Jue 09.12.2010

PSICOLOGíA  › ELABORACIóN DE DUELOS EN PAREJA

“No puedo darle hijo”

A partir del caso de una pareja que sufrió una experiencia traumática cuando ella dio a luz su bebé, el autor reexamina la noción de “trabajo de duelo”, en general y, particularmente, cuando dos personas han padecido la misma situación traumática.

› Por Daniel Waisbrot *

Cuando entraron en la sala de partos, no imaginaron lo que sobrevendría. La madre y la recién nacida corrieron peligro de muerte. Finalmente, ambas salieron vivas, pero la madre, por haber perdido el útero, no podría volver a serlo, por lo menos “como Dios manda”, según su propio decir. Esto sólo fue contado, con mucha angustia, por ella y él, varios meses después de haber iniciado el psicoanálisis de pareja.

“No doy más –había dicho ella en la primera entrevista–. El se la pasa jugando al póquer y nosotros no existimos. Trabaja y juega al póquer. Pierde el dinero que tanto nos costó conseguir.” “Ella exagera –contestó él–. A ella le molesta que yo tenga mi vida y lo único que quiere es que esté con ella. Y eso de que nos costó conseguir... Me costó conseguir.” “Es que parece que ya no me quiere –dijo ella–. No le importa que desde hace un tiempo yo hago aportes importantes a la economía familiar. Lo que pasa es que no puedo darle hijo, más hijos.”

Poco a poco el malestar inicial va cediendo y da paso a pensar en los proyectos realizados y en los truncos. Los dos son de una zona rural del sur argentino; vinieron a Buenos Aires a hacerse cargo de una empresa familiar, una industria de productos alimenticios. La empresa era de la familia de él. Las materias primas las compraban a la familia de ella, que, con el producto de un pequeño campo, vivían en los límites de la pobreza. Así se conocieron: él acompañando a su padre al campo del padre de ella.

La empresa familiar era llevada por el padre de él, en un esfuerzo continuo, largamente sostenido, de viajes incesantes entre Buenos Aires y su ciudad de origen. Un padre cansado, que esperaba que el hijo varón se hiciera cargo de sus negocios. Un hijo varón que veía la oportunidad de una mixtura: podría hacerse cargo y seguir perteneciendo, pero a distancia suficiente. A ella, venir a vivir a Buenos Aires le permitiría conseguir un título universitario que añoraba y del que se encontraba muy lejos en su pueblo de origen y bajo las condiciones económicas de su familia de origen. Lo consiguieron. Ella pudo estudiar y recibirse y él pudo llevar adelante con éxito la empresa familiar. Después vendría armar una casa para alojar una gran familia. La casa la obtuvieron, pero los hijos... “Apenas pudimos uno..., una”, dirá él con amargura. La realidad del cuerpo les cerró prematuramente el camino al sueño ideal. Y vaya si fue a penas.

¿Pero por qué ahora? ¿Por qué, seis años después de acontecido aquel suceso, aparece la crisis? “Yo creo que él no está conmigo –luego de unos meses, ella había dejado de decir “...no está con noso-tros”, había podido separar a la hija de sí misma– porque yo no puedo darle más hijos. Tampoco el hijo varón que él tanto deseaba.” El estallido ocurre cuando él le plantea la idea de alquilar un vientre. Un primer intento de pensar en cómo descongelar el sueño trunco.

Ella interpreta ese pedido como una confirmación del desprecio de él por su “mutilación”. Se abre una oportunidad para hablar de lo sucedido. Insisto. Habían pasado varios meses y yo aún no sabía con claridad qué había pasado. El clima intimidaba en cuanto a preguntar.

A partir de allí, las sesiones se transformaron en un velatorio. Los dos cuentan con lujo de detalles lo que pasó. El trabajo del análisis propone que, luego, empiece el otro contar: cuentan qué les pasó con eso que pasó. Largas, difíciles sesiones de llanto y palabras conjuntas que van anudando significación a lo que hasta allí no la tenía. Ella sentía la ausencia en su cuerpo. El veía la ausencia de la mesa grande y del hijo varón. La presencia de la hija, verdaderamente investida hasta allí, empezaba a cobrar el carácter de sobreviviente de una catástrofe aún por anudar.

El análisis permitió pasar del trauma al inicio del trabajo de duelo. Casi un año después, avizoran la posibilidad de adoptar. Hijos sin padres para padres sin “suficientes” hijos para el sueño ideal. Cuesta saber cuánto hay allí de deseo, más allá de los ideales de la gran familia. En eso están, en eso estamos.

Esta viñeta nos introduce en las complejas relaciones entre trauma y duelo. No se entra a una sala de partos para no salir. Tampoco se entra para salir sin el hijo, y menos todavía para salir sin la posibilidad de seguir teniéndolos. Estas tres posibilidades latieron con fiereza en esos meses de zozobra. Nos encontramos ante una escena que no dudaría en denominar traumática: cuando digo “traumática”, quiero proponerla como antitética de duelo. Paso a explicarlo.

Trauma es, sobre todo, ruptura: de la trama representacional, de la historización simbolizante. Trauma es ante todo, desgarradura, agujero. El duelo, en cambio, es sobre todo trabajo de duelo: supone trabazón, ligadura, trama representacional, tejido simbólico que permita volver a historizar, volver a disponer, no ya de lo perdido pero sí de lo que escapó de su sombra.

Cuando algo de lo traumático inunda, el duelo, como trabajo,es imposible. Es necesario recorrer un camino que permita conducir del trauma al inicio del trabajo de duelo.

