PSICOLOGíA › HIJOS DE MUJERES VIOLADAS
› Por Andrea Homene *
Madrugada de invierno en la guardia de un hospital público. Una norma implícita dice que nadie puede mencionar que la guardia viene tranquila, no vaya a ser que todo cambie de pronto. Cábalas de trabajadores de la salud. Y efectivamente, luego de pensar en que tal vez la jornada termine sin más sobresaltos se escucha la sirena de un patrullero seguida del sonido de la ambulancia. Ingresan una camilla con una joven adolescente, con ataduras caseras en sus muñecas. Sangra mucho, rápidamente la ubicamos en el shock room y los cirujanos corren a atenderla. Carolina ha intentado suicidarse. No es la primera vez, nos cuenta un familiar presa de la angustia. Lo hace a menudo, y es probable que un día consiga quitarse la vida.
Al día siguiente, pasada la urgencia clínica, la entrevisto. Carolina tiene 16 años. Cuenta que desde muy chica siente muchas ganas de matarse; que desde los doce años lo intenta, y que lamenta que esta vez la descubrieran cuando se había encerrado en el baño. Ha probado ya distintas maneras de quitarse la vida y asegura que la próxima vez no va a fallar. Habla de su madre: “Nunca me quiso”; “De parte de ella, sólo he sentido odio”. No soporta la mirada de la madre, que describe como “de desprecio”. Dice que no tiene fotos de bebé; mejor dicho, no tiene ninguna foto. Y que, de tanto preguntarse y preguntar los motivos por los que siempre se ha sentido sola y vacía, finalmente su madre le confesó lo que era un secreto bien guardado pero mal disimulado: Carolina es producto de la violación de su madre.
Un familiar cercano, ya muerto, abusó sexualmente de la madre, a los 14 años, cuantas veces quiso, hasta que la dejó embarazada. Su madre, continúa Carolina, no supo qué hacer. No quería tenerla, ocultó el embarazo hasta que la panza resultó evidente. Cuando el padre de la madre se enteró, le dio una paliza, descreyendo de lo que ella le había contado sobre las violaciones. Después, quiso regalar a Carolina, pero no la dejaron. Así fue como se la quedó, sin ninguna posibilidad de hacer de “eso”, producto de la violación, una niña hija de algún deseo. “Eso.” Así es como se nombra Carolina: “Yo soy eso que le pasó a mi mamá, y no quiero vivir más”.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación acaba de emitir un fallo en el que admite que no sea castigada una adolescente que había sido violada y que, como consecuencia de esa violación, quedó embarazada y decidió abortar. Asimismo, quedan exentos de consecuencias penales los médicos que lo practiquen, con el consentimiento otorgado por la mujer mediante una declaración jurada, sin requerir de autorización judicial. En otros casos, la judicialización ha derivado en la imposibilidad de consumar el aborto, debido a que al producirse los fallos el embarazo estaba tan avanzado que ya era imposible.
Como se ve en el caso presentado, la violación no sólo trae consecuencias tremendas para el psiquismo de la mujer violada: también tiene consecuencias sobre el hijo, producto de la violación, en relación con el lugar que ha de ocupar en el deseo materno; en relación con esas miradas, a veces odiantes, a veces despectivas, a veces hasta piadosas, de las que el niño puede ser objeto sin saber consciente que las decodifique.
No debiera desconocerse –por respeto a la dignidad, al deseo– que la ausencia absoluta de un deseo vital del que sostenerse puede hacer que la vida de un niño, resultado de una violación, esté signada por lo mortífero. Carolina lo pone en acto. Quiere matarse, no hay vida posible para ella. Su marca de origen signa su destino y la condena a vivir con un inmenso pesar que le resulta insoportable. Nadie quiso que ella viviera; ella tampoco quiere. Es el recuerdo permanente del horror padecido.
El fallo de la Corte sienta las bases para el tratamiento del aborto no punible en el Congreso. El debate está abierto, pero resulta imprescindible oír la voz de los mudos: las mujeres violadas, los hijos producto de esa violación, su sufrimiento, el sentimiento de culpa que los invade, la vergüenza que sienten al contarlo, como si ellos, los hijos, fueran responsables del acto aberrante que les dio origen.
* Autora del libro Psicoanálisis en las trincheras. Práctica analítica y derecho penal (ed. Letra Viva).
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