EL PAíS › EL MTD DE LA MATANZA NO PIDE PLANES TRABAJAR E IMPULSA PROYECTOS PRODUCTIVOS
“Los subsidios hacen que muchos no pidan trabajo”
El MTD de La Matanza prefiere no hacer concesiones, no critica a quienes aceptan los planes, pero advierte que de esa manera “muchos abandonan la gestión de trabajo genuino”. Se mantiene distante de los agrupamientos piqueteros más grandes y reconoce que en el camino que eligió encuentra “obstáculos muy fuertes”.
Por Laura Vales
En este MTD los desocupados no gestionan planes de empleo: consideran que la asistencia del Estado conduce a una cultura de sobrevivencia en la que se deja de luchar por el trabajo genuino. En lugar de reclamar recursos económicos (como subsidios o bolsones de comida) como método de acumulación, consideran que su tarea es impulsar la formación política “para que nadie lleve a nadie de la nariz”. Creen que el camino para volver al trabajo es generar emprendimientos autogestivos, autónomos. Entonces abren, por ejemplo, una panadería artesanal con precios muy baratos, y les va muy bien. Pero cuando los vecinos les preguntan cómo hacen las facturas a ese precio, les pasan la receta para que puedan prepararlas en su casa. Porque, a fin de cuentas, ¿de qué valdría el esfuerzo si al final del camino sigue instalada la competencia y no la cooperación? Hay que estar muy convencido para desarrollar esta línea de acción, cuyos resultados no son inmediatos.
Cosas como éstas ocurren en el barrio La Juanita, de Laferrère, sobre la calle Juan B. Justo 4650, en el edificio de una antigua escuela donde se reúnen los piqueteros del Movimiento de Trabajadores Desocupados de La Matanza.
Se trata de un MTD que no está encuadrado con las organizaciones piqueteras grandes, aunque se fundó en la misma época que algunas de ellas, allá por 1996. Es decir que no está dentro de la Corriente Clasista y Combativa, ni en el Bloque Piquetero, ni con la Federación de Tierra y Vivienda, ni con la Aníbal Verón, si bien se reconoce más afín a los últimos que a los primeros.
“No nos emblocamos porque ninguno de esos agrupamientos expresa lo que proponemos”, dice Toty Flores, integrante del movimiento, ex metalúrgico, mientras invita a Página/12 a entrar al patio de la escuela donde desarrollan sus actividades.
El lugar es un edificio amplio, como de un cuarto de manzana, con tres grandes aulas donde funcionan distintos talleres y emprendimientos y otras tres en refacción, donde quieren abrir un colegio primario con técnicas de educación popular. En el patio, mitad de tierra y mitad de cemento, hay un grupo de maestras hablando sobre el tema. A un costado, junto a un horno de barro, tres personas preparan pan.
La señal de identidad del Movimiento es su postura frente al rol del Estado. Su punto de partida podría sintetizarse de la siguiente manera: sus integrantes se definen como anticapitalistas; consideran que la desocupación es parte de un fenómeno mundial que llegó para quedarse, que el sistema provoca que un tercio de la población esté de sobra. Piensan que quienes están en el poder no van a modificar esta situación porque sí, ya que hasta ahora les ha sido provechosa. Plantean, finalmente, que el Estado benefactor es parte del pasado, una ilusión de la que más vale desprenderse. Parados desde ese lugar, defienden la autogestión y las cooperativas como una nueva forma de acceso al trabajo digno.
Contra el asistencialismo
En el MTD de La Matanza probaron caminos con distinta suerte. Tienen una panadería que deja ganancias, un taller de serigrafía que acaba de quebrar, otro de ropa a punto de abrir, una editorial que ha publicado dos libros y edita un boletín, con buenos niveles de venta. Los integrantes de cada grupo dividen sus ganancias en partes iguales. A diferencia de otros emprendimientos autogestivos, el trabajo no se realiza como contraprestación de los subsidios de empleo.
No es exactamente que no quieran saber nada con los 150 lecops del Plan Jefes y Jefas de Hogar: “El que lo consiga, que lo tenga”, dice Toty. Pero el MTD, como organización de desocupados, no los ha utilizado. Se mantuvo ajeno a la lógica de acumulación del universo piquetero: organizarse parareclamar, cortar la ruta en reclamo de planes y comida, conseguir un cupo de asistencia, sumar nuevos integrantes con la conquista, volver a cortar la ruta. Rechazar ese método de acumulación, concede Toty, tuvo costos. El más evidente es que continúan siendo un grupo reducido de militantes, no más de medio centenar.
La Juanita, donde está el MTD de La Matanza, es uno de los pocos de la zona que no nació como un asentamiento, aunque está rodeado de ellos. Sus habitantes vienen de una clase media que compró el terrenito y levantó su casa. En el ‘89, durante la hiperinflación y los saqueos, los vecinos se opusieron a pedir comida al gobierno porque decían que vivían en un barrio residencial. Pero doce años después, algunos de los asentamientos de los alrededores tienen mejor infraestructura que La Juanita: donde hubo toma de tierras, la organización de los ocupantes llevó los servicios básicos, abrió centros de salud, defendió el funcionamiento de las escuelas, mientras la crisis económica empobrecía y deterioraba a las zonas antiguamente más acomodadas, pero sin organización.
A mediados de los ‘90, La Juanita se sumó los procesos de lucha. Las primeras asambleas se hicieron por las facturas de electricidad, que se habían convertido en impagables. En el ‘95, los médicos de la sala de salud del asentamiento vecino, el María Elena (donde tiene mucha presencia la CCC), hicieron un censo y detectaron altos niveles de desnutrición infantil. Con el resultado del censo, los desocupados empezaron a hacer ollas populares para pedir trabajo y comida; mientras se realizaba una de esas protestas, como consecuencia del hambre, murió la niña Soledad Arrieta. Con ese trasfondo se creó el Movimiento de Ollas Populares de los Barrios de La Matanza, donde los desocupados de distintas zonas se empezaron a vincular entre sí.
