› Por Andrea Homene *
Existen historias de vida que no se publican en los diarios, ni ocupan la pantalla de la televisión. Sus protagonistas no adquirieron celebridad, no son artistas, ni mediáticos, ni políticos devenidos personajes metrosexuales codiciados por señoritas del mundo del espectáculo. Tampoco son deportistas famosos.
Son personas comunes y corrientes, que nacen, viven y mueren sin que ninguno de tales acontecimientos adquiera notoriedad.
“En el diario no hablaban de ti.” Esa frase de un conocido poema entonado por Joaquín Sabina cuando aún le cantaba a los pueblos empezó a rondar mi pensamiento cuando me contaron que otro pibe más (y van....) se había suicidado.
Román era uno de los tantos jóvenes que en los albores de su adolescencia había comenzado a consumir drogas, a tomar alcohol y a cometer pequeños robos, en esa pendiente vertiginosa en la que los pibes van empezando a perder la vida.
Mientras están intoxicados por el consumo de sustancias, los chicos evitan la angustia de enfrentarse a lo que muchas veces es una realidad indisimulable: para ellos no hay lugar. Con frecuencia este nolugar tiene su origen en su llegada al mundo en un grupo familiar desintegrado, en el que sus progenitores carecen de la disposición libidinal para sostener a ese niño en el campo del Deseo, único espacio verdaderamente fundante de la subjetividad. Y esta ausencia hace que el niño “sobreviva” a costa de la falta de inyección deseante, que se traducirá, por ejemplo, en la imposibilidad de sostener cualquier proyecto. Son los pibes que se cansan pronto, que se aburren, que abandonan todo aquello que inician, aun cuando lo hagan con un marcado entusiasmo: el “combustible libidinal” les dura poco, y los solemos encontrar a un costado del camino, averiados y a la espera de un auxilio que difícilmente llegue.
Cuando llegan a esa instancia y algo los detiene (la justicia, habitualmente, tras la comisión de algún delito) y salen del aturdimiento tóxico, caen en estados de angustia y desesperanza, siendo urgente la necesidad de brindarles un sostén que los ayude a atravesar ese marcado malestar. Infelizmente, cuando eses sostén aparece a través de las distintas instituciones, suele ser insuficiente, y los vemos caerse, escurrirse entre los dedos de las manos sin que podamos sujetarlos a la vida.
Eso sucedió con Román. Cuando se miró en el espejo que la vida le propuso vio su falta de proyecto, sus fracasos, sus errores, su ruina. No sabemos si lloró; imaginamos que sufrió lo suficiente como para escribir una pequeña carta en la que le pedía perdón a su familia por “ser la oveja negra, el que hacía todo mal” y para enlazar una soga a un árbol y ponerle fin a su existencia.
La muerte de Román no salió en los diarios. No lo asesinó un abogado ex militar en pleno centro mientras iba a su trabajo. Murió solo, en los fondos de su casa.
Me pregunto cuánto de esta actualidad en la que se suceden sin parar los despidos, la descalificación del otro, la impiedad, la ruptura de los lazos sociales, los aumentos escandalosos de impuestos, servicios, transporte, la eliminación de planes sociales destinados a incluir a estos chicos en la vida escolar y social, el deterioro de los sistemas públicos de salud que cada vez tienen menos recursos para brindar atención a quienes carecen de una obra social o prepaga, cuánto de todo esto agudiza el dolor de la existencia de quienes se ven en su presente tormentoso y sin futuro y los lanzan a un pasaje al acto suicida ante la mirada impotente de quienes de alguna u otra manera intentamos reparar tanto daño.
* Psicoanalista. Autora del libro: Psicoanálisis en las Trincheras: práctica analítica y derecho penal.
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