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Las nuevas peluquerías
Son un lugar de encuentro entre amigas o amigos. Incluyen la posibilidad de un buen trago, probarse ropa o curiosear revistas de diseño o. A ellas la gente va buscando, más que un corte de pelo, un estilo.
Por Sonia Santoro
Montevideo al 1100. Una rubia de jeans arremangados se encuentra con una amiga. Se sientan en el living y hojean revistas de diseño y tecnología, en inglés. A lo largo del salón, espejos rectangulares con marcos negros, como esos de los anteojos que suelen usar los que asisten al lugar. En el fondo, una pantalla de DVD que pocos miran con mucha atención, pasa videos de rock, pop, sinfónico. Un grupo de chicas de veintipico programa su fin de semana munido de daiquiris, jugos de naranja o licuados multicolores. Y Pablo Vía Vargas desfila arreglando un peinado por acá, reclamado por una clienta por allá. “Pablo, tenés un minuto, quiero que me veas”, dice una adolescente tocándose el pelo. Sí, no es más que una peluquería. Ni nada menos.
Club Creativo nació hace dos años y medio, con concepto distinto de peluquería: “Pensar en función de lo que siente la clienta”, define Vía Vargas, que hace 6 meses abrió Glam cerca de allí. Y a mediados de año tiene pensado abrir Club Creativo 2 en Palermo.
Se podría decir que en esta especie de clubes exclusivos, cortarse el pelo es un accesorio. “Las chicas vienen a tomar un trago, disfrutar de buena música y ya que están se cortan el pelo”, dice Vía Vargas. Pero no por eso deja de ser importante. “Cortarse el pelo es un programa completo”, apunta este autodefinido estilista, que dice tener la visión para decidir qué pelo queda mejor con cada cabeza/persona.
Gabriel Parrillo sabe cómo hacer que una persona se sienta única. Taller Urbano, el salón que abrió en noviembre, atiende sólo a una por vez. Para ella o él están el propio Parrillo y su colorista con dedicación exclusiva. Da sólo 12 turnos por día, uno por hora, que pasan por sus tijeras. Lo suyo es el retorno a la vieja peluquería de barrio: es artesanal y personalizada. Pero con otras cositas tentadoras. “Yo dedico más tiempo para explicar y cambiar look y no hacer para todos el corte de moda. Vos llegás y se te muestran diferentes cortes de acuerdo con el ángulo de tu cara y lo que a vos te va gustando. Además trabajamos en conjunto con los colores, para mí es fundamental un buen corte y hacer las terminaciones o los detalles con algo de color, eso ayuda muchísimo. La colorista trabaja con el tipo de piel, los ojos, o depende de la temporada los colores que se van a usar. Para que no te quede tan cargada la cabeza”, explica Parrillo, con 26 años y cinco, por lo menos, de trabajar en salones de docenas de peluqueros.
Taller Urbano tiene también cuadros que se renuevan cada dos meses. Están a la venta. Y en un rincón hay dos percheros que muestran ropa de una diseñadora. “En vez de ponerte a ver una revista podés probarte algo”, dice. En su pequeño living, donde casi nunca hay gente esperando, prefiere poner libros en vez de revistas.
El secreto de su éxito, sin embargo, es ese fervor cuasi religioso que le pone a cada persona. “La gente está muy necesitada. Por ahí alguien vino hace dos meses y le dolía la cabeza y vos le preguntás ‘che ¿te sigue doliendo la cabeza?’ y la gente se engancha porque uno se acordó”, dice Portillo. Una tarjeta plateada con vivos marrón y beige alerta sobre lo que uno puede encontrar en esa calle escondida que es República de Indonesia casi Rivadavia. Roho está en Caballito, bien lejos de los ambientes minimalistas de las peluquerías de Palermo o Barrio Norte. A una distancia considerable para atrás también porque hace 8 años que abrieron sus puertas Oscar Fernández y Horacio Cabrera.
En la puerta, un cartel de neón. Adentro, música electrónica a full. Un mural de un atardecer de palmeras bien setenta, mucho rojo y gente que va y viene moviéndose a ritmo. Casi una pista de dance. En la recepción hay un par de revistas Wall Paper o I-D pero no pueden faltar la Caras y la Gente. “La estética la manejo yo, es el delirio de descontracturar. Estoy podrido de ir a Palermo y que esté todo igual”, dice Fernández, que corta el pelo desde los 11 años, cuando ensayaba en la cabeza de sus amigos modelos rockers. “El concepto de la moda pasa por el rock, después es moda”, sentencia. Por eso van muchos músicos a la peluquería, y también lo que él define como el background de la moda: gente de publicidad, de periodismo, de diseño. “No sé si somos estilistas, al diablo con el corte de cara. Lo hacemos porque está bueno hacerlo. Esto es moda a full, somos adictos a la moda. Cada corte es un riesgo para el que corta y para el que se viene a cortar”, define Fernández.
Pero cuidado, que Roho no escupe chicos modernos en serie. “Cada personita tiene su camino que recorrer. Por ahí tenés un corte re común y si vos tenés onda lo hacés bárbaro y hay pibes que le tenés que parar los pelos para que tengan un look”, explica.
Cerca de cualquier casa, sin embargo, uno se puede encontrar con la peluquera Dorita, que corta, depila, hace los pies y las manos; todo por 10 pesos. Junto al espejo donde corta, Dorita tiene dos cotorritas australianas, una celeste y otra violeta, a las que tienta con pan cuando quiere mimarlas un poco. Las cotorritas tienen dos vocecitas saltarinas que pueden hacer que te sientas en el medio del campo a pesar del rugido del 53.
Cortarse el pelo puede ser un placer.