PSICOLOGíA › RESTITUIR UN DERECHO DEL CHICO INTERNADO
Las autoras –luego de recordar que el juego infantil, lejos de ser mero pasatiempo, es “una condición necesaria para que haya niñez”– advierten que, cuando un chico es hospitalizado, los grandes suelen olvidar que, también, necesita jugar: una respuesta posible son los payasos de hospital.
› Por Valeria Andrusiewicz y Adriana Skrbec *
En los casos de internación hospitalaria infantil, el niño suele quedar invisibilizado tras su condición de paciente. Sin embargo, es de vital importancia habilitar un espacio donde pueda gozar de su derecho al juego: es jugando como el niño se constituye subjetivamente. El derecho al juego suele ser relegado, olvidando su importancia como fundante de la niñez.
Los programas sociales implementados por el Estado suelen focalizarse en la alimentación, la salud y la educación; quedan marginados otros programas que contemplen el derecho al juego, la recreación, la comunicación y la libre expresión. Esto puede vincularse con el imaginario social que postula una relación binaria entre juego y ocio, y que relaciona el juego con un espacio de mero entretenimiento; un “pasatiempo”. Esto invisibiliza el verdadero valor del juego en la constitución de la subjetividad del niño, en tanto actividad a través de la cual se despliegan complejos mecanismos motrices, cognitivos, emocionales y sociales.
“Si no hay juego, no hay historia ni infancia”, escribió Norma Bruner (Duelos en juego, ed. Letra Viva, Buenos Aires), ya que “en el juego, los niños se apropian y escriben las marcas que luego podrán leer, cuestionar, analizar”. El juego es una condición vital para el desarrollo del niño. Sigmund Freud (en Más allá del principio del placer y otros textos) caracterizó el juego como una actividad que posibilitaría al niño afrontar activamente situaciones penosas, displacenteras, que en un comienzo habían sido vividas pasivamente. Donald Winnicott (Realidad y juego) sostuvo la idea del juego como elaborativo. en él, el niño despliega su creatividad y amplía sus posibilidades simbólicas y creativas. En la Argentina, Enrique Pichon-Rivière retomó estos conceptos y consideró al juego como una actividad creadora (El proceso grupal. Del psicoanálisis a la psicología social, T. I, ed. Nueva Visión) que permite operar sobre el mundo mediante una adaptación activa a la realidad, opuesta a la adaptación estereotipada.
Conviene recordar que el juego antecede a la palabra, “a punto tal que es como si el juego le diera voz a esa etapa de la vida designada por un término, ‘infancia’, cuya etimología deriva de la palabra latina infans, que significa precisamente ‘incapaz de hablar’” (Alicia Rozental, El juego, historia de chicos, ed. Novedades Educativas, 2005). Es allí donde el niño encontrará su primera manera de expresarse, entender y aprehender el mundo que lo rodea, y podemos observar cómo “cada vez que el niño está en un punto de inflexión donde se juega el ingreso a un nuevo espacio, donde debe ser adquirido algo nuevo, fundamental para el desarrollo de su psiquismo, ‘juega a...’ lo cual es la primera forma de acceder o de adquirir lo que sea” (Ricardo Rodulfo, “El estatuto del juego y funciones del jugar”, en La infancia en juego, compilación de Pasini, M., Autores Editores, Tandil, 2001).
El niño desarrolla su juego en un tiempo y un espacio que son diferentes del cotidiano, hechos a su medida y productos de su propia imaginación e inventiva, donde “las características de sus juegos irán evolucionando y consolidándose progresivamente, siguiendo un ritmo que es individual y que le posibilita ir logrando nuevas destrezas y competencias” (Martha Glanzer, El juego en la niñez, ed. Aique, 2000).
Claro que, para que el juego se despliegue, es importante que se den ciertas condiciones, como la existencia de un clima de confianza que favorezca en el niño la expresión de sus emociones y sentimientos, tanto positivos como negativos, como así también sus miedos y ansiedades (Montoya, Benavides, González, El juego y el juguete en la hospitalización infantil, Valencia. Nau Llibres, 2000). Debido a que la dimensión del juego es una “condición necesaria para que haya niñez, no es espontánea ni natural. Tampoco depende de la dotación orgánicobiológica con la que se nace, no se hereda, sino que su surgimiento y existencia requieren un trabajo de construcción y constitución”, será de vital importancia propiciar su surgimiento y acompañar el desarrollo del juego, teniendo en cuenta que “el nojuego es una denuncia de que algo falló o al menos en este momento no puede seguir circulando y necesita la escucha de otro atento, la mirada que sostiene, un acompañamiento, o tal vez mejor, una nueva invitación a jugar” (María Regina Öfele, El juego en contextos adversos). Es responsabilidad de los adultos fomentar este derecho fundamental para que el niño pueda desarrollarse saludablemente.
