entraba y se colgaba del brazo de Roberto.
* Lectora.
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