Jue 27.05.2004

PSICOLOGíA  › EFECTOS SUBJETIVOS DE
SUCESIVAS VIOLENCIAS EN LA ARGENTINA

Incertidumbre y amenaza en el mundo-grúa

La “incertidumbre inconsciente” y su correlato, la perplejidad, pueden expresar en el sujeto –según la autora de este trabajo– el sufrimiento ocasionado por “situaciones violentas” que pueden incluir desde los tormentos bajo la dictadura hasta la precarización laboral y la inseguridad urbana.

Por Janine Puget *

Ciertas situaciones violentas ocasionan diversos tipos de sufrimiento donde se recalca la incertidumbre y su correlato, la perplejidad.
- Durante la última dictadura argentina y en años ulteriores tuve la oportunidad de analizar personas que habían sido secuestradas y torturadas: en ellas fue posible dar cuenta de la relación entre incertidumbre y estado de amenaza. Ello se transmitió a gran parte de la población, que vivía en un estado de amenaza desequilibrante. Los que habían sido secuestrados referían que uno de los peores sufrimientos era el estado de amenaza entre las sesiones de tortura: no sabían cuándo ni cómo iba a ser, ni cómo se iban a comportar. “Se me deshacía la cabeza”, pudo decir uno de ellos. Ese no saber, esa imposibilidad de predecir, unida a la predicción certera de que algo terrible iba a suceder, era en sí mismo una tortura, con una cualidad específica.
Una paciente recordó que, para protegerse de la incertidumbre aterradora y dado que, encapuchada, sólo tenía la posibilidad de pensarse para adentro, decidió contarse historias de su pasado, sin parar, rememorar, obteniendo un placer en la posibilidad de autogenerar ideas y recuerdos; no le habían quitado su pasado. Aquí la paciente puso en actividad un pensamiento posible imaginativo y una memoria reaseguradora.
- Luego estudié la incertidumbre referida a la amenaza por perder la fuente de trabajo. Esto me llevó a postular la existencia en la mente de una representación psíquica de no pertenencia al estamento laboral, a la cual llamé “representación de desexistencia”. El brusco pasaje de existente a desexistente se fue incorporando como representación a partir de las políticas neoliberales según las cuales un sujeto se torna objeto dentro de la economía de mercado, fuera de las leyes que sostienen la cualidad de sujeto y por ende la subjetividad social. Se torna un sujeto-objeto que anda errante por el mundo sin ser visto.
En esta condición, el estado de perplejidad puede eventualmente llegar a anular el pensamiento posible pragmático. En tanto logre recuperarlo, el des-existente podrá implementar acciones que lo ubiquen en un nuevo contexto subjetivante, siempre y cuando pueda ingresar a éste aceptando la discontinuidad impuesta por su condición de des-existente. Hago hincapié en lo nuevo, dado que sólo así podrá construir nuevos colectivos e iniciar nuevas acciones. En este momento en la Argentina donde miles de des-existentes van creando nuevas formas de colectivo.
- Hace un tiempo, con Ignacio Lewkowicz (fallecido el 4 de abril pasado), tuvimos oportunidad de comentar la película argentina Mundo grúa, en la que un sujeto poco a poco va siendo radiado-echado-expulsado de diversos lugares de trabajo e instalado en medios cada vez más precarios hasta que lo echan del último trabajo como si fuera un objeto. Termina caminando por una ruta, sin rumbo, en un estado de perplejidad. No entiende lo que pasa, ni tiene rencor, sino tan sólo perplejidad. En verdad lo que le sucedió correspondía a la lógica del mercado neoliberal: él, que era un objeto, se creía sujeto. A nivel de trastornos de pensamiento, el personaje aparecía con una mente vaciada, sin poder pensar lo que le estaba sucediendo: sólo le quedaba caminar sin rumbo.
- Luego tuve la oportunidad, cada vez más frecuente, de analizar personas que habían sido atacadas sorpresivamente en la calle con riesgo de perder todo lo propio: la vida propia o de algún familiar, las pertenencias, el dinero, etcétera.
Con Julia Braun, estudiando pacientes que habían sido tomados como rehenes y sufrido asaltos y robos, advertimos cómo un ataque violento e inesperado precipita un derrumbe brusco de certezas, lo cual activa el principio de incertidumbre inconsciente, provocando un estado de desorganización cuyo indicador clínico es la perplejidad. Estas acciones violentas introducen en la escena una superposición de lógicas: la propia del agredido y la impuesta por el agresor, cuya articulación resulta imposible. En una circunstancia el pensamiento posible necesario tiene un carácter pragmático cuyo objetivo es la toma de decisiones para salvar la vida; en este caso, la perplejidad es transformada en acción inmediata. En otra circunstancia, es factible que se active un pensamiento creativo e imaginativo que resolverá el estado de perplejidad a través del cuestionamiento de certezas.

