PSICOLOGíA › VIOLENCIA CONYUGAL: UN MODELO DE INTERVENCIóN EN TERRENO EDITADO EN FRANCIA
Este trabajo, según la autora, “pretende dar a conocer un estilo de intervención frente a la violencia conyugal que complementa y contradice las prácticas habituales mediante las cuales las víctimas deben presentarse como tales ante consultorios o instituciones”.
› Por Eva Giberti
Este trabajo fue publicado en la revista Cliniques Méditerranéennes Nº 88 en octubre de 2013 y evidencia la atención que se dedicó al programa Las Víctimas contra las Violencias1 del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. Originalmente en francés, edito su traducción y reducción selectiva que señalo entre paréntesis (...).
Pretende dar a conocer un estilo de intervención frente a la violencia conyugal que complementa y contradice las prácticas habituales mediante las cuales las víctimas deben presentarse como tales ante consultorios o instituciones.
Como el problema ha dejado de ser privado, la elección consciente e inconsciente de cada pareja se desarrolla en circuitos asimétricos en los que el poder de daño físico y las predilecciones públicas y sociales juegan habitualmente en beneficio del varón.
Nuestros equipos eligen otras estrategias, modifican la relación con la víctima pero advertimos que ésta puede tener bloqueada cualquier salida habilitante de concepciones simbólicas y que retorne a vivir con el sujeto maltratante y a compaginar nuevamente una dupla de sufrimientos.
Sin más pretensión que exponer un nuevo estilo de acercamiento a la víctima, templado por perspectivas psicoanalíticas y limitado por sus posibilidades personales y por su entorno, se presenta este texto que además propone considerar las complejidades que se involucran en la génesis del problema.
Este planteo está inspirado en una bibliografía internacional que incluye la violencia conyugal entre sus prácticas, se inscribe en el orden de los procesos de opresión y sometimiento que caracterizan las culturas y políticas patriarcales y exceden el paradigma sexo/género. Los procesos de opresión se ponen de manifiesto en las segregaciones de las etnias, en las diversas modalidades económicas y culturales y legitiman las desigualdades en favor de estas políticas reguladas por el sujeto activo, reconocido como “el señor”, caracterizado por ser blanco, educado, que dispone de múltiples bienes y es heterosexual.
Mi reflexión psicoanalítica se relaciona con la exposición de los diferentes aspectos del texto, considerando las alternativas que el psicoanálisis ha aportado frente a estas violencias que abarcan no sólo la violencia física sino la psicológica, la económica, la simbólica, la obstétrica y las diversas formas mediante las cuales los discursos promueven esta forma de agresión hacia la mujer en la vida de pareja.
La tesis acerca de la perversión narcisista entre los miembros de la pareja constituye un aporte de sensible importancia, así como el texto de M. F. Hirigoyen (1998). Distintos autores ofrecen perspectivas esclarecedoras si bien parciales a la luz de las observaciones que realizamos trabajando en terreno con las víctimas de violencia conyugal recientemente golpeadas que solicitan asistencia urgente desde sus domicilios.
Este programa realiza sus actividades desde marzo de 2006 en la ciudad de Buenos Aires. Actualmente el programa ha instalado el modelo también en Chaco y en Misiones.
El Equipo de Violencia Familiar inaugura un estilo único en América latina. Las víctimas de violencia (o algún vecino que escucha sus gritos) llaman por teléfono a un número gratuito, el 137, que es atendido por cinco operadoras (psicólogas con formación psicoanalítica) en un call center que funciona las 24 horas durante las 365 días del año. Cuenta con 120 psicólogas y trabajadoras sociales y cuatro abogadas en guardia telefónica pasiva para ser consultadas ante cualquier duda. De acuerdo con las características del llamado se dispone la salida de un automóvil policial rumbo al domicilio de la víctima. Dicho vehículo está tripulado por dos policías, una psicóloga y una trabajadora social (puede ser un hombre y una mujer) y se dirigen al domicilio de donde ha surgido la llamada. Se trabaja en la escena donde se produjo la violencia. Lo cual constituye una diferencia sustantiva con todos los modelos de atención a víctimas que eligen presentarse ante una institución.
Del universo heterogéneo que conforman las mujeres golpeadas, solamente nos ocuparemos de un 40 por ciento de ellas: las que llaman solicitando auxilio pero no desean denunciar al golpeador. Es decir, las que se encuentran en un riesgo específico.
