PSICOLOGíA
› TRATAMIENTO PSICOANALITICO DE UNA NENA CUYO PAPA MURIO EN EL ATENTADO A LA AMIA
Zapatos vacíos que guardan la huella del padre
El conmovedor caso de Ana, hija de un fallecido en el atentado a la AMIA, no sólo examina cómo puede llegar a elaborarse un duelo de esa índole, sino que permite empezar a entender cómo “la construcción de las significaciones de un traumatismo colectivo define un complejo camino entre lo personal y lo social”.
Por Susana Toporosi *
Ana tenía casi tres años cuando su padre murió en el atentado a la AMIA; era ingeniero, dirigía una instalación de plomería en ese edificio. La mamá la trajo a la consulta siete años después: la nena presentaba cuadros de angustia nocturna, especialmente cuando la madre salía a pasear con la nueva pareja, que tenía desde hacía pocos años. Pensaba que la mamá se podía morir y ella quedarse sola. Tenía pensamientos “malos”, según decía, en relación con cosas graves que podrían ocurrirle a la mamá si salía a la calle. También se chupaba el dedo compulsivamente desde bebé. Por lo demás era una niña muy inteligente y con una gran capacidad expresiva.
El siguiente fragmento de sesión ocurrió cuatro meses después de iniciado el tratamiento.
Ana: –¿Por qué Dios deja que sucedan a veces cosas muy malas y no dejó, en cambio, que los dinosaurios convivieran con los humanos? Pienso que la razón fue proteger a los humanos, porque los dinosaurios los hubieran matado. Vi la película donde Aladino volvía al pasado.
Terapeuta: –Tal vez te gustaría volver al pasado para evitar que algo suceda.
Ana: –Me gustaría, para avisarle a mi papá que cambie de trabajo y así salvarlo.
Terapeuta: –¿Por qué? ¿Qué tiene que ver salvarlo con que cambie de trabajo?
Ana: –Porque unas personas que decían que mi papá construyó una casa, se les cayó una pared y mató a alguien de su familia, le hicieron un atentado al trabajo de mi papá.
Terapeuta: –¿Cuál era el trabajo de tu papá?
Ana: –AMIA.
Terapeuta: –¿Vos sabés qué es AMIA?
Ana: –Un edificio.
Terapeuta: –¿Y qué hay en ese edificio?
Ana: –Vive gente.
La niña no sabía que era una institución judía ni que había sido un atentado terrorista, pese a que en el momento de la consulta tenía ya nueve años y su entorno, incluyendo familia, amigos y escuela, conocía con profundidad lo ocurrido. En su escuela había otros niños que habían perdido familiares. Trozos de lo que Ana escuchaba sobre los juicios que los familiares de los plomeros muertos, contratados por el padre para la obra de la AMIA, le habían iniciado a la madre, habían servido para la construcción de la fantasía de “un atentado al trabajo de mi papá”.
Ana nos muestra que la construcción de las significaciones sociales de un traumatismo colectivo constituye un complejo camino entre lo personal y lo social. Al niño, el hecho social sólo se le presenta bajo la forma de una pérdida individual imprevista que le exige la realización de un trabajo psíquico de duelo. El modo de estructuración psíquica del niño determina cómo va a quedar inscripto el acontecimiento: en este caso fue sólo como pérdida del padre; lo social de las circunstancias de la muerte, el sentido del atentado, parece poder construirse sólo después, y siempre a partir del sostén representacional y simbólico de un adulto significativo, en este caso la analista.
Además, Ana necesitó atribuir la muerte del padre a un motivo personalizado. En su fantasía, el padre había construido mal una casa, había matado a alguien y otros se habían vengado, con la misma moneda y en espejo: le derrumbaron el edificio del trabajo al padre y así lo mataron. Esto le da al acontecimiento una razón subjetiva de mucho peso.
Tolerar la herida narcisística que implica pensar que su padre fue muerto en un episodio irracional, incomprensible, impersonal y desubjetivizante como lo es un atentado terrorista en el que no se sabe aquién ni a cuántos se mata, tolerar esto resulta demasiado penoso para el psiquismo infantil; requeriría defensas más estructuradas.
De la subjetividad a la catástrofe social y de la catástrofe social a lo subjetivo; de lo personalizado a lo general y de lo general a lo personalizado: éstos parecen ser los movimientos del psiquismo infantil.
