PSICOLOGíA
› REPORTAJE A REMI HESS, INVESTIGADOR DE LA PAREJA DANZANTE
El tango imposible
No siempre hubo parejas: las hay desde hace un par de siglos, y una danza, el vals, fue su primer testimonio. Otra danza, el tango, resultó ser el primer testimonio de que, en la pareja, “el encuentro con el otro es casi imposible”, según explica Remi Hess.
Por Alejandro Lipcovich
“El tango es la crítica de la pareja”, sostiene el investigador francés Remi Hess. La pareja, lejos de haber existido siempre, tuvo una aparición en la vida pública que es posible fechar históricamente: según Hess, se vincula con la Revolución Industrial y puede correlacionarse con la evolución de las danzas en Europa, en particular el nacimiento del vals. El vals “presentó a la pareja como algo universal, de carácter positivo y digno de gran entusiasmo”, pero esa mirada se revirtió a finales del siglo XIX y principios del XX, en un movimiento en el cual, según Hess, se conjugan la aparición del psicoanálisis y la del tango. Esta danza se desarrolla cuando cae “la visión optimista de la pareja”; en el tango, “cada bailarín tiene su historia única que hace casi imposible el encuentro con otro”.
–¿Qué relación hay entre el vals y la pareja tal como hoy la conocemos?
–La pareja no existía antes del vals, y es una forma social que surge casi al mismo tiempo que el sujeto individual. Michel Foucault habló del surgimiento del sujeto, pero creo que el trabajo acerca del nacimiento de la pareja está por hacerse: hubo un proceso por el cual la pareja se desprendió del grupo en el baile: antes las danzas eran todas grupales; grupos de hombres y grupos de mujeres, y si bien de tanto en tanto se producía un intercambio, los momentos en que estaban juntos hombres y mujeres eran muy pocos. Finalmente, el baile es una metáfora de la vida social. Cuando la pareja se desprendió del grupo, reivindicó una existencia autónoma, cosa que sucedió en la época de la Revolución Industrial, cuando la llegada masiva de los campesinos a las ciudades hizo surgir un nuevo urbanismo, en el que se le dio un nuevo lugar a la pareja. En el campo la gente vivía en una sola habitación, mientras que la cultura urbana permitió la emergencia de habitaciones separadas. Antes de la Revolución Francesa no se vivía en pareja; incluso los ricos tenían habitaciones separadas –contestó Remi Hess, autor de El vals: un romanticismo revolucionario, de reciente aparición (editorial Paidós).
–¿Cuándo comenzó este proceso de aparición de la pareja en el baile?
–Primero hubo borradores, intentonas del vals. Ya en 1500, con la volta, hubo un intento de hacer aparecer la pareja en el baile. Duró un siglo, pero la sociedad no estaba lista para aceptar a la pareja, aun cuando algunas personas clarividentes, como Elizabeth I de Inglaterra o Lutero, apoyaron el baile en pareja. Sin embargo, rápidamente el protestantismo se mostró hostil a la pareja, al igual que la Iglesia Católica y que todas la fuerzas políticas de la época. La Inquisición llegó a quemar mujeres por bailar en pareja; se decía que, cuando un hombre y una mujer bailaban, el diablo estaba en el medio. Había una lucha social para tratar de que la pareja pudiera establecerse en la vida pública.
–La pareja tiene entonces fecha de nacimiento...
–Cuando uno pasea por París o por Buenos Aires, se tiene la impresión de que la pareja ha existido desde siempre, pero si quiere ver lo que era Europa en la Edad Media, es mejor pasear por Arabia Saudita. Es un combate que sigue a escala mundial. En Buenos Aires, el vals llegó en 1806; en esa época ya se bailaba en forma bastante libre en Europa, pero las fuerzas dominantes en el Río de la Plata estaban contra este baile, que era visto como casi pornográfico. Hubo que esperar un siglo para que, con la aparición del tango y su legitimación por la burguesía europea, los argentinos pudieran tener un baile en pareja sin persecución.
–¿Cuál es el lugar del tango en la historia del baile en pareja?
