Vie 26.12.2003

PSICOLOGíA  › GRUPOS DE CONTENCION Y REFLEXION PARA EMIGRANTES EN ESPAÑA

Compartiendo un matecito en Barcelona

Por Alfredo Aloisio *

En la Casa Argentina de Barcelona se lleva a cabo desde hace varios meses una experiencia nominada “Ronda del Mate”, con inmigrantes. A la Ronda llegan personas ávidas de encontrar contención psicológica y apoyo para sostener el intento de integrarse a la nueva realidad a la que han arribado, y encuentran un grupo de gente que, coordinado por una figura profesional, trata diferentes cuestiones vinculadas con las vicisitudes de la inmigración.
Por ejemplo, María: “Estoy rodeada de mucha gente pero no veo a nadie. Todo me es extraño; no hago más que comparar con Buenos Aires. Yo sé que si sigo así voy a terminar volviéndome”. O Jorge: “Yo esto ya lo sentía en Buenos Aires: me sentía un extraño en mi propio país. La crisis hizo que sintiera que se iba todo al carajo. Me tenía que cuidar de todo. Sentía que la Argentina se acababa. No tenía nada que hacer ahí”. O Nora: “Sí, es una cagada. Yo también tuve que empezar a ilusionarme con estar en otro lugar. Empecé a dar bola a las noticias que venían de Europa. Le preguntaba a cualquiera cómo se vivía por aquí. Aunque no tenía los papeles, no me importaba. Me decían que la cosa era empezar a laburar en algo y que después uno se va acomodando. Así me vine yo”. O Carmen: “Yo sentía que no había justicia y que me esperaba una vida de incertidumbres. Siempre pensé que en Europa no podría ser peor de lo que estaba pasándonos en la Argentina. No quería que mis hijos crecieran así, en la impunidad, sin tener dónde denunciar nada, porque nada me resultaba confiable”.
Otra vez ellos, pero un mes después. Dice María: “Necesito hablar en ‘argentino’, los códigos argentinos, las miradas, las inflexiones argentinas”. Jorge le contesta en argentino: “Si te quedás enganchada en ese rollo no vas a dar un paso”. María: “No. Hablar de todo esto me hace bien. Me hace bien escuchar, escucharme. Comencé a aceptar más esta realidad. Hasta hace poco no entendía ni por qué había venido. Ahora por lo menos sé que estoy acá y que puede resultar una buena experiencia. Ya no me quedo refugiada tanto en los recuerdos, ni en las comparaciones. Empecé a laburar en un lugar piola, que no te joden con los papeles. Está bueno. Porque estas cosas hacen que no te sientas tanto como una extraña”.
La Ronda facilita el tratamiento de temas en los que los participantes se identifican y por esta vía permite construir grupalmente soluciones; más allá de esto, ofrece la posibilidad de que cada uno pueda relativizar y criticar su propia posición mediante los mensajes que va recibiendo de los otros... y de sí mismo.
Suele advertirse en quienes se acercan a la Ronda un grado importante de frustración, producto de una peculiar idealización previa, que les sirvió en su momento para sentirse más confiados en la empresa iniciada. En estas situaciones, marcadas por la angustia, aflora el particular estilo con el cual cada quien, en su historia personal, afrontó su existencia. En este punto cada persona debe construir una respuesta genuina, lo cual no descarta la decisión del retorno.
Así, la Ronda ofrece reelaborar el hecho de ser “inmigrante”, para apostar a un proyecto sostenido de integración con la simbólica del lugar al que se ha arribado.
Se repiten ostensiblemente demandas de contención que dan cuenta del estado de extrañamiento en que se encuentran quienes se acercan a la Ronda. En este extrañamiento, la palabra “extraño” juega en una variedad de vertientes de significación: alude al sentimiento de estar fuera de los códigos del lugar; al sentimiento de que los otros resultan desconocidos y hasta antagónicos; también se extraña lo que se ha dejado y que en la actual situación cobra una presencia tan sobredimensionada que ensombrece la posibilidad de entregarse a la experiencia de establecer nuevos vínculos y vínculos con lo nuevo.
Frases como “No veo a nadie”, “Me siento ajeno”, “Hay mucha gente pero no hay nadie”, son invocadas reiteradamente por los participantes, que denuncian un peculiar estado de soledad que linda con la depresión.
Cabe destacar también la fuerte idealización del lugar al que apostaron al emprender una “nueva vida”: y esa idealización fue cuidadamente forjada, en forma proporcional al extrañamiento que los ha ido embargando en el lugar del cual partieron (su propio país). Se registra una suerte de polaridad, entre el extrañamiento y la idealización. Por una parte, el extrañamiento ante la realidad que configura el país del que se emigró: “Mi país me expulsó”; “No podía seguir allí, porque seguro que terminaba con un infarto”; “La crisis terminó con los lazos de solidaridad”; “A los que tienen el poder no les importa nada de nosotros ni de nuestros hijos”; “Estaba desesperado, y desesperanzado”; “Me sentía extraño en medio de tanta decepción”. Y la creciente idealización de una realidad “vivible” en otro lugar: “Me imaginaba que, al llegar, la cosa era ponerse a laburar, un año de sacrificio y empezar a traer a los míos”; “Si a mis abuelos les fue bien al emigrar, por qué no a mí”.
Pero una nueva vuelta de extrañamiento se presenta ante la discrepancia entre los ideales construidos y la realidad del lugar al que se arriba: “Cuando llegué estaba como atontado ante lo nuevo pero de a poco dejé de ser un tonto para pasar a ser un extraño”; “Me siento dividido”; “Si pienso, no sigo”. En este momento de fractura de las idealizaciones, se presenta la angustia.
El recién llegado a la Ronda tiende a sentirse “hablado” por los otros, esto es, a identificarse alienadamente con las soluciones que a los otros les habrían servido. Así, el extrañamiento que acosaba a la persona es velado por la identificación imaginaria al grupo, lo cual, ciertamente, contribuye a que se apacigüe la angustia. Pero es menester producir una reversión de estas identificaciones, para la persona se advierta en su decir: para que pueda advertirse en la posición subjetiva donde está alojado.

* Coordinador de la Ronda del Mate.

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