Los zapatos vacíos
Después de un gran trauma, quedan en el aparato psíquico restos correspondientes a lo real que ingresó durante el traumatismo. Estos restos no metabolizados aparecen en forma compulsiva, por ejemplo como pesadillas (S. Freud, Más allá del principio del placer). Son restos no simbólicos, ya que no remiten a ninguna otra cosa más que a sí mismos: el analista no habrá de intervenir interpretando, no tratará de encontrar una significación inconsciente, porque no la tienen. Aun después de mucho tiempo suelen encontrarse intactos esos fragmentos de lo visto y oído en la situación traumática.
A los ocho meses de comenzado el análisis, Ana entró al consultorio tocando en la flauta dulce una canción llamada “Muchacha triste”.
Terapeuta: –¿Qué tiene que ver “Muchacha Triste” con Ana?
Ana: –A veces. Es un secreto. Mi mamá no lo sabe. El papá del ascensorista del club (al que la niña concurre habitualmente) murió. El vivía en el club y yo con una amiga nos metimos a ver dónde era la casa.
Me pide una hoja y dibuja un plano del lugar del club debajo del cual hay un sótano con unas maderas que lo cubren. Escribe en el dibujo: “La casa del padre de Isi”, y explica:
Ana: –Se escuchan pasos, un bebé llorando y vemos zapatos. Una vez vimos una cosa toda negra que parecía una persona. Si hay luces prendidas son rojas o amarillas o naranjas. El padre de Isi es el que se murió. Cuando se construyó el club él ya había muerto. Pero allí hay alguien porque se escuchan pasos, se ven zapatos y no se puede entrar ahí. Es alguien que no puede salir de ahí. Para mí que es alguien que tiene algo que ver con el papá de Isi. Alguien que está para algo, pero yo no sé para qué.
Terapeuta: –¿Alguien que estaría para que no se olviden del padre, de que existió?
Ana: –Isi habla siempre de él. Para mí que alguien se quiere vengar de alguien, no sé de qué.
Sus dichos “vemos zapatos”, “se escuchan pasos”, “un bebé llorando”, se impusieron en mi atención. En sesiones posteriores le pregunté con qué los relacionaba ella pero no surgieron asociaciones. Los pensé como elementos indiciarios: modos de emergencia en el psiquismo que no tienen carácter simbólico, sino que son elementos recortados de lo visto y oído de una escena que resultó traumática.
Esperé hasta algunas sesiones después, cuando abordamos directamente la muerte de su papá (si le hubiera dicho prematuramente que ella me estaba hablando de sus fantasías con relación a la muerte de su papá, hubiera detenido el rico proceso de elaboración que estaba desplegándose). Formulé una construcción: le dije que tal vez ella me estaba contando que, cuando era chiquita y tenía tres años, se dio cuenta de que su papá no estaba más y de que no volvería, y eso fue cuando vio que los zapatos de él estaban vacíos; y que aquella vez lloró mucho y que escuchó su propio llanto como el de un bebé, el bebé que ella quería ser para estar en brazos de su papá. Ahora ella es una nena más grande y se pregunta dónde está su papá: por momentos se da cuenta de que está muerto y por momentos se pregunta si podría estar todavía vivo en algún escondite.
Estas construcciones transitorias, a modo de hipótesis, son un recurso para los analistas de niños cuando nos topamos, en los dibujos, en el discurso o en el juego, con esos elementos congelados en el tiempo deltrauma (Silvia Bleichmar, “Traumatismo y simbolización”, Seminario 2001, Buenos Aires).
Ana se emocionó y siguió desplegando nuevos juegos que le fueron permitiendo realizar, de a poco, el trabajo de duelo y construir las significaciones sociales que rodearon la muerte de su padre.
Eras más chiquita
Lo social influye en la elaboración del duelo individual. Después de una situación de catástrofe, hay tiempos externos al psiquismo que van marcando ritmos en que vuelven a abrirse las preguntas del colectivo social. En el caso del atentado de AMIA, todos los años, para el aniversario, se realizan actos a los que concurren sobre todo los miembros de instituciones de la comunidad judía. También están los vaivenes de las investigaciones, las denuncias, la reapertura de los juicios, que muchas veces se muestran por los medios de comunicación.