–El vals había presentado a la pareja como algo universal, de carácter positivo y digno de gran entusiasmo. El tango es la crítica de la pareja, como algo muy difícil de construir y casi imposible de alcanzar. Las letras de los valses son siempre universales: “Amar, beber y cantar...”, “Cuán bella es nuestra Alsacia...” o “Viena, ciudad eterna...”. En oposición a esto, el tango describe la subjetividad: “Mi mujer me abandonó...”, o “Estoy solo...”. Finalmente el tango surge en la misma época en que apareció el psicoanálisis, cuando la visión optimista de la pareja dejaba paso a una pesimista. El tango trata estos aspectos negativos, aun cuando la pareja siga siendo un ideal. Este movimiento es muy interesante, y no se dio sólo en la Argentina: en 1905 aparece el blues en Estados Unidos, y en Europa la musette, que habla de la imposibilidad de ser feliz. Pero el tango llegó mucho más lejos en la riqueza de esa literatura, porque la importancia de la inmigración europea en la Argentina trazó una especie de borrador de lo que el mundo iba a vivir más tarde: a lo largo del siglo XX hubo movimientos migratorios muy fuertes, y la Argentina dio una orientación sobre los sentimientos que se podían vivir en ese contexto.
–¿Sirve el tango como espacio que facilite el vínculo de pareja?
–El tango no es lo mismo hoy que en 1910. En aquella época sí era una ocasión de encuentro de un hombre con una mujer. Hoy lo que prima es el trabajo de a dos en función de construir un hecho estético. Los jóvenes bailan el tango como el baile clásico o contemporáneo, pues para ser un buen bailarín se necesitan de diez a quince años de trabajo. Se parece un poco a tocar el piano: al cabo de seis meses se puede lograr algo pero no mucho. Y en el tango hay un problema que es encontrar una pareja que esté más o menos al mismo nivel que uno. Cada bailarín tiene su historia única que hace casi imposible el encuentro con otro. Y en las milongas, en la mirada de los hombres que están buscando con quién bailar yo veo un terror ante la mirada de la mujer, que puede negarse, dar vuelta la cabeza; hay un recuestionamiento de su ser profundo. El hombre argentino impulsa fuerte la metáfora de la virilidad, y uno se pregunta si es sólo una metáfora. La mujer, por su parte, juega su liberación. Muchas mujeres han ido al psicoanalista, y bailan el tango. Hay entonces una confrontación entre una tribu viril y otra en búsqueda de la liberación y la superación.
–Si el encuentro con el otro es tan difícil, ¿por qué se baila tango?
–Es un misterio, habría que explicarlo como un hecho casi religioso. Mi madre era una católica ferviente, iba a misa todos los domingos, y cuando volvía de comulgar tenía una mirada iluminada que se parece mucho a la de las mujeres de la milonga. Mi madre volvía de comulgar con los ojos cerrados, y esto lo vemos hoy en Buenos Aires, donde hay parejas que cierran sus ojos y logran bailar juntos. Hay un punto de trance, un aspecto sagrado, muy religioso.
–¿Esto se da en un encuentro con el otro o es algo más bien individual?
–Es un encuentro con la trinidad: está el hombre, está la mujer y está el que mira. Todo bailarín está en su individualidad, en su encuentro con el otro, y pendiente de la mirada de un tercero. Este es el valor del tango: la multidimensionalidad de la experiencia. En lo individual, hay que tener un equilibrio personal. Pero se baila de a dos, entonces hay que estar con el otro. Y esa pareja tiene que estar en el grupo y respetar las normas de la institución. Pero lo que se vincula más fuertemente con la experiencia religiosa es el milagro de que, viviendo al mismo tiempo y en el mismo lugar, los bailarines están en temporalidades diferentes. El hombre, puesto que guía, está obligado a pensar en el futuro. La mujer está en el presente absoluto. Y el que mira ve la figura terminada, es decir que está en el pasado. El hombre, la mujer y el tercero están en tres temporalidades diferentes. Esto es lo que hace que, en el tango, se suspenda el tiempo. El tiempo está detenido, hecho estático, y cuando uno participa de ese misterio, cuando uno tiene a una mujer en sus brazos, se tiene la impresión de estar frente a un milagro. Se hace como una experiencia de la eternidad.
–¿Hay algo similar a esta experiencia en otras danzas modernas?
–La única danza que encuentro parecida es la capoeira: en ella no hay contacto corporal, están frente a frente, pero pienso que tiene mucho que ver con el tango a nivel de la dramatización, de la tensión muscular. Los demás bailes están muy lejos del tango porque no tienen improvisación, todo está muy organizado, muy coreografiado. Algunos bailes aceptan algún tipo de improvisación, pero son muy pocos: por ejemplo, la zamba argentina; es un baile de seducción, popular, que en mi opinión aportó algo a la genealogía del tango. Pero la mayoría de los bailes populares son coreográficos. El tango representa una subversión total respecto de las normas impuestas.
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