Simultáneamente con ese proceso de integración se fueron diferenciando distintos grupos, con discrepancias políticas. El MTD tomó, frente a los piqueteros vinculados con partidos o centrales sindicales, una posición de autonomía. Y eligió también una postura de confrontación con el Estado.
Trabajo digno, producción solidaria
¿De qué viven los desocupados que lo integran? “De changas, de los trabajos de pintura o refacción que van consiguiendo los compañeros y compartimos entre todos, de lo que se gana con los emprendimientos productivos”, dice Toty.
Hay una búsqueda de generar trabajo a partir de otros valores: “Que sea genuino, sin patrones, con ritmos y reglas establecidas en común. Claro que es un avance con obstáculos fuertes, porque la necesidad de ganancia atraviesa todas las construcciones”.
Cuando empezaron con la panadería, por ejemplo, la bolsa de 50 kilos de harina costaba 18 pesos, costo en base al cual fijaron el kilo de pan a un peso con 20 el kilo para el público. Después los insumos se encarecieron: para agosto pasado, la bolsa de harina había trepado desde los 18 pesos a 53. El grupo de panadería tuvo fuertes discusiones sobre si subir o no los precios. El criterio era mantener la fuente de empleo, llevarse dinero a casa, pero también ser solidarios con los vecinos. La respuesta fue producir y vender el doble para mantener los márgenes de ganancia.
Pero esas experiencias (como la del taller de serigrafía, la editorial y otras iniciativas) también han ido encontrando techos. Los microemprendimientos han conseguido funcionar en mercados reducidos, de subsistencia, apoyándose en redes o vínculos de afinidad ideológica, centrados en producir bienes para los que no se necesitó de una gran una inversión inicial y que no han enfrentado situaciones de competencia.
“A nosotros nos preocupa que entre los desocupados se va generando una cultura de sobrevivencia –sostiene Toty–; en los últimos años, mucha gente abandonó el reclamo de generar trabajo genuino, los subsidios hanido generando costumbre, uno se acostumbra a convivir con la idea de no volver a tener trabajo.”
“Sobrevivir se convierte en una tarea que consume todo el tiempo, que ocupa el lugar del trabajo”, agrega Soledad Bordegaray, psicóloga social y también integrante del MTD. “El que tiene los chicos enfermos, pasa toda la mañana en el hospital para pedir un turno. Después viene el peregrinar de lugar en lugar para conseguir los remedios; al otro día tiene que hacer la cola para conseguir el plan Vida, o reclamar porque no pagaron los 150 pesos de desempleo, o tramitar el bolsón de comida, o ir a cobrar el plan y entonces se pasa otra vez la mañana en la cola del banco”. Comer, curarse, garantizar los 150 lecops del plan de desempleo insumen tanto tiempo y energías como trabajar.
En el MTD de La Matanza hablan no de un rechazo absoluto a la asistencia sino de una oposición a que las organizaciones de desocupados presenten la obtención de planes o comida como un triunfo, “cuando en realidad es una política de dominación”.
Llaves
En uno de los textos publicados por la editora del MTD, se cuenta un episodio vinculado con el manejo del poder. Los piqueteros habían conseguido un local y debatieron quién tendría las llaves del edificio, un tema que nunca es menor, porque el que tiene las llaves tiene la facultad de decidir a qué hora se cierra y se abre el lugar, facilita o no la realización de actividades, influye sobre los tiempos de los demás. Después de darle vueltas al asunto, resolvieron que lo mejor sería no usar llaves para que todos pudieran entrar y salir a cualquier hora. Pero sufrieron robos, así que hubo que repensar la postura.
–¿Qué hicieron finalmente? –preguntó Página/12.
–Todavía no encontramos la respuesta –se ríe Toty.
–Es como si estuvieran pensando todo desde cero, olvidados de que el mundo ya existe.
–O como tener confianza –dice Soledad–. Yo sigo creyendo que cuando la gente se apropie del lugar, tal vez el robo no tenga sentido.
El proyecto más querido es la apertura de la escuela primaria, un lugar donde enseñar con la metodología de la educación popular. Se menciona como ejemplo al Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, que ha desarrollado fuertemente la experiencia. La escuela está siendo pensada como un lugar donde se sigan desarrollando emprendimientos productivos. El próximo será el de confección de una línea de ropa, para lo que ya tienen fondos, insumos y un grupo que se capacitó durante nueve meses.
¿Pueden sostenerse por sí solos los emprendimientos productivos? Para Toty, esa búsqueda es la de fondo, la más honesta frente a la desocupación. “Me pregunto, si no generamos nosotros nuestras fuentes de trabajo, ¿dónde podría ir un ex metalúrgico como yo, con más de 40 años cumplidos? Supongamos que las fábricas se reabrieran: tomarían a personas de 20 años. Imaginemos incluso que las fábricas vuelven a abrir y toman a obreros de nuestra edad: todavía queda el tema de las condiciones de trabajo. ¿Cuánto sentido tendría haber luchado para volver a una situación de explotación? Yo no volvería, no soportaría el rigor, el cuerpo ya no me da.” Toty asegura que “también los más jóvenes, los que nunca tuvieron un oficio, se sienten fuera del sistema. Por eso están enganchados en el trabajo colectivo, cooperativo, solidario. Quieren ocupar el lugar que ellos quieran, el que puedan generar y no el que otros les den”.