Todo esto, ¿opera a favor de la elaboración colectiva? O bien, ¿la elaboración colectiva opera forzosamente como un factor simbolizante a nivel del psiquismo individual o puede resultar retraumatizante? Tal vez en algunos casos tenga consonancia afectiva con el proceso de duelo del afectado y, en otros, pueda resultar intrusiva. Algo de la privacidad del proceso de duelo puede quedar intromisionado por lo público. Esto puede verse en otra sesión de Ana.
Ana: –Mi mamá tiene muchos juicios... Sé que ganó uno. Una persona decía que su marido había muerto en el atentado y que mi papá tenía la culpa.
Terapeuta: –Antes vos pensabas que papá podía haber tenido la culpa del atentado...
Ana: –No... (como desestimando que pensara eso)
Terapeuta: –Eras más chiquita...
Ana: –¡Ay!, ¿sabés que tengo un baile? Este año empezamos. ¿Sabés lo que pienso? Que uno está más adelantado que los hermanos mayores. Mi hermana tuvo bailes en sexto y yo en quinto, mi hermana iba sola al club en sexto y yo en cuarto. Yo antes no entendía, y como mi papá era ingeniero... Un día mi mamá me cuenta que mi papá estaba haciendo una remodelación. Yo creía que mi papá trabaja allí. (Hay un fallido en el tiempo verbal, como si el papá estuviera actualmente.)
Terapeuta: –Sabés que papá murió pero a la vez decís que trabaja ahora allí, como si estuviera vivo.
Ana: –Las chicas, cuando llega un aniversario, me preguntan: ¿cómo podés aguantar? Yo les digo: con el tiempo te acostumbrás. Ellas no entienden, no podés estar llorando todo el tiempo... Un chico, en cada aniversario, llora por su tío abuelo que también murió en el atentado de la AMIA. Yo, que se me murió mi papá, no lloro tanto. No entiendo, él llora más y lo veía una vez por mes. ¿Y yo, que lo veía todos los días? A mí me pasó algo peor y me la aguanto. No puedo vivir llorando... ¿Sabés qué me pasó en el campamento el año pasado? Estábamos hablando de los abuelos. Ese día cada grupo hacía su fogón. Yo hablaba porque tengo abuela y abuelo. Un chico se puso a llorar y no contó por qué. Yo me senté detrás de ese pibe que estaba llorando. Me contó que cuando él tenía un año su abuelo estaba subiendo al colectivo, el colectivo arrancó y el abuelo se cayó y se murió. Entonces yo le dije que mi papá se había muerto en el atentado de la AMIA. Todas las chicas se pusieron mal. Les dije: “Como no está mi papá, voy a vivir la vida sin mi papá”. El año pasado para el aniversario de AMIA cada chico me daba un beso con la cara de “pobre Ana”. Me va a hacer peor, pensaba.
Terapeuta: –Aunque vos te sentís más afectada porque perdiste a tu papá, vos hace mucho que lo sabés; lo fuiste hablando y pensando y estás más preparada para soportarlo. En cambio para tus amigos, cuando lo hablanpor primera vez con vos, es como si recién hubiera pasado y están más angustiados.
Ser hija de alguien que murió en el atentado a la AMIA –como ser padre de alguien que murió en la guerra de Malvinas– es un hecho que da identidad con relación al muerto. Hay una hiperpresencia del episodio social que rodeó la muerte, donde no son las características subjetivas del muerto sino las circunstancias sociales de su desaparición las que quedan remarcadas en la memoria colectiva.
Por último, y con relación al analista, el desafío suele ser cómo sostener la atención flotante, ya que el peso de las representaciones ligadas a las circunstancias de la muerte del padre constituye un polo de atracción constante que podría saturar rápidamente de sentido el material clínico de la paciente. Al fin y al cabo, el analista también está afectado por la catástrofe.
* Coordinadora de Psicopatología de Adolescencia del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez. Miembro del Equipo de Atención Psicológica de Niños Afectados por el Atentado de Amia. Texto extractado del trabajo “De ‘mi’ catástrofe a nuestra catástrofe social”, contenido en Trece variaciones sobre clínica psicoanalítica, coordinado por Ana N. Berezin, de próxima aparición (Siglo Veintiuno Editores).
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