El programa no recibe denuncias: se ocupa de trasladar a la mujer a la instancia jurídica donde ella podrá denunciar. Nuestras estadísticas indican un 60 por ciento de mujeres que denuncian el maltrato recibido y solicitan una intervención jurídica sancionadora para el golpeador. Pero existe una cifra “negra” de mujeres que no consienten en denunciar. Nuestro trabajo reside en acompañarlas, intentar explicarle la necesidad de la denuncia y la garantía que para ella significa introducir ese antecedente. Enfrentamos un problema ético: por una parte se niegan a ser atendidas si intentamos demostrarles sus derechos y la protección que la denuncia implica para ella y sus hijos. Por otra parte, nuestra legislación (ley 26.485/2010) obliga al funcionario a dejar constancia de la denuncia ante la violencia que la mujer evidencia. Dado que las intervenciones duran aproximadamente entre cinco y seis horas (mientras se conversa con ella, serenándola, se acoge a los niños aterrorizados y escondidos en distintos lugares de la casa, se la acompaña para que busque sus documentos ya que a menudo el atacante los ha localizado destruyéndolos para evitar que ella proceda legalmente), confiamos en lograr que acepte denunciar. Difícilmente lo logramos.
En las víctimas que padecen cronicidad del maltrato físico (ocho o diez años) el llamado es diferente de aquel que registra uno o dos años. Ambos, con diferentes tiempos lógicos y cronológicos, podrían entenderse como la interrupción de la espera de lo inevitable y habitual, conjugando la evidencia del golpe con la frase “ya no puedo más, me va a matar”, buscando que se desencadene un alivio logrado con la mediación de la terceridad que nosotras representamos en nombre del Estado. Se incorpora una suplencia yoica que representa la opinión del colectivo social en relación con un episodio caracterizado como violencia contra la mujer. (Giberti, 2011)
El trato posterior con estas mujeres marca una diferencia entre quien solicita ayuda coyunturalmente y quien lo hace después de muchos años “acostumbrada” desde un estado de sopor, somnolencia y de abulia, sacudido en esa oportunidad por la violencia extrema del ataque, momento en que habilita la palabra. A veces impulsada por una amiga.
“El psicoanálisis, lo sabemos, bien, es a la vez una técnica y un conocimiento: poder,acción y comprehensión siempre en un horizonte de ciencia.” Blanchot (2012)
Alguien podría preguntarse si los psicoanalistas deben formar parte de esta actividad. Las consultas por violencia familiar se multiplican en hospitales y consultorios privados y el psicoanalista recién toma contacto con la víctima horas después de sucedido el episodio de violencia. No dispone de la perspectiva que evidencia la visión de la casa dañada por la violencia. Dato que sin ser imprescindible para un psicoanálisis ilustra la situación de la cual proviene la víctima (...)
Fue complejo trasladar el posicionamiento psicoanalítico de las jóvenes psicólogas a las prácticas en terreno (Giberti, 2011), pues estaban acostumbradas a trabajar en consultorio y su convicción residía en afirmar que un psicoanalista sólo debe intervenir de ese modo (Giberti, 2010) (Giberti, 2012). Por otra parte, la formación académica las había preparado para “estar dispuesta a creer que sabe algo, dado que dispone de un vocabulario y de un marco supuestamente científico, en los que la verdad no tiene más que acomodarse. Entonces a partir de una posición de fuerza no ya como un puro oído, un puro poder de escuchar, sino como un saber que desde un principio sabe mucho (...)” (Blanchot, 2012)
En el modelo que nos ocupa es notorio el estado de abulia e inermidad que permite hipotetizar una desestimación del afecto (McDougal, 1987) (Maldavsky, 1995), incluyendo pánico en diversas oportunidades como describe Maldavsky (1995) que les impidió solicitar auxilio desde el comienzo de los malos tratos y pensar en un arrasamiento de la subjetividad, una abolición de la misma originada desde los inicios del mundo anímico.
Es conveniente aclarar a qué nos referimos: Freud (1895) sostiene que existen dos grandes contenidos iniciales de conciencia: la percepción y el afecto. El afecto, acerca del cual Freud se pregunta, es el primer contenido de lo anímico, es una conciencia de los estados y procesos pulsionales y por lo tanto algo nuevo (Maldavsky, 1997), una neoformacion; mientras las percepciones son contenidos de conciencia que capturan el mundo externo. Los neurobiólogos han investigado este campo localizando componentes neuronales del desarrollo de la conciencia. Al respecto los estudios de Pribram (1969) han sido esclarecedores sobre todo respecto de la conciencia, y más recientemente, Crick. F y Koch. C (1990), mencionados por Maldavsky, D. (2002), quien ha citado “algunos de los desarrollos recientes en neurociencias que pueden ser afines con el psicoanálisis”.
Freud aclara que el afecto constituye una cualidad, la cual se desarrolla en la conciencia. La falta de captación de esta cualidad deja al individuo carente de subjetividad. En esta metapsicología de la conciencia inicial, la falta de conciencia impide la aparición de vivencias, las cuales tienen tres componentes: una percepción, un afecto y un componente motriz, siendo estas vivencias la fuente del desarrollo de huellas mnémicas. En estas vivencias lo nuclear es el afecto, porque de lo contrario las percepciones carecen de significatividad, y lo mismo ocurre con la motricidad. En lugar de un universo cualificado predomina la monotonía propia del mundo no cualitativo, que queda representada no por huellas mnémicas sino por números, como lo destacó Lacan (1972) (...).