La Convención sobre los Derechos del Niño sostiene que el niño que se encuentra física o mentalmente impedido debe gozar de una vida plena con un acceso efectivo a todos los derechos como cualquier otro niño: bajo ninguna circunstancia un niño debe ver obstaculizado su derecho a jugar; muy por el contrario, éste debe ser fomentado. En la internación hospitalaria infantil, y nos preguntamos si el niño, cuando tiene un problema de salud que obliga a su internación, queda relegado tras su condición de paciente. Al plantear la dicotomía niñopaciente, intentamos problematizar una situación que consideramos presente al momento de la internación pediátrica, dado que tanto el personal médico como la familia se encuentran focalizados en la enfermedad del niño, es decir, en él como paciente con una patología a resolver, invisibilizando que el niño hospitalizado trae consigo necesidades vitales diarias de estímulo, aprendizaje, de continuar con su desarrollo y, fundamentalmente, con su vida infantil (Marta Misztein, Silvia Villanueva, Ana Lagrange, El juego terapéutico en el niño hospitalizado. Una estrategia psicoprofiláctica, Asociación Juego y Vida. Buenos Aires).
Cuando el niño debe ser hospitalizado, su vida cotidiana cambia y surgen temores ante la nueva situación que generan graves sentimientos de inseguridad. El niño hospitalizado debe lidiar con su angustia y sus temores en un lugar que le es extraño, inhibidor y hostil. “Además de sentirse mal, pierde su libertad, su casa, su dominio del cuerpo y gran parte de los progresos hacia su independencia que había logrado en su medio natural” (Misztein, Villanueva, Lagrange, Gimbatti), lo que puede conducirlo a un retraimiento, con cambios en su estado de ánimo y en sus relaciones interpersonales.
“Paciente” remite a pasividad, condición opuesta al concepto de salud, pero que se presenta como “necesaria” en el contexto de una internación hospitalaria. Sin embargo, consideramos que se debe habilitar allí mismo un espacio donde el niño pueda ser un sujeto activo y creador, capaz de aprehender la realidad a través del enfrentamiento, manejo y solución integradora de los conflictos, un espacio donde él sepa cómo hacerlo, a su medida, un espacio de juego.
Cuando un niño hospitalizado juega a operar a su muñeco, a realizarle intervenciones médicas que él mismo sufre pasivamente, o bien cuando juega a que su muñeco muere, podemos ver cómo en esas escenas lúdicas se plasman muchos de sus temores y ansiedades. Como señala Raquel Gerber, “el juego permite la puesta en escena de una ficción donde el sujeto podrá representarse y arrancarse del acontecimiento traumático”.
A partir de la necesidad de reivindicar el derecho al juego en el contexto de la internación pediátrica, encontramos una figura capaz de habilitar ese espacio: el payaso de hospital.
El payaso de hospital utiliza la técnica de clown como una herramienta que le permite potenciar la capacidad lúdica del niño. A su vez, el niño se ve identificado con muchas de las características típicas de los payasos: el paso del llanto a la risa sin transición, la curiosidad, la ingenuidad, la mirada clara, la sinceridad, la espontaneidad, el deseo de jugar y experimentar (Jesús Jara, Los juegos teatrales del clown. Navegante de las emociones, Ed. Novedades Educativas), y esto favorece la construcción de un vínculo. Dice Jara que cuando vemos un buen payaso, “reímos de lo que hace, por lo que hace o deja de hacer, reímos por lo que imaginamos y, sobre todo, reímos porque nos identificamos con él o identificamos algo o a alguien conocido en él o en su comportamiento”.
El objetivo del payaso de hospital será habilitar un espacio lúdico, en el que el niño pueda desplegar su subjetividad recreando su mundo interno, como la realidad que le toca vivir. “Enmarcados siempre en la premisa de proporcionar una atención integral que contemple los aspectos biopsicosociales del niño, los payasos de hospital intentarán mejorar la calidad de vida de los niños hospitalizados y sus familias, ayudándolos a sobrellevar la situación, desdramatizando el entorno mediante el juego y la risa” (Adriana Skrbec y Valeria Andrusiewicz, “El payaso de hospital como agente de salud”. Revista Alternativas, Laboratorio de Alternativas Educativas de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad de San Luis, 2007).
El payaso de hospital es agente de salud, debido a su posibilidad de generar un cambio en favor de la salud del niño hospitalizado, y un defensor de los derechos del niño, pues asume que, al habilitar el juego, el paciente recupera su condición de niño.
* Cofundadoras del grupo de payasos de hospital “Hospisonrisas”. Texto extractado del trabajo “Niños o pacientes. El derecho al juego en la hospitalización infantil”, que fue presentado en el VIII Congreso Internacional de Salud Mental y Derechos Humanos, Universidad Madres de Plaza de Mayo, 2009.
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