En ese sentido, me gustaría poner en cuestión la noción de “duelo patológico” versus el denominado “duelo normal”. Prefiero pensar que hay duelo, o no lo hay. Si lo que me interesa es sobre todo delinear el concepto de duelo como trabajo, lo que se suele denominar “duelo patológico” en verdad no es duelo, en tanto está trabado su trabajo.

Pensemos el duelo en relación con el dolor. En “Inhibición, síntoma y angustia”, Freud revisa la relación entre angustia, dolor y duelo. Si la angustia se presenta ante al peligro de la pérdida del objeto, el dolor se presenta ante su pérdida ya acontecida.

El modelo del dolor es el del dolor corporal: estímulos que perforan barreras protectoras. Escribe allí Freud: “El lenguaje ha creado el concepto de dolor interior, anímico, equiparando enteramente las sensaciones de la pérdida del objeto al dolor corporal”. Es, entonces, dolor en el “alma”, equivalente a dolor en el cuerpo. Hay distintos modos de nominar lo que aquí llama “dolor anímico”.

En El malestar en la cultura Freud realiza una descripción exhaustiva de lo que allí, en lugar de denominar “dolor”, llamó “sufrimiento”. Es cierto que el duelo duele, y que por lo tanto, al provenir ambas palabras de la misma raíz latina, la equivalencia tiene sentido. Sin embargo, es tan grande la cercanía a la idea de dolor físico, que sólo al poder hacer un salto hacia la noción de sufrimiento pudo generar una complejización teórica interesante.

Así, en plena descripción del dolor, necesita diferenciarlo del duelo, del que ha dicho ya que no entendía por qué era tan doloroso. Y allí ya no tiene dudas. “El duelo se genera bajo el influjo del examen de realidad que exige categóricamente separarse del objeto porque él ya no existe más. Debe entonces realizar el trabajo de llevar a cabo ese retiro.” Si hay duelo, hay dolor, hay sufrimiento, porque el sujeto está obligado a ese retiro de cada situación donde el otro estuvo, donde fue “asunto de una investidura elevada”. Si hay duelo, es porque hay trabajo para volver a disponer de la libido hipotecada en el objeto. Trabajo con la transformación de la presencia en ausencia y de la ausencia en recuerdo. Si no, habrá trauma –angustia traumática, agujero–, puro desarmado de la trama.

La viñeta ofrece la posibilidad de pensar en cómo se tramita un duelo en pareja: cómo los sueños se interpenetran, cómo cada vínculo debe trabajar ese espacio conjunto, que a veces permite cumplir sueños y otras muchas no. Ellos arman una pareja con un horizonte de deseos conjuntos que se obstaculiza por la puesta en vigencia de alguna de sus fuentes de sufrimiento: el cuerpo de ella, cerca de la muerte, “mutilada”.

Se trata de una pareja que empezó muy joven, casi de adolescentes: una de esas parejas que tienen como trabajo, en el vínculo, abrir la exogamia. Algunas lo logran y allí termina su sentido; no siempre esa pareja adolescente puede transformarse en otra cosa que una pareja adolescente. Ellos siguieron. A partir de un encuentro muy cercano a la endogamia, parecieron transitar esa salida y el armado de un vínculo diferente, hacia proyectos de otro orden, pero algo pasó. El cuerpo vincular, ese cuerpo que traería varios hijos a la familia, algún varón, no pudo hacerlo.

Uno observa, en el devenir de las sesiones, cómo el vínculo, después del evento traumático, no ha podido transformarse, imposibilitados de duelar lo que cada uno de ellos había perdido. Y vale la pena remarcar que pensar en duelos conjuntos no significa dejar de lado las distintas subjetividades de la pareja. “Cuando la depresión es vivida de manera conjunta por varios sujetos, no está establecido que se haya constituido, que evolucione y que se elabore en el mismo tiempo y con el mismo ritmo para cada sujeto. La temporalidad de la elaboración y la de la reparación no son sincrónicas”, escribió René Kaës (“Las depresiones conjuntas. Elementos para una psicopatología del vínculo”, en Revista de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, Nº 30). No logran del todo estar juntos para pensar cómo rearmar el nosotros. Ella siente el cuerpo mutilado. El mutila su economía en el juego.

René Kaës formuló la hipótesis de que “la naturaleza del vínculo que los une entra de modo decisivo en la formación y el devenir de su experiencia depresiva”. Sabemos cómo, muchas veces, la clínica muestra las dificultades de los hijos para sortear con capacidad simbolizante los trabajos de duelo que sus padres no han podido realizar. Son dificultades ligadas a la trasmisión transgeneracional de ciertos núcleos depresivos. Ello hace imprescindible poner a trabajar, en un análisis de pareja, aquello que concierne a las depresiones conjuntas y a los duelos congelados en virtud de alianzas inconscientes.

Pensar el duelo como trabajo nos ubica en otra lógica que la de pensar en “normal” o “patológico”. Ese trabajo no se realiza de una vez y para siempre. Va y viene. Avanza y se detiene. En algún momento habrá realizado gran parte de su trabajo y es donde diremos “duelo elaborado”, como quien dice “asunto terminado”. Sin embargo, siempre van quedando restos que seguramente volverán a aparecer, cuando la vida lo indique, por esta o aquella circunstancia, hasta que nuevamente vuelva a interminarse.

* Extractado de Más de un otro. Variaciones y vacilaciones del dispositivo psicoanalítico, de reciente aparición (Psicolibro ediciones).

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