PLACER
› VINOS
Los caminos de Baco
Por primera vez se editó en Argentina una guía que recopila todos los vinos dignos de mención –además de describir las características y cuidado de las cepas, las bodegas y las familias que las atienden– del continente sudamericano. Es un tratado digno de coleccionistas y además un mapa de sensaciones que promete renovarse todos los años.
› Por Marta Dillon
El dice que ya sabe lo que quiere hacer cuando sea grande, aunque la barba entrecana y el modo de fumar en pipa hablen de unas cuantas décadas pasadas buscando eso que quería hacer, justo ahora, que es lo que es. Lo aprendió el último verano, dice, y una pizca de envidia, tan nimia como la dosis de chili mejicano que hay que poner en una comida para que la boca no se incendie, se cuela en la pregunta de esta cronista que no puede imaginar nada mejor que viajar en busca de todos los vinos. Ah, no, dice él, no todo es placer, hay que ver lo que se sufre bajo el sol del desierto mendocino, masticando el polvo que sueltan las pocas lluvias de verano cuando las ruedas aplastan el ripio que dibuja la ruta del vino en la zona de Cuyo. O peor todavía, insiste, cruzar la enormidad de Rio Grande do Sul en busca de las pocas bodegas que pintan tanta pampa, tanta cuchilla como único accidente; y saber que en poco más hay que pisar tierra roja paraguaya para probar otros vinos desconocidos, inesperados, de maduración temprana porque el calor arranca la fruta de los sarmientos antes de que en el sur de Chile, por ejemplo, haya tomado color. Una cosa es viajar por placer, asegura, y otra muy distinta es viajar y trabajar.
Y sin embargo, Diego Bigongiari, su pipa y su barba de marino mercante –que alguna vez fue, surcando millas náuticas como ahora kilómetros de ruta– sabe que cuando sea grande quiere “caminar todos los veranos australes entre pinta o envero y vendimia probando las mejores uvas sudamericanas y gustando sus mejores mostos de vinos blancos fríos y fermentales, preguntando de nubes, insectos, levaduras y maderas a las y los enólogos”. Porque así es como pasó el último verano, ese fue su trabajo antes de que el invierno lo encuentre gozando un resto al fondo de una botella, de uno de esos 50 mejores vinos del continente que recopiló para la guía que acaba de salir al mercado con un título nada metafórico: Viñas, Bodegas y Vinos de América del Sur, que describe 300 bodegas sudamericanas –la mayoría, por supuesto, entre Argentina y Chile– y le pone puntaje y notas de cata a 1500 vinos. Un tratado que da cuenta de las rarezas de cada terreno, la historia de las principales familias bodegueras, la complejidad del clima en las distintas regiones. Es una guía de vinos, pero también una crónica de viajes que tienta a los inquietos a tomar el auto y salir de una vez por todas a ver qué hay un poco más allá de las narices de los lugares turísticos de siempre.
¿Por qué no llegar a Paraguay si según este viajero que descubrió su oficio en la ruta el paisaje puede ser similar a la India, con sus cebúes sueltos que se atraviesan como carruajes por el asfalto y esos pueblitos alemanes en los que es imposible entender los carteles si no se sabe algo de aquel idioma? Es una sorpresa saber que en ese país hubo quien logró producir vinos –pocos– de más de sesenta puntos. Igual que en Uruguay, donde las familias italianas o portuguesas que llegaron expulsadas por la guerra supieron transformar el paisaje ondulado en un remedo de su tierra, con sus viñas añosas y sus cepas de tannat que de alguna manera recuerdan al malbec argentino, el varietal que distingue la zona de Cuyo al punto que podría apropiarse de la denominación de origen. Recorriendo las páginas de la guía resulta una sorpresa tomar conciencia de eso que Diego Bigongiari llama “pereza cultural”, o simple falta de curiosidad por lo que producen los países hermanos, como si el vino fuera similar a unacamiseta de fútbol y todo aquel que no la lleve sea un “otro” distinto y hasta despreciable. El mismo y su equipo de 5 catadores aprendieron a quitar de en medio sus prejuicios como esas motas de polvo que hacen pesada la ropa. Habían supuesto que en Chile el recelo por esos argentinos que iban a calificar la excelente producción transandina les iba a cerrar puertas que al final cedieron como accionadas por alguna palabra mágica, tal vez la palabra vino, tal vez la idea de ampliar el equipo con colegas del país. Lo cierto es que después de catar 472 vinos los diez alegres catadores se sintieron tan cerca como cerca estaba el espíritu de Baco, haciendo cosquillas en narices acostumbradas a oler vainillas y duraznos, ruda, orquídeas, camelias y jazmines, compotas de frutas negras, condimento de pimienta, clavo, canela, café, tabaco y esas palabras que sirven tanto para describir el color y las notas de olfato de un vino como para hacer poesía.
“Tratado en que se dan preceptos o meras noticias para encaminar o dirigir en cosas, ya espirituales o abstractas, ya puramente mecánicas o materiales”, es la definición de diccionario de la palabra guía. Dice Diego que no intenta guiar a nadie, tal vez nombrarlo todo como un naturalista del siglo XIX, con la pasión del coleccionista, aunque sin acaparar. Aun cuando en la memoria queden las historias de las familias migrantes de la vieja Europa, las que siguen con el oficio de sus padres y abuelos, sobre todo en Chile, en Uruguay y Brasil –menos en Argentina, que por no invertir tuvieron que vender la mayoría de sus viñedos–; y el amor que ponen quienes cuidan los viñedos como lo que son: origen del placer, delicadas plantas que donan su fruto y su espíritu, un corazón que fermenta y busca una boca para anidar y una nariz que lo reconozca. Porque no hay vino que no haya sido hecho más que para disfrutarlo. Entonces para quienes buscan la calidad o la excentricidad, la aventura de un sabor nuevo, la seguridad de lo que ya ha sido catado, esta guía puede ser un manual de consulta, un mapa y hasta una biblia –con sus sencillos signos para reconocer lo que se busca, las indicaciones de precio y hasta de exportación– donde encontrar las palabras que rindan apropiado culto al espíritu travieso del dios Baco.