PSICOLOGíA
› EL APARATO PSIQUICO Y LA REALIDAD DE LA TRANSGRESION SOCIAL
Principito argentino y otras historias
Los casos de la “secretaria muda” y del “principito puto” le sirven a la autora de este ensayo para pensar de qué maneras puede afectar al psiquismo una sociedad donde se ha roto la “función de gregariedad”, esa “argamasa libidinal” necesaria para neutralizar las tendencias agresivas entre los seres humanos.
Por Isabel Lucioni *
El día en que se instauró la incautación de los ahorros, sueldos e indemnizaciones de las clases medias, una paciente mía, secretaria ejecutiva, quedó muda, y siguió muda durante tres días. ¿Histeria? Sí, por supuesto, todos tenemos una estructura predominante de personalidad. Pero, ¿Sólo histeria? ¿Acaso el aparato psíquico descubierto por Freud es una estructura de estilo armadura, impermeable a la realidad? No. Los equilibrios psicológicos sólo se mantienen con una actividad de homeostasis articuladora con lo micro y macrosocial.
Mi paciente, próxima a los sesenta años, consideraba que sus medianos ahorros eran su jubilación real, ya que en la nueva Argentina no existe otra jubilación. Pero en las siguientes sesiones no habló del dinero perdido y de la seguridad en la ancianidad también perdida. La mudez era un grito, un alarido reprimido frente a una vivencia de violación. Y los que conocen a víctimas violadas o secuestradas sabemos que, en muchos casos, lo más terrible es la vivencia de desubjetivización, el haberse sentido destinatario de deshumanización, de cosificación vista en los ojos turbios del otro. Mucho más grave es cuando la turbidez está en los ojos ausentes del Estado.
No, no hablamos fundamentalmente de los dólares con esta típica hija de la clase media, que logró subir un peldaño con respecto a sus padres, ya fallecidos, quienes habían sido empleados durante toda su vida. Y éste era un punto sumamente conflictivo en la producción sintomática de su mudez. Todo lo que le había enseñado su padre (el amado padre del complejo de Edipo, por supuesto, ¿qué otro padre tienen las chicas neuróticas y las normales?), todos los principios enseñados por el amado padre se habían hecho trizas. ¿Entonces es verdad que quien es honrado es un boludo? Tal cosa hubiera sido tan impensable para sus padres, como para los míos.
Pertenecemos a generaciones educadas en la represión sexual, pero cancelarla fue un drama pequeño si se lo compara con el vacío ético que pone en cuestionamiento todas las elecciones sublimatorias del aparato psíquico.
Otro caso: un hombre de cuarenta y tantos años pidió tratamiento por diversos motivos conscientes, ninguno de los cuales evidenciaba una de las motivaciones de su patología: una fantasía inconsciente de ser prostituta. Está identificado a su madre, ex mucama que logró el mérito social de casarse con el rico patrón, quien la trató como a su “princesita”, según el mito familiar relatado por la madre. El paciente no tiene datos directos porque el rey padre murió cuando él tenía 3 años. La madre vivió después a costa de amantes sucesivos que la mantenían. No sabemos lo que pasó con la herencia: quizá se dilapidó, quizá no era tal. En resumen, él no quiere trabajar, desea ser un “principito” puto que encuentre un padre que lo mantenga.
La fantasía de prostitución se reproduce también en otra variante, las fantasías de robo. Una noche, después de sesionar conmigo, se queda fascinado en un bar que está frente a un cajero electrónico bancario. Desde las 10 de la noche hasta la 1 de la mañana planea angustiosamente cómo asaltar y destruir al aparato del banco.
Pasamos muchos meses deshilvanando el hilo de sus fantasías, reflexionando sobre las trabas que le imponen a la acción efectiva, al trabajo. Eventualmente, mi paciente consiguió un puesto, técnico pero político, en el Estado. Y juntó cuatrocientos mil dólares en coimas.
Contra todo lo que había analizado el análisis, en la realidad existían padres-reyes, padrinos políticos que podían acunar a principitos putos (expresiones, todas, del paciente). Fue mi fracaso más estrepitoso en el trabajo de señalar a los pacientes que sus fantasías inconscientes son inviables frente a la realidad. Pero la nuestra es una realidad social transgresora que, en vez de permitir la elaboración del inconsciente, despliega efectivamente la perversidad polimórfica que Freud le descubrió al sistema inconsciente. Freud la llamó perversidad polimórfica “infantil” porque discurre mediante la omnipotencia, el desconocimiento de los límites que imponen la existencia del otro y la convivencia social.
Mi principito puto está en la pobreza ahora, porque su padrino lo abandonó por un negocio mejor en el que no entraba él.
Mi paciente secretaria clama: “¿Por qué nadie nos organiza?”.
“¿Que alguien cómo quien nos organice?”, le pregunto.
“Si Ernesto Sabato nos convocara, yo saldría.”
Un suspiro se me escapa en medio de mi abstinente silencio analítico.
