Jue 05.04.2007

PSICOLOGíA  › LA ARTICULACION ENTRE PSICOANALISIS Y MARXISMO

Hijos de Freud, nietos de Marx

El autor avanza hacia una historia de los intentos de articular el psicoanálisis con el marxismo, deteniéndose en los proyectos de Wilhelm Reich y de Herbert Marcuse.

› Por JULIO DEL CUETO *

Entre 1924 y 1933, un grupo de psicoanalistas mantuvo una oposición subterránea dentro de la Asociación Psicoanalítica Internacional, a través de una serie de memorandos periódicos donde se discutían, no sólo problemas propios de la Asociación Psicoanalítica, sino también los problemas sociales que estaba atravesando Europa, progresivamente tomada por el ascenso del fascismo. Esos autores se llamaron a sí mismos izquierda freudiana. El más conocido es, sin duda, Wilhelm Reich, pero también psicoanalistas como Siegfried Bernfeld, Otto Fenichel, Edith Jacobson o Annie Reich formaron parte de esta izquierda, con mayor o menor compromiso con respecto al marxismo y a la actividad política.

Otro grupo que se ocupó de la convergencia entre psicoanálisis y marxismo es el conjunto de filósofos de la llamada Escuela de Frankfurt, compuesta por Theodor Adorno, Max Horkheimer, Leo Löwenthal, Erich Fromm, Herbert Marcuse y otros.

Me limitaré hoy a Reich y Marcuse. Me interesa resaltar de qué manera se acercaron a los conceptos del marxismo y para qué. En primer lugar, hay una serie de factores de tipo social: uno de ellos es la Revolución Rusa de 1917, que tuvo un impacto enorme. Pero esta revolución planteó al marxismo la cuestión de cómo explicar que la primera revolución socialista se diera en un país económicamente atrasado, no suficientemente industrializado, donde las supuestas condiciones objetivas para la revolución todavía no se habían dado. En segundo lugar, cómo explicar el fracaso de la revolución en Alemania. Alemania tenía hasta ese momento el movimiento obrero más grande y más organizado de Europa, pero la revolución que se intentó después de la Primera Guerra Mundial fracasó. ¿Por qué, en un país donde las condiciones objetivas, sociales, económicas, estaban dadas, la revolución fracasó?

Y, finalmente, cómo explicar que las masas obreras, proletarias, que habían llegado a estar bastante próximas a las ideas del marxismo, comenzaran a abrazar el nazismo. ¿En qué medida se puede, entonces, seguir planteando que las condiciones sociales, las condiciones económicas, el lugar que un individuo ocupa en las relaciones de producción de una sociedad, determinan su ideología y su posición política? Estas eran cuestiones muy fuertes que planteaban la necesidad de repensar el marxismo.

Reich tiene un libro maravilloso, Psicología de masas del fascismo, donde intenta dar una respuesta a la pregunta de por qué, en Alemania, las masas adhirieron al fascismo y no a la revolución socialista; qué mensaje daba a las masas el Partido Comunista y qué mensaje dio el nacionalsocialismo; qué condujo a que las masas se sintieran más identificadas con el nacionalsocialismo que con el socialismo. En definitiva, por qué las masas van en contra de sus propios intereses.

En ese libro, Reich plantea que, sin desdeñar la importancia de los factores económicos, el fascismo no puede explicarse sólo por ellos, y, desde ya, no puede explicarse por el carisma de una persona, en este caso de Hitler. Lo que permitiría explicar la adhesión de las masas al nazismo es la estructura del carácter de las masas alemanas, que –sostiene– es una estructura autoritaria.

Reich resalta así la estructura del carácter, que se forma y se asienta a partir de la represión de la sexualidad: esa energía de la sexualidad reprimida, de la sexualidad que no tiene salida, conforma, solidifica y da fuerza a la estructura de carácter autoritaria. Y, a su vez, la estructura de carácter autoritaria es interiorizada por el individuo en su infancia, en la relación con sus padres. La familia constituye –dice Reich– la fábrica de toda ideología autoritaria.

Así, para poder pensar un problema de la sociedad de su tiempo, Reich cree necesario encontrar algo que supone falta en el marxismo, que es la posibilidad de explicar un factor subjetivo: el factor subjetivo que lleva a los individuos a elegir algo que va en contra de sus propios intereses. Y ese factor subjetivo, esa mediación posible entre la estructura social y la formación de la estructura del carácter individual, está dada por la familia. La familia, para Reich, es, en las sociedades occidentales, autoritaria; en consecuencia, para realizar una Revolución Socialista no será suficiente transformar las relaciones de producción, sino que también es necesario cambiar la familia, a fin de transformar las estructuras de carácter. No es posible realizar una revolución socialista con hombres que no han modificado su estructura de carácter y que, por lo tanto, siguen siendo autoritarios.

