Jue 02.10.2003

PSICOLOGíA  › SOBRE LA TRANSFERENCIA EN PSICOANALISIS: POSITIVA, NEGATIVA, DE AMOR Y DE GOCE

El señor K, la señora K, Dora y el Otro

Por Juan Ventoso *

En “Intervención sobre la transferencia” (Escritos, T. 1), Jacques Lacan se sirve del ejemplo de una joven paciente de Freud, la del “caso Dora”. Ella denunciaba que su padre y una señora, la señora K, tenían un amorío. El padre lo negaba, decía que eran fantasías de Dora. La paciente le planteó el problema a Freud y lo instó a que él tomara posición: se trataba, comenta Lacan, de si Freud iba a entrar o no en la misma mentira social en la que estaba embarcado el padre de Dora. Y Freud le dio la razón a Dora; le dijo, en resumen, que lo que ella decía era verdad. Esa respuesta de Freud, dice Lacan, permitió que, en ese análisis, la dialéctica de la verdad continuara y avanzara: esa respuesta fundó la transferencia positiva de Dora.
La transferencia positiva, la que es motor del análisis, es aquella que se atiene a la palabra del analizante, que hace avanzar la palabra del analizante respetando los términos propios en que habla; la hace avanzar en el campo de la verdad. Se trata del eje simbólico, entre el sujeto y el gran Otro entendido como aquel a quien nos dirigimos cuando hablamos, de quien esperamos una sanción respecto de lo que se dice, verdadero o falso.
Pero esto no agota la cuestión, porque el problema fundamental que plantea precisamente ese caso, el de Dora, es la transferencia negativa, que llevó a la interrupción del análisis. Freud, a posteriori, se pregunta qué pasó y contesta que él no había adivinado a tiempo la transferencia negativa de Dora. Lacan, en aquel artículo, ubica la transferencia negativa sobre el eje imaginario y la plantea como un momento de estancamiento en la dialéctica, donde se frena la dialéctica propia del análisis. Y encuentra, respecto de Dora, un error en la posición de Freud.
Freud insistía con que Dora estaba enamorada del señor K, el marido de la señora K. Dora decía todo el tiempo que no y Freud lo interpretaba como resistencia. Pero, dice Lacan, Dora estaba más bien identificada con el señor K; no se trataba de amor. Freud estaba en posición de hacer obstáculo porque, dice Lacan, estaba un poco demasiado identificado con el señor K e incluso tal vez un poco enamorado de Dora. El eje imaginario entre el yo y el pequeño otro, en este caso el yo de Dora y el del señor K, hace de obstáculo al otro vector, que viene del gran Otro y trae el mensaje de cuál es la cuestión verdadera que está en juego, que en el caso de Dora era la famosa pregunta: “¿Qué es una mujer?” Si Freud hubiera podido hacer escuchar esta verdad, habría ganado mucho en prestigio ante Dora, y ése es el resorte de la transferencia positiva: el prestigio que puede ganar el analista cuando escucha y hace lugar a una palabra verdadera.
Pero, ¿es posible con la palabra, con el significante, influir sobre el goce, modificar el goce? Freud se preguntará sobre esto a partir de 1920, cuando introduzca la pulsión de muerte y la repetición, y le subordinará también la cuestión de la transferencia.
Si pensamos que el goce, o la libido, es dócil a la palabra, todo va bien: con una práctica interpretativa podemos incidir en los lugares donde está fijada la libido, donde hay un goce estancado e inerte. Pero la práctica del análisis indica que no todo es así, que hay algo en el síntoma que no es interpretable como si fuera un sueño o un acto fallido; hay algo del goce del síntoma que no se desplaza fácilmente y que, incluso, tal vez sea irreductible. Desde esta perspectiva hay un cierto pesimismo, tanto de Freud como de Lacan hacia el final, con respecto a la posibilidad del psicoanálisis. Porque el goce no es dócil a la interpretación.
En “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Lacan formula un cambio con respecto a la función de la palabra en el análisis: plantea que la palabra es demanda. Demanda, que en principio, no es demanda de algo, de algún objeto, sino que puede plantearse en términos de un querer decir. Si alguien va a un análisis es porque quiere decir, y se le ofrece que hable, con lo cual se suscita esa demanda. En este sentido, latransferencia no es otra cosa que el despliegue de la demanda. Llevado este despliegue a su límite, la demanda es demanda de amor: cuando la demanda empieza a vaciarse de los supuestos objetos que se demandan, hasta que está en juego ya no se sabe muy bien qué, en ese punto límite, lo que está en juego es el ser: y una de las maneras de poner en juego algo que responda a esa demanda de ser es el amor.
El amor y la pulsión son dos maneras de responder a la falta en ser: ser amado –si el Otro responde a la demanda de amor– es una manera de ser. La otra forma es el goce. Una manera de ser es gozar. Los momentos de goce son momentos de certeza de ser, y no momentos de falta en ser. Cuando hay la certeza de que uno está gozando, ahí no hay falta en ser; hay ser.
Y estos dos ejes, el amor y la pulsión, se van a poner en juego en la transferencia. Desde la perspectiva de la satisfacción pulsional, la transferencia es más bien muda: no es lo que se dice, sino la satisfacción silenciosa que está por debajo de lo que se dice.
Al final de su enseñanza, Lacan insistía en que la palabra sirve para gozar; en que, lejos de ser un puente con el otro, la palabra es autoerótica. Para que llegue a haber algo del orden del diálogo, hacen falta otras instancias. Y es un dato cotidiano que se puede hablar, hablar y hablar para gozar y sin ninguna comunicación con ningún otro.
Por eso hay gente que se droga y que en determinado momento puede dejar de recurrir a las drogas y encontrar alguna satisfacción en el análisis: sin duda es porque empiezan a gozar de la palabra y encuentran en la palabra más satisfacción que la que proporcionaba la droga; empiezan a tomar la droga de la palabra y sabemos que es una droga de la que cuesta mucho desprenderse. La práctica de los cortes de sesión tiene que ver con limitar el goce de la palabra.

* Docente en la Facultad de Psicología de la UBA y en el posgrado del Hospital Tornú. Texto extractado de su conferencia “La transferencia hoy: entre maniobra e interpretación”, pronunciada en el ciclo “La clínica, hoy”, en el Hospital Alvear.

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