Jue 24.02.2005

PSICOLOGíA  › EL HIJO “PROBLEMA”

Niño traidor

En ciertas familias, todo miembro que se atreva a la independencia o la innovación resulta sancionado. Ese “traidor”, que intentó el cambio, debe abandonar su proyecto y entonces, “imposibilitado de sostener frontalmente su desacuerdo, recurrirá a los síntomas que expresan su protesta sin que se lo pueda acusar como innovador”.

Por Silvia L. Quaglia*

El único modo de establecer las bases de una terapia de niños es acceder a una alianza con el sistema familiar, pero lograrla no es sencillo ya que, por lo general, los objetivos terapéuticos de los consultantes difieren de los del terapeuta. La expectativa más frecuente con la que llegan los padres a la consulta podría traducirse del siguiente modo: “Cambie a nuestro hijo pero no a nosotros”. El objetivo de cambio se centra así en la modificación de uno de los miembros, identificado como perturbado y/o perturbador, más que en una preocupación por la modalidad de contacto dentro del grupo familiar. Si el terapeuta intenta ampliar el foco, descentrando la patología de ese miembro y comprometiendo a todo el grupo familiar, en muchas ocasiones se produce la deserción.
La desidentificación de un hijo traído como problema resulta de un arduo y delicado proceso que se inicia en el tramo diagnóstico y continúa en el terapéutico.
Ronald Laing (Locura, cordura y familia, Fondo de Cultura Económica) define a la familia como “una institución de carácter político creada por un grupo mayoritario (padres) para la satisfacción de sus necesidades. La explotación del grupo minoritario (hijos) tiene lugar a través de comunicaciones de tipo doble vínculo, por las cuales los hijos deben seguir respondiendo a las necesidades y expectativas de sus mayores”.
Es cierto que esta definición se refiere a familias patológicas; en las más cercanas a la normalidad, idealmente, los padres no sólo toleran los deseos y necesidades de sus hijos, sino que además los auspician. Padres e hijos, entonces, atravesarían las crisis evolutivas normales modificándose y enriqueciéndose mutuamente.
La familia patológica, por el contrario, prohíbe veladamente la independencia, sancionando al miembro que intenta innovar dentro de un sistema que si bien cerrado y rígido, provee una supuesta seguridad. Así, el “traidor” que intentó el cambio deberá abandonar su quimérico proyecto de abrirse al mundo y sucumbirá a la enfermedad; imposibilitado de sostener frontalmente su desacuerdo, recurrirá a los síntomas que delatan su protesta pero sin que se lo pueda acusar como innovador.
Por la obvia dependencia de los hijos respecto de sus padres, los niños desean adecuarse a las expectativas de sus mayores; responden a lo que de ellos se espera, aun cuando para ello deba renunciar a sus propios deseos. Responder al deseo de sus progenitores pareciera otorgarles un sitio de privilegio.
Es así como no podemos concebir a un niño enfermo como víctima atrapada en un mandato familiar, sino como un activo contribuyente más en la economía grupal.
Vemos entonces al síntoma por el que recurren a la consulta como un mecanismo estabilizador sostenido por todos los integrantes de la familia, incluso el designado como enfermo.
Una adecuada lectura de la sintomatología infantil devela mensajes que la pareja conyugal se oculta mutuamente. El niño, triangulado en este déficit de comunicación de sus padres, denuncia una conflictiva conyugal muchas veces muy alejada de la percepción de todos los miembros de la familia.
De todos modos, no respetar adecuadamente el equilibrio homeostático que cada grupo encontró para situarse en la vida, aun cuando sea a costa de implicar a uno de los hijos en la patología, atenta contra el establecimiento de la alianza terapéutica a la que antes aludía.
Respetar el tiempo que cada pareja necesita para reconocer el verdadero problema demanda al terapeuta no sólo un riguroso entrenamiento, sino también la difícil elaboración de su propio narcisismo.
Tolerar la frustración de no trasmitir lo comprendido hasta que pueda ser de utilidad a los consultantes significa renunciar al exhibicionismo de la agudeza y agilidad para percibir la patología. La intervención terapéutica debería adecuarse al ritmo de modificación que cada familia pueda tolerar.

“No sé si es de interés...”

Araceli fue derivada por su pediatra a la consulta psicológica cuando tenía cuatro años y medio. Los síntomas por los que sus padres se preocupaban eran la agresividad, la rebeldía y temor a personas que no fueran de la familia, razón por la cual había fracasado un tibio intento de adaptación al jardín de infantes. Al retirarse de la primera entrevista y mientras tratamos de coordinar un nuevo horario, la mamá dice: “Ah, no sé si puede ser de algún interés para usted: Araceli no quiere dejar la mamadera, le tiene miedo al inodoro, por eso se hace pis y caca encima y, como tiene miedo de dormir sola, duerme conmigo”.
Cada familia llega a la consulta con una puerta entreabierta: los síntomas de uno o varios de sus hijos. Designar a la pareja conyugal como depositantes del conflicto equivale a entrar por la ventana: lo más probable es no sólo que el terapeuta sea expulsado como invasor, sino además, y fundamentalmente, que la puerta se cierre, quizá por años, y, tratándose de psicología infantil, el tiempo perdido toma dimensiones invalorables.
Cuando el motivo de consulta es un niño, desidentificarlo como enfermo significa entrar en abierta lucha contra la tendencia homeostática de la familia.
Tal como lo señala M. Selvini Palazzoli (Paradoja y contraparadoja, ACE), el terapeuta debe aliarse con esta tendencia, al menos provisoriamente, hasta que, una vez instalado el sistema terapéutico, se pueda abordar el núcleo patógeno.
Todo intento de alcanzar los objetivos terapéuticos fracasarán si el terapeuta no logra adecuarse al sistema familiar, que requiere un tiempo para abandonar sus pautas patológicas de interacción. Esta adecuación no debe confundirse con sometimiento: se trata de una actividad respetuosa que permita al terapeuta acompañar a los consultantes en el difícil camino hacia el cambio.
El esquema teórico referencial de este trabajo procura integrar aportes de las teorías psicodinámicas y sistémicas.

* Psicóloga.

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