Los colectiveros

Para ubicar específicamente el sufrimiento social es necesario definir “lo social”. Lo entiendo compuesto por dos entidades. A una de ellas le corresponde el concepto de “masa”, tal como lo definió Freud y que de alguna manera puede pensarse como una derivación del modelo familiar. Pero hay otra entidad que llamaré “el colectivo”, propiamente social.
La estructura familiar propone un modelo piramidal según el cual los lugares y funciones están determinados por el vínculo consanguíneo y su organización depende de la Ley del Padre. La masa y su organización, el Estado, proponen un modelo similar, donde el eje obligatoriedad se impone y distribuye funciones. Probablemente el modelo de contrato narcisista, propuesto por la psicoanalista Piera Aulagnier, se adecue a una ampliación del modelo familiar. En éste, los vínculos se establecen en base a una deuda de origen y un contrato de obligatoriedad: el hijo debe a los padres; el Estado debe a los sujetos; padres e hijos deben al Estado. Aquí el concepto de deuda de origen tiene sentido.
Propongo que lo propiamente social corresponde a las entidades que llamo el colectivo, las cuales se constituyen a partir de un juego de diferencias entre los sujetos: lo que sella los conjuntos es una necesidad-deber de hacer junto con otro, por lo cual se crean reglas de intercambio que imponen ciertas condiciones en función del problema a resolver. Las acciones ya no pasan por obligatoriedad sino por solidaridad transitoria. No se trata de vínculos definitivos como los de sangre sino circunscriptos al problema que hace a la constitución del conjunto, sin perjuicio de que se intente transformarlo en una organización eterna.
Una de las dificultades es que la superposición entre la masa y el colectivo instala fronteras siempre tenues, una zona siempre problemática donde tiene lugar la confusión.
Devenir sujeto social se logra en conjuntos de semejantes y pone en actividad un complejo mecanismo donde la imposición de exterioridades de muchos enfrenta con la complejidad del vincularse. Ir siendo e ir perteneciendo dentro del colectivo es el resultado de la creencia o convicción inconsciente de que los códigos, ideologías, costumbres que forman parte de lo inconsciente son comunes; no obstante, también inconscientemente, se sabe que la ajenidad del otro y de los otros es un permanente atentado contra el reaseguro que dan las certezas. Esta zona, problemática, es la vinculante.
Será en lo que llamo el colectivo, en tanto espacio potencial, donde cada uno construye su subjetividad social. El colectivo adquiere su potencial subjetivante cuando se pasa del estar juntos al estar vinculados. La pertenencia a los grupos de hecho no capacita para explicar o concebir por qué se está vinculado con otros. Sin embargo, parece que el sujeto humano necesita explicar y encontrar razones para cualquier evento. En la medida en que no es soportable estar con otro sin saber por qué, el grupo de hecho será transformado en grupo de derecho, al descubrir similaridades y diferencias, imaginando que el grupo tiene un origen, o sea decidiendo, azarosamente, que un momento especial, un evento, una experiencia fue la primera.
Se activa así un mecanismo inconsciente por el cual los sujetos se apropian de un espacio que pareciera tener límites y fronteras que se ilusionan como fijas. Al encontrar explicaciones para el motivo de su constitución, terminan adoptando aquellas razones como si fueran las reglas de funcionamiento básicas. Este mecanismo defensivo es una manera de negar la ansiedad que siempre surge de la ajenidad incomprensible, la zona de fragilidad vincular. Se pierde la cualidad de interrogación y discusión que hace a la función subjetivante.
Un sujeto no sabrá nunca con exactitud por qué establece una relación con otro en el hoy, por lo cual usará la explicación del pasado histórico como si fuese válida para el presente; imaginará que su pertenencia a un conjunto no ofrece discusión posible, dado que, en caso contrario, toda su vida emocional y racional estaría en peligro.

Recuerdo del presente

Todo sujeto necesita pensarse sobre bases coherentes, previsibles, estables, como una forma de protegerse de la intromisión de lo “ajeno”, con su correlato de imprevisibilidad. En su soledad y en sus vínculos el sujeto sostiene ilusoriamente una exigencia de certeza, de verdad y de saber que hace posible soportar las alternativas de la vida diaria. En distintas circunstancias, perder la ilusión de previsibilidad no produce derivaciones trascendentes: las certezas caen y se sustituyen por otras. Pero, en otras, la pérdida de esas ilusiones produce sufrimiento, que se experimenta como desconcierto, vacilación, desorientación y angustia, que puede adquirir tanto la forma de pánico como la de miedo, con diversas repercusiones: una de ellas remite a trastornos del pensamiento.
Pertenecer a un conjunto otorga una ilusión de predictibilidad, como si lo social protegiera de las variables impredecibles. Pero ello se logra mediante recortes que permiten sustentar la ilusión. Algo así como si apagando el televisor se evitaran efectos nocivos como los que un paciente denominó “sentirse infectado”. La ilusión de predictibilidad se sostiene sobre los instituidos por tradición, por costumbre, por lo ya vivido. Paolo Virno (El recuerdo del presente) propone considerar una patología pública denominada por él “déjà vu”, pensada como si cada momento tuviera algo percibido y algo recordado: así, el presente se duplica en lo que él llama espectáculo del presente.

* Extractado del trabajo “Qué difícil es pensar. Incertidumbre y perplejidad”, publicado en la Revista de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA).

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