Jue 10.01.2013

PSICOLOGíA  › REFLEXIONES EN LA PLAYA

“Esos diez centímetros...”

› Por Sergio Zabalza *

Llega el verano y, con la playa, el sol y la arena, nos envuelve un arrebato que conjuga el deseo con la nostalgia. Es como si detrás de esos cuerpos apenas cubiertos se balanceara el sentido último de la vida. En “Garota de Ipanema”, Vinicius de Moraes describió la desazón encantadora a la que nos suele arrojar el impacto de la belleza. Es como si el absoluto se hiciera presente para dejar expuesta nuestra fragilidad existencial. ¿En qué consiste esta atracción?

Está claro que la sexualidad del macho se destaca por su carácter fetichista. Pero un matiz fetichista no es la perversión. En una observación sobre el “Caso Juanito”, de Freud, Jacques Lacan, al comparar el placer que experimentaba Juanito al ver a su mamá en bombacha con el asco que le causaban las bragas sueltas por allí, concluía: “Juanito no será nunca un fetichista”. Es como si el contorno de la ropa sobre el cuerpo marcara el borde en que el fetiche no satura al objeto de deseo. En El placer del texto, Roland Barthes observa: “¿El lugar más erótico de un cuerpo no es acaso allí donde la vestimenta se abre? (...) es la intermitencia, como bien lo ha dicho el psicoanálisis, la que es erótica: la de la piel que centellea entre dos piezas (el pantalón y el pulóver), entre dos bordes (la camisa entreabierta, el guante y la manga); es ese centelleo el que seduce, o mejor: la puesta en escena de una aparición-desaparición”.

(Recuerdo por mi parte mis impresiones, una vez que fui a una playa nudista: tras un par de horas, la desnudez de un cuerpo no causaba tanta impresión como asistir al momento en que una mujer se sacaba la ropa.)

Bien, ese intervalo en que el objeto insinúa la desnudez prueba la tesis freudiana según la cual la pulsión no se satisface con el objeto sino en su recorrido. Entonces, el secreto de la atracción no reside tanto en lo que el objeto nos brinda como en aquello que nos quita: esa falta que la belleza vela tras el goce estético. Así, el objeto porta algo que me constituye por el vacío que cava en mi ser, la clave singular que desnuda mi más recóndita intimidad.

Pero, ¿cuál es el trabajo psíquico que habilita un destino de enamoramiento –o sus metáforas–, antes que el impulso violento o invasivo? En Una temporada con Lacan, Pierre Rey contó que, antes de empezar su análisis, creía que todo logro cultural descansaba en algún fracaso sexual: “Que, desde el comienzo de los tiempos, toda creación se contenía en los diez centímetros que separan la mano de un hombre del culo de una mujer”. Su análisis le reveló que la carencia de objeto es una condición estructural que aqueja a todo ser hablante, más allá de las contingencias: “Esta mano, aunque se hubiese posado sobre aquel culo, nunca hubiese encontrado allí lo que creía encontrar en él. Como tampoco el culo, suponiendo que los culos piensen, hubiese tenido, al contacto de esa mano, la esperada plenitud”.

¿En qué reside entonces la posibilidad de un encuentro entre dos personas cautivas de, por ejemplo, un arrebato erótico playero? Jacques Alain-Miller observa que “el milagro del acontecimiento-amor es que ese real del Otro, en lugar de suscitar asco, horror u odio, suscita amor”. En todo caso, se trata de estar dispuesto a esa oportuna contingencia que le permite, a ella, prestarse a la cosa, de tal forma que él pueda ir más allá de la Cosa. Y viceversa.

* Psicoanalista. Hospital Alvarez (el texto es fragmento de un trabajo sobre el erotismo y el “objeto a”).

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