PSICOLOGíA › SOBRE LOS DERECHOS HUMANOS, LA INFANCIA Y LA REVOLUCION
› Por Francis Rosemberg *
Desde mediados del siglo XIX y a lo largo del siglo XX va a desarrollarse una nueva concepción de qué es un niño. Empieza a pensarse la infancia como una etapa con necesidades propias y específicas, con características diferenciales del resto de las etapas de la vida, como un período de crecimiento y desarrollo con características particulares, en el que se sientan las bases de la persona con necesidades específicas y, por lo tanto, con derechos propios.
Empieza a desarrollarse la educación como una ciencia y la pedagogía como la disciplina que investiga y aplica sus teorías y prácticas y se establece finalmente la educación como un derecho: hoy es un derecho humano y debe estar garantizada por el Estado. Pero, ¿qué se entiende por educación? ¿El sistema capitalista garantiza la educación? Lo que garantiza el sistema capitalista es la formación de líderes para reproducir el sistema y el resto de masa apta para sostenerlo.
¿Por qué cuando hablamos de educación sólo pensamos en la educación escolar, en la formación académica, en la capacitación para una mayor productividad y una adecuada inserción en el mercado productivo? La Iglesia siempre tuvo en claro la importancia de tomar en sus manos la transmisión de ideología a lo largo de toda la vida de las personas, haciéndose cargo de todo el proceso educativo del ser humano: desde el momento del nacimiento, cuando lo bautiza, pasando por la “comunión” –rito de iniciación a la vida comunitaria– y el casamiento, hasta su muerte con la extremaunción.
Sin embargo, educación no es lo mismo que inculcación, ni instrucción, ni transmisión de información. Etimológicamente, e-ducare quiere decir: “dirigir hacia afuera”; sacar hacia afuera lo que hay dentro. Es decir, permitir el pleno desarrollo de las potencialidades de la persona. Lo cual no es lo mismo que formar e instruir para la reproducción de un sistema. De ahí la importancia de contar con una teoría que fundamente una praxis educativa en el real sentido de la palabra, praxis que tenga como objetivo la constitución de un sujeto autónomo, con posibilidad de autodeterminación, capaz de tomar su destino en las propias manos, solidario, que pueda resonar en y con los otros, creativo, y no sujeto sujetado a los designios que alguien determine para él.
Siempre se pensó que una revolución implicaba cambios rápidos en las relaciones de producción. Pero estos cambios estructurales, incluyendo el del modo de producción, son condición necesaria pero no suficiente. No alcanza con cambiar las relaciones económicas ni el patrón distributivo. Es necesaria una transformación social, una transformación en las relaciones de poder, y no sólo en los altos estamentos de gobierno sino también en la vida cotidiana. Esto implica una transformación cultural, y la educación es una herramienta para conseguirla.
Pensar en la educación es pensar en nuestros chicos hoy, también en los que todavía no nacieron, en los que dentro de 20 años serán nuestros militantes y en 30 nuestros dirigentes. Y es aquí donde la crianza pasa a constituirse en un rol militante; una fuerza transformadora en nuestra sociedad, que puede desordenar el orden establecido, las prioridades y las jerarquías, siempre y cuando vea lícito re-cuestionarse y volver a crear en cada ahora, para evitar la reproducción del modelo hegemónico. La crianza es un proceso creativo. Después de todo, las palabras “crear” y “criar” tienen la misma raíz.
La maternidad deja entonces de ser un hecho individual; sale del ámbito de lo privado para ingresar en el terreno público. Tomamos aquí el concepto de “socialización de la maternidad” –planteado por las Madres de Plaza de Mayo cuando relatan que llegó un momento en que ya no buscaban sólo al hijo propio, en que fueron madres de todos y los hijos eran hijos de todas ellas– para llegar a la idea de “socialización de la crianza”: despertar la conciencia de que nuestros hijos no son nuestros hijos, sino de la sociedad toda; el crecimiento y desarrollo de cada niño es una responsabilidad colectiva.
La concepción de la crianza como acto individual y privado, sumada al mito de la mujer instrumentada naturalmente para la atención de los hijos por un supuesto instinto materno, derivan en una falta de valoración del trabajo de crianza y en la falta de capacitación de los adultos que se dedican al cuidado del niño pequeño. Es imprescindible dar visibilidad político-social a la problemática del desarrollo infantil. Pensar a qué ideología entregamos los procesos más tempranos de desarrollo de la persona.
* Docente en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y en la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo. Texto extractado del artículo “Derechos humanos, capitalismo e infancia”.
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