PSICOLOGíA • SUBNOTA › FUNDACIóN DE LA CULTURA
› Por L. B.
En una nota al pie de El malestar en la cultura, Freud ofrece lo que él llama una conjetura “al parecer fantástica”, basada en material psicoanalítico, acerca del origen de uno de los “primeros actos culturales”, la conquista humana del fuego. El hombre primitivo fue capaz de “llevarse el fuego consigo y someterlo a su servicio” cuando renunció al placer de apagar la llama del fuego orinando sobre ella.
Freud escribe que no hay dudas acerca de “la concepción fálica de la llama serpentina y enhiesta”. Orinar sobre el fuego “representó una lucha placentera con un falo ajeno”, un goce de la potencia masculina en contienda homosexual. En otras palabras, la precondición de la civilización habría sido, no exactamente la renuncia a la homosexualidad, sino la renuncia a algo así como “un acto sexual realizado con un hombre”, una forma de homosexualidad simbólica en la cual un poder competitivo fálico era experimentado como placer sexual. “También cabe señalar cuán regularmente las experiencias analíticas confirman el parentesco entre la ambición, el fuego y el erotismo uretral”. Pero lo verdaderamente notable es que, dadas estas conexiones, la única conclusión que se puede extraer de ellas es que la civilización depende de la renuncia a la ambición. “El primer hombre que renunció a este placer (de apagar las llamas orinando sobre ellas), respetando el fuego, pudo llevárselo consigo y someterlo a