Después de la sesión, me digo: que ella piense en un viejito cercano a los noventa años, por supuesto que tiene que ver con la añoranza del padre, pero su complejo de Edipo está siendo trabajado con intensidad, su relación con la ética es obvia para las dos e irrelevante hoy para la cura que estoy conduciendo. En su conciencia, por lo menos tan sana como la mía o como la de cualquier otro psicoanalista, el valor, el objeto de la añoranza es la honradez, la ética y ese reclamo añorante no es un síntoma. Es irrelevante que, desde el fondo de su inconsciente, el añorado papá del complejo de Edipo sea el fundamento de la ética que nunca dejó de dirigir su vida de gran señora, de una gran señora secretaria.
(Es parte de su neurosis femenina que olvide la parte de la ética que le debe a la mamá, pero no es la cuestión a desarrollar aquí.)
La ausencia de ética no sería equivalente a una violación si la ética no formara parte del psiquismo, como una de sus estructuras sustentadoras de identidad, si no fuera investidura del superyó.
Cuando un sistema de producción y distribución implica un reparto exorbitantemente injusto de los bienes sociales, se rompen los contratos sociales, la posibilidad de proyectos compartidos, se rompe la “función de gregariedad”.
La función de gregariedad es una poco conocida categoría freudiana que vengo rescatando de Malestar en la cultura: es la cantidad de libido objetal sustraída a las relaciones inmediatas y absolutamente necesaria para configurar estructuras sociales complejas. Es la “argamasa” libidinal que debe neutralizar la tendencia agresiva constitucional de los hombres contra otros.
La pérdida de proyecto político compartido es tanto un hecho social como intrapsíquico; implica la destrucción de los referentes identificatorios que cada sociedad debe brindar para que sus miembros construyan permanentemente su identidad. El trabajo de ser “yo”, de ser individuo, sólo se logra con multiplicidad de ofertas subjetivantes sociales.
Desde hace unos 50 años, el capitalismo cambió hacia una altísima concentración y una circulación mundial y cibernética como capital financiero. Si bien el capitalismo siempre operó intrapsíquicamente en la producción de subjetividades o formas del aparato psíquico altamente individualizadas, antes tenía fuertes aspectos disciplinarios vinculados a una valoración del trabajo, del progreso y el triunfo como triunfo del esfuerzo desarrollado bajo cierta templanza. ¿Cuáles son los efectos subjetivizantes, los enunciados identificatorios que produce la cultura del último capitalismo, que muchos autores llaman “poscapitalismo” y que dio a luz la cultura del posmodernismo? ¿Cuáles son las formas y estructuras del aparato psíquico a las que da lugar?
En primer lugar un narcisismo exacerbado, con búsquedas exasperadas de “¿quién soy yo?”. Rotas las exigencias disciplinarias del primer individualismo y desvalorizados los referentes generacionales por el cambio social, cada uno espulga en sí mismo los signos de un proyecto individual que, en general, se plantea sin responsabilidades respecto deun proyecto social y que, entonces resulta hedónico, en el sentido del principio del placer.
La referencia al individualismo hedónico fue planteada por autores como Gilles Lipovetsky o Christopher Lasch, quien describe precisamente la “cultura del narcisismo”. No se trata de ser apocalípticos: la cultura del narcisismo poscapitalista ha producido una búsqueda de sí mismo de la cual la existencia misma del psicoanálisis es tributaria, y con ella hay una posibilidad de libertad interior que quizá no conocieron las civilizaciones anteriores.
Pero es hora de dejar de decir tonterías como que el psicoanálisis es “revolucionario”: el psicoanálisis puede coincidir en la exigencia de búsqueda individualizante que caracteriza a nuestra cultura y su invitación hedónica a los fines de afinar el consumo. No sólo consumo de mercancías sino también de objetos humanos, cosa que hubo siempre pero adquiere cierta sofisticación actual. Freud no dejó de señalar que un hombre puede ser para el otro un bien económico o sexual: ambos casos no implican amor o adjudicación de subjetividad al otro, que aparece como un bien a consumir.
Y nuestro superyó cultural tiene una exigencia que es: sé tu mismo, espulga tus deseos y consume, sé ganador sin disciplina, aplicando el sentido de la oportunidad más bien que la formación. Son mandatos contradictorios en sí mismos porque conllevan la ignorancia de que ningún individuo se forma y se sostiene individualmente. Necesitamos reconocimiento, espejamiento –en el sentido de Kohut y de Winnicott– y un sentimiento de pertenencia a algo que nos trascienda, para que el narcisismo individual se pueda sostener.
Por ahora y hasta nuevo cambio del estado político-psicosocial de la gente, en los “cacerolazos” hay algo que me llama la atención como ciudadana-psicoanalista: la rabia alegre de mis conciudadanos. Están todos con una bronca negra ¡pero también contentos! ¿Cómo explicar este ánimo rabioso que por lo menos hasta ahora, no pide muerte ni horca? La multitud canta a voz en cuello: “¡Que se vayan todos!”
“Todos” son el Otro desubjetivizante, el grupo social que es sujeto de la acción desubjetivizante: en principio, los corruptos, como forma insoportable de constitución del poder político y económico.
¿Y la alegría? Creo que la alegría de mis conciudadanos es la de poder mostrar que no son ovejitas. Una ganancia identificatoria. Ganar el espacio público y encontrarnos los desconocidos, los que parecíamos indiferentes; es la freudiana función de gregariedad.
* Miembro de la Sociedad Psicoanalítica del Sur y de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires.
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