Lunes, 6 de enero de 2003 | Hoy
PLAYAS
› Por Soledad Vallejos
Hubo un tiempo en que Mar del Plata, esa ciudad soñada para competir con Niza, fue el feliz refugio de una elite vernácula que disfrutaba de hoteles exclusivos, baños de mar a la luz de la luna y carnavales en los que el mismo Carlos Pellegrini se ocupaba de mojar a las señoritas. Todo terminó, sin embargo, con el arribo de las masas y el orden moralizador.
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