En cuanto a la desestimación, Freud (1914) sostuvo que era una defensa que en general se opone a lo nuevo. Y como el afecto es lo primero nuevo en constituirse en la vida psíquica, la defensa puede interferir el desarrollo del mismo.
Cuando el afecto es desestimado, en lugar del dolor psíquico surgen los estados de abatimiento e inermidad, justamente ante la presencia de un dolor sin sujeto capaz de sentirlo, sin conciencia de ello.
Dado que el afecto no ha aparecido como algo nuevo, no surgen contenidos de conciencia capaz de cualificarlos ni una subjetividad como producto de esa conciencia inicial. Suponemos que éste es un estado de posible aparición y desarrollo en estas mujeres que no se atreven a denunciar. No obstante, subjetividad y conciencia pueden ser recuperadas posteriormente.
Estas apreciaciones parecen coincidir con las historias tempranas de estas mujeres que han soportado durante años, inclusive la infancia, malos tratos de diversa índole coronados por golpes reiterados, todo ellos incluido como “esperable” en el sentido de lo que puede suceder sin que ellas, inermes, puedan hacer consciente el peligro además de la violación de sus derechos. Lo cual también compromete a sus hijos.
Habría que pensar en un caudal importante de mujeres, siendo niñas, que están a merced de la desestimación como abolición de la subjetividad, en un estado de sopor o de abulia que nosotros registramos como transfondo de su relato de los hechos padecidos que no son nuevos y que anteriormente parecería que hubiesen sido aislados de una cualificación afectiva como la rabia o la ira y aun la furia capaz de inducirla a solicitar ayuda. En relación con nuestro comentario previo referido a los dos grupos de mujeres golpeadas, aquellas que llevan años de maltrato y aquellas en quienes el tiempo de maltrato ha sido más breve, podemos agregar que esta diferencia puede relacionarse con el poder creciente que ha tenido en la vida psíquica de estas mujeres la tendencia a la descualificación, la hegemonía de la desestimación del afecto, que fagocita paulatinamente a otros sectores psíquicos de la misma mujer.
La posición económica de estas mujeres suele ser carente y su miedo a la pérdida del varón como resultado de una denuncia se asocia con la presencia de este hombre como sostén económico de una familia con varios hijos; pero en oportunidades esa dependencia no es tal en los hechos, aunque las mujeres se sienten en ese estado, como homeless, pese a la situación paradójica de que poseen cierta solvencia económica.
Tampoco adhieren a la separación aquellas que no pueden prescindir de un compañero varón para vivir socialmente. Cualquiera de estos modelos remite a la heterogeneidad del campo. Advierte acerca del peligro que implica localizar la presencia de la violencia conyugal en la desestimación de los afectos de la mujer silenciando el aprovechamiento que de tal modalidad ejerce el varón en su tradicional papel de opresor. Arriesgamos posicionar a la mujer como responsable por esta violencia.
La desestimación del afecto se combina con otro mecanismo que es la fuga y que Freud en Pulsiones y destino de pulsiones (1915) atribuyó al Yo. Realidad Inicial, al más temprano de todos, combinándose de este modo dos defensas. Se trata de una defensa radical, que convierte al otro en indiferente para el yo. Quien se siente el destinatario de esta defensa, el abandonado por la fuga del otro, se supone objeto de la indiferencia de ese otro. Puede ocurrir, entonces, que la mujer golpeada tema ser la destinataria de la fuga por parte de su pareja, y que suponga que la única alternativa para retenerlo sea dejarse golpear sin realizar denuncia alguna. (Maldavsky, D., 2012)
En cuanto a la desestimación, Lacan (1958), siguiendo las propuestas de Freud (1914) en el estudio del caso del Hombre de los Lobos, la caracteriza como una defensa que arroja algo fuera del mundo de lo simbólico, de la significatividad. Freud decía que en el caso ya mencionado, la desestimación recaía sobre la castración y sobre el representante simbólico del padre. Aclaró que esta defensa constituía una corriente psíquica que podía coexistir con otras, la cual puede fagocitar a otras más complejas y menos patológicas. Además, la desestimación es considerada por Freud como una defensa frente a lo nuevo, y no sólo como una defensa ante la castración y la función paterna, y ésta es la orientación que seguimos para aludir a la desestimación del afecto, que es lo primero nuevo en constituirse en la vida psíquica, tal como lo expusimos poco más arriba. La mujer que inicialmente se entrenó en “dejar afuera” lo nuevo del afecto desde la niñez enfrenta la representación insoportable de la violencia junto con el afecto estragado pero ahora con un depositario varón. Ese “dejar afuera” y desestimar “lo nuevo” citado en el texto el Hombre de los Lobos, con referencia a la castración, es un entrenamiento temprano de la que ahora es mujer.
