PSICOLOGíA
› TRABAJO EN GRUPOS CON CHICOS QUE
PADECEN AFECCIONES PSICOSOMATICAS Y CRISIS DE ANGUSTIA
“¿Vos te pensás que va a ser fácil volver al cole?”
Miembros del Servicio de Psicopatología del Hospital de Niños Pedro de Elizalde cuentan su experiencia, desde una perspectiva psicoanalítica, con pequeños grupos de chicos que sufrían enfermedades como alopecía, vitiligo y psoriasis.
En 1995 un grupo de analistas del Servicio de Psicopatología del Hospital de Niños Pedro de Elizalde inició un trabajo de asistencia e investigación de pacientes con afecciones dermatológicas. De los pacientes derivados por el Servicio de Dermatología, llegaron a la admisión un promedio de 40 por año; las patologías más relevantes eran alopecía, vitiligo y psoriasis.
El equipo de dermatólogos (dirigido por Lidia Valle, a su vez presidenta de la Asociación Argentina de Dermatología), suponiendo la presencia de aspectos psicosomáticos y no pudiendo hablar suficientemente con los pacientes durante las consultas, decidió hacer un grupo con pacientes y médicos, una vez por mes, con participación de psicoanalistas de nuestro servicio. Los médicos suponían también que este espacio facilitaría la derivación de pacientes al servicio de psicopatología, que, de otro modo, a veces era sentida por los pacientes como exclusión –“Usted, doctor, no me quiere atender y por eso me manda al psicólogo”–.
Mediante este dispositivo fuimos verificando la creación de un lazo imaginario entre los pacientes, que comenzaron a nombrarse como un “nosotros”. Y, para nuestra sorpresa, pacientes que, derivados a psicopatología, dejaban sus tratamientos, sin embargo concurrían a la reunión mensual de grupo.
Nos dimos cuenta de que el lazo social que se producía en el grupo hacía que la gente siguiera yendo. A partir de eso, y tomando en cuenta la teoría de Massimo Recalcati sobre pequeños grupos (ver nota aparte), empezamos a formar “pequeños grupos monosintomáticos”, primero de chicos con problemas dermatológicos y después también con trastornos de lenguaje y ataques de pánico.
Por ejemplo, en Jazmín, integrante del pequeño grupo monosintomático de niños con alopecía, la muerte de su padre había producido una angustia que no había podido ser elaborada, tomando la forma de lo que llamamos pasaje al acto –en su caso, fugas escolares– y del fenómeno psicosomático –en su caso, caída del pelo–.
En el pasaje al acto se trata de la ruptura repentina de una continuidad en la conducta, caracterizada por su dimensión de urgencia. En el Seminario “La angustia”, Lacan considera la fuga como paradigma del pasaje al acto.
En el fenómeno psicosomático, hay una desgarradura que remite, en el cuerpo, a algo más que la imagen real; una marca que, al no estar perdida, se instala como memoria de lo real, memoria sin posibilidad de recuerdo, in-memoria (Javier Aramburu, “El fenómeno psicosomático y la clínica borromeana”, Hacia una clínica lacaniana del FPS, volumen 4). El cuerpo toma nota de un acontecimiento traumático pero el sujeto no puede historizarlo, no puede ser mediatizado por lo simbólico.
Mediante el dispositivo del pequeño grupo monosintomático, Jazmín comenzó el trabajo del duelo. Recordemos que, en la concepción lacaniana del duelo, no se trata de que el sujeto pierda el objeto, sino de que ya no hay Otro a quien faltarle.
En una sesión del pequeño grupo, una compañera contó que había festejado su cumpleaños, y habló de personas que habían estado ausentes de esa reunión. Jazmín, sin motivo aparente, se angustió. Y pronunció una frase que a ella misma la dejó perpleja: “Yo no estuve allí”. ¿Por qué hubiera tenido que estar allí? En todo caso, a partir de esa escena relatada por la compañera, que ella había leído como exclusión, por primera vez pudo reclamarle al Otro: “¿Por qué yo no estuve allí?”. A partir de la resonancia singular que le produjo esa escena, Jazmín pudo tolerar la angustia y surgió en ella algo del deseo.
Y este efecto se produjo a partir del grupo, como muletilla imaginaria, como facilitador que permite el despliegue de la subjetividad.
Carlos presentaba ataques de angustia que le impedían ir al colegio. Los ataques habían comenzado a partir de la muerte de su abuelo. El había idoprimero a un análisis individual, donde sus producciones gráficas –dinosaurios muertos por la caída de un meteorito– señalaban la angustia que, sin embargo, eludía todavía la palabra, la simbolización, y pasaba directamente al cuerpo. En el grupo monosintomático de fobias, Carlos demostró cómo la vacilación de los otros puede ser un recurso para meditar sobre la propia vacilación.
Una integrante de ese grupo le dijo: “¿Vos te pensás que va a ser fácil volver al cole?”; como si le preguntara si él creía que sólo cuando se le fuera el miedo iba a poder volver. Esas palabras le alcanzaron para soportar la angustia y volver al colegio. La compañera, ese pequeño otro, hizo emerger la precipitación de un juicio y la decisión de no esperar más.
Carlos encontró en su semejante la clave para la solución de su problema; esta reciprocidad con los semejantes instauró en él una tensión donde el momento de retraso con respecto al grupo se presentó como el momento de concluir. Momento de concluir, con su decisión subjetiva, el acto de comenzar nuevamente el colegio. Con alivio. El acto había reducido su goce pero con una ganancia de saber.
A partir de esto, comenzaron a articularse en Carlos preguntas subjetivas, que sólo podrán desplegarse en un análisis individual.
Los textos de estas páginas fueron escritos por Andrea Cucagna (directora del posgrado en Clínica con Niños y Adolescentes del Hospital de Niños Pedro de Elizalde), Mirta Blasco, Marta Castro Riglos, Noemí Cecchi, Eugenia Crivelli, Silvia Gvirtzman, Patricia Kovacevich, Mariana Loureiro, Anabella Racioppi, Gladys Staropoli, Dolores Ugarteche e Ivana Velizan (miembros del equipo de investigación sobre Pequeño Grupo Monosintomático de ese Posgrado).
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