Cabe señalar que Reich fue muy desprestigiado a partir de sus últimas teorías sobre el “orgón”, que desarrolló ya en Estados Unidos, cuando, expulsado tanto por el Partido Comunista como por la Asociación Psicoanalítica, y perseguido por la Justicia, incluso fue a parar a la cárcel. Sus teorías de esta última época han sido muy criticadas, pero sus estudios sobre la estructura del carácter merecen ser examinados.

Ludwig Marcuse, como ya dije, formó parte de la Escuela de Frankfurt, que es un instituto de investigación social –se llama así, Instituto de Investigación Social de Frankfur– que está pensado para trabajar sobre una reformulación social del marxismo.

La mayor parte de los miembros de esta escuela se vieron obligados a exiliarse, a mediados de los años treinta, por el ascenso del nazismo. Marcuse, como varios de ellos, fue a Estados Unidos, y, en parte, sus libros toman la sociedad norteamericana como objeto de análisis crítico. En 1953 escribió Eros y civilización. Creo que en ningún lugar de ese libro aparece citado Marx, pero por todo el texto circulan nociones marxistas. El libro toma conceptos de Freud para pensar la sociedad que llama del capitalismo avanzado, o la sociedad postindustrial. Marcuse plantea que ponerse a pensar cuál era la posición política de Freud no conduce a nada. Si bien Freud podía expresar puntos de vista burgueses o reaccionario en algunas observaciones y comentarios sobre la sociedad en que vivía, esto no quiere decir que la teoría que produjo fuera necesariamente reaccionaria y conservadora. Independientemente de la posición política de Freud, su teoría es –dice Marcuse– profundamente subversiva.

Marcuse va a tomar dos conceptos fundamentales de Freud e introducirá una lectura que tiende a historizarlos. Se trata de la represión y del “principio de realidad”.

Marcuse no está en contra de la idea, planteada por Freud, de que la represión es necesaria para la constitución de la civilización. Pero considera que, para sostener la civilización, sólo hace falta una represión mínima. Por el contrario, en las sociedades post-industriales asistimos a un plus de represión, una represión excedente, que está al servicio de la dominación. En cuanto al principio de realidad, esa limitación del principio de placer, tampoco es discutible, pero sí lo es la forma que ese principio ha tomado en las sociedades contemporáneas: la represión excedente y el principio de realidad se han dirigido centralmente a la represión de las pulsiones parciales con el fin de desexualizar al cuerpo del individuo y convertirlo en una máquina productiva. Es que el individuo está obligado a trabajar horas y horas en algo que no le produce placer, con lo que no puede sentirse identificado ni sentirse bien, porque las sociedades post-industriales hacen de ese individuo una máquina de trabajo continua.

El camino o salida posible que Marcuse visualiza en ese momento, 1953, para el capitalismo avanzado, no pasa tanto por una revolución social que transforme la propiedad de los medios de producción, sino por una revolución que priorice la resexualización del cuerpo. Lo importante es que el cuerpo deje de ser una máquina de trabajo y vuelva a ser un elemento para producir placer. Lo que se impone como desafío es una lucha entre Eros y Tanathos. Eros, dice Marcuse, sólo puede ganar en la medida en que no le de lugar al crecimiento de Tanathos, y esto será por el camino de la liberación de la sexualidad. En la medida en que sigamos reprimiendo la sexualidad y convirtiendo al individuo en una máquina de trabajo, es Tanathos quien gana. Y, si Tanathos gana, el peligro no es sólo la dominación, donde la sexualidad es reprimida a favor de la producción, sino directamente la destrucción de la humanidad. Ubiquémonos: 1953, dos guerras mundiales, el estallido de dos bombas atómicas, genocidios, campos de concentración y de exterminio.

Esa idea de una transformación a través de la resexualización del cuerpo va a cambiar hacia mediados de los años ’60, cuando Marcuse visualiza otras posibilidades de liberación, que ya –supone– no pueden provenir de las sociedades avanzadas. El primer mundo no tiene ya salvación desde adentro: la clase obrera, el proletariado, está absolutamente incorporado al capitalismo, ha perdido su fuerza revolucionaria y toda liberación posible sólo puede provenir de los márgenes, que, para Marcuse, son fundamentalmente los países del Tercer Mundo. Valdría la pena pensar, hoy, en qué lugar ha quedado la posibilidad de pensar de esa manera la liberación.

* Docente a cargo del seminario Psicoanálisis y Marxismo en la Facultad de Psicología de la UBA. Ponencia presentada en el panel “Psicoanálisis y marxismo. Un diálogo inconcluso”, desarrollado en la Facultad de Psicología de la UBA en junio de 2006. La versión completa se publicó en la revista Cuestionando desde el marxismo Nº 3.

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