Corresponde diferenciar entre la desestimación del afecto, que aparece en las neurosis traumáticas cuando queda afectado el cuerpo, de la desestimación psicótica mencionada por Lacan que también encontramos en la historia de estas mujeres. Puede inferirse la representación insoportable de aquello de lo que “no quiso saber nada” mediante la desestimación de los afectos iniciales, de donde Lacan (1975) iniciará su tesis sobre la forclusión y en una respuesta a Hypolyte dirá: “(Es un) “estado”, no sólo de inmovilidad en la que se hunde, “sino en una especie de embudo temporal, de donde regresa sin haber podido contar las vueltas de su descenso y de su ascenso, y sin que su retorno a la superficie del tiempo común hubiese respondido de su esfuerzo”. Como si hubiese tomado contacto con estas mujeres (...).
Estas mujeres no son necesariamente psicóticas pero por momentos se comportan psicóticamente. Pueden ser psicóticas con avanzadas defensivas eficaces, cuya aparición es imposible anticipar. Demuestran la inercia y el sopor de la desestimación de los afectos, sus vidas se mantienen sin posibilidad alguna de sobreponerse y no obstante sobreviven como seres miserables a quienes las éticas y las políticas denominan víctimas. Transportan una humanidad demandante hacia el resto. Son personas “raras”. Y conforman un submundo que no está a la vista: la desestimación y la desmentida las acerca a la comprensión fallida de quienes las acompañamos.
No son comparables con los adictos o las víctimas del terrorismo. Son el terrorismo y son matriciales porque es a ellas a las que les ocurre. Las clasificaciones y descripciones que pensamos y enunciamos las registran como “otras personas” porque sólo a ellas el varón las mata a palos por ser quienes son para él: mujeres.
Lejos de la neutralidad propuesta por el psicoanálisis aquí se trata de una vigilancia abierta al registro sensible de lo que nos ofrece la mirada y la escucha, como parte de esa escena en la que nos insertamos. La preposición “contra” que regula la filosofía del programa interviene en la imposible neutralidad de las profesionales dado que durante los diálogos con la víctima su tarea permanente reside en informarle acerca de sus derechos, que la víctima no siempre logra comprender, enfatizar en los derechos de los hijos y sugerir la necesidad de concurrir a un grupo de autoayuda o consultorio para poder hablar de lo que le sucede dada la habilitación de la palabra solicitando la intervención del Estado. Al cual, en función de la preposición “contra”, puede demandar en su condición de víctima o/y de sujeto oprimido por un sistema patriarcal estatalmente avalado mediante procedimientos judiciales que frecuentemente no reconocen técnicamente su posición, sino suelen sospechar de la veracidad de sus dichos.
Como psicólogas somos pantalla de proyección para quienes atendemos. Tenemos que estar disponibles en la cercanía corporal –es frecuente que levantemos en brazos a los hijos de la víctima– sin que ello implique más que eso, prestar el cuerpo en una gestualidad propia de la emergencia: tender los brazos y que ella se cobije sin habitarnos.
Este es un aprendizaje ajeno a la práctica de la neutralidad y enseña cuanto puede capturar la proyección de “lo que me hizo” según la víctima cuando recordamos la historia de las mujeres y “lo que nos hacen” actualmente como dato histórico y social, lo cual nos compromete libidinalmente.
1. Se denomina víctimas contra las violencias porque los matices “violencia”, “rivalidad”, “rebelión”, “animadversión” son variantes combinatorias del conector lingüístico contra. (Notas para un estudio de las preposiciones españolas, en Thesaurus, XXVI, pág. 270.) Una definición más amplia de esta terminología puede verse en M. Morera, 660 Marcial Morera Th. XLV, 1990. Utilizamos la preposición “contra” y no “de” en su título, ya que la preposición “de” en este contexto pasiviza a la víctima. Esta al posicionarse “contra” las violencias, como recurso de potenciación (empoderamiento) está defendiendo sus derechos, los cuales muchas veces desconoce. Si se coloca a la víctima contra, se introduce su necesaria hostilidad para demandar al Estado y exigir justicia. También para que los operadores/as no se confundan con la conmiseración hacia quienes atienden. Precisan entender que están participando en una contienda y no son neutrales.
Blanchot. M. (2012): La palabra analítica. Traducción Noelia Billi. Bs. As., La Cebra
Publicado en la revista Cliniques Méditerranéennes Nº 88 Violences envers les femmes: impasses, résistances, silences. Centre interrégional de recherches en psychopathologie clinique (CIRPC)
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