PSICOLOGíA
› LA DESOCUPACION Y SUS DIVERSOS
EFECTOS EN LAS RELACIONES FAMILIARES
“La nada que yo soy, ¿es algo para vos?”
Un equipo de psicólogas que desde hace siete años trabaja con grupos de desocupados y familiares actualiza los resultados de su experiencia, tomando como eje las diversas maneras como la violencia social puede convalidarse y reproducirse en el interior de las familias.
Por Elina Aguiar (coordinadora), Rosa Gremes, Mónica Guerdile, Silvia R. de Caminos, Virginia Ravenna, Emilia Faur y Mónica Horestein *
La desocupación afecta a todos: a los que trabajan, a los que están excluidos del trabajo, a los subocupados, a los sobreocupados y a las familias de todos ellos. La culpabilización del desocupado se puede reproducir en el seno de la familia, por ejemplo cuando reprocha al desalentado, al que ya no busca trabajo: “Es un vago”. Y el mismo desocupado se siente culpable, se autorreprocha. Es lo que llamamos victimización secundaria. Estas violencias repiten muchas veces las violencias padecidas fuera de la familia y convalidadas desde el entorno social.
Como el desocupado es desconocido como persona, suele sobreexigir a quienes lo rodean para que le compensen esa falta de reconocimiento, lo cual genera conflictos que lo dejan aún más aislado, no sabiendo quién es para el otro social. ¿Quién es para su familia, ahora que está sin trabajo? “Ante mis hijos siento que no soy nadie... que no tengo derecho ni razones para exigirles que se formen, que estudien.” Al sacarle el trabajo, lo despojaron de sus vínculos socio-laborales y esta labilidad recae en los vínculos de pareja y familia. El vaciado de los distintos lugares que ocupó como trabajador/a hace emerger una vivencia de vacío, la cual se liga a ansiedades primitivas de desamparo y abandono que se reactualizan en los vínculos familiares y que es importante detectar clínicamente.
Muchas personas desocupadas exigen y reprochan a sus parejas y familias que valoricen su autoestima jaqueada: “¡Mostráme que valgo!”, “¿Soy algo para vos si no tengo trabajo?” Resarcir al otro de su no lugar es una pretensión depositada en los vínculos familiares y de pareja, imposible de cumplir (frustración-reproche-violencia: un circuito posible).
Y desde que quedó sin trabajo ya tiene un lugar en lo social, el lugar estigmatizado del “desocupado”. Según sus otros apuntalamientos sociales, sus otras pertenencias, podrá correrse del lugar de excluido. Al perder lugar, se puede aferrar exclusivamente a la pareja, a la familia, demandándole sostén, seguridad, valoración, ya que la pareja y la familia son lugar de pertenencia y reconocimiento. En la situación de desocupación, este pedido se duplica y es difícil de satisfacer, con su consecuente circuito de frustración, paralización y/o violencias, interno o externo.
El familiar que sí trabaja también tiene que habérselas con la impotencia que aqueja a la familia y, como manera de conjurarla, se sobreexige, ocupa más lugares de los que puede. La conmoción en la pareja y la familia implica un reacomodamiento de funciones, proyectos e ideales.
La familia tiene que habérselas con distintos modos de enfrentar las crisis evolutivas esperables más el corte abrupto provocado por la desocupación. Las familias presentan así disritmias intersubjetivas, con modos que pueden ir del mutuo sostén al mutuo enloquecimiento, o de la anulación de uno a expensas del otro.
El proyecto de la vida, el proyecto vital compartido queda así cercenado. El único proyecto seguro es la incertidumbre. A la familia, ante la desocupación, se le pide un trabajo difícil de realizar: contener las ansiedades primitivas y no sucumbir ante la falta de proyectos. La desocupación ubica a la familia frente a lo catastrófico: a la pérdida de la noción de futuro. Y surge un proyecto: “cómo ir aguantando la caída”.
La inestabilidad económica se va convirtiendo en la problemática central de la familia. Hay una retracción libidinal: “Lo único que puedo pensar es cómo conseguir plata...”. La familia debe pensar cuidadosamente cómo reorganizarse restringiendo su calidad de vida. El deterioro económico muchas veces obliga a cambios de vivienda: se van a vivir con sus padres ancianos, con las consiguientes alteraciones de lugares y funciones en la familia. Los hijos adultos jóvenes no pueden irse a vivir solos.
En las clases medias, los hijos con educación aspiran a irse del país. La falta de perspectiva y otras conflictivas personales –que sería importante detectar– hacen frecuente que la emigración sea vista como la única salida. Los jóvenes ven el fracaso laboral de sus padres, no están motivados para estudiar, quieren trabajar pero no consiguen trabajo: ellos, que no acceden al primer empleo, y sus padres en edad madura son, en la escala laboral, las dos franjas con mayores dificultades de inserción. Entonces, las realidades y competencias generacionales y las necesidades de superación se ven alteradas. Esos padres no son vistos como modelo y tambalea el proyecto para padres e hijos.
Hay que destacar la importancia de la respuesta del entorno social a la desocupación, en el modo en el que el desocupado tramitará esta situación traumática. Cuando pasan a insertarse en acciones transformadoras y a ser reconocidos en otros estamentos sociales, su desvalimiento y aislamiento se aminoran al ser contenidos por una estructura social más amplia. Por ello la desocupación hace pensar que la socialización es un proceso constante y estructurante del psiquismo a lo largo de toda la vida de las personas. La subjetividad social se construye y deconstruye permanentemente: moldea constantemente nuestros cuerpos, nuestras mentes y muestras relaciones sociales.
Desde 1996 venimos trabajando en la Asamblea Permanente por los derechos Humanos (APDH) con personas desocupadas o subocupadas y familiares. Evaluamos que la desocupación implica violación cotidiana de un derecho humano y el trabajo en grupo con los desocupados y/o familiares tiene como objetivo recuperarnos como sujetos en un reflexionar y compartir que apunte a un quehacer subjetivante.
* Equipo de Salud Mental de la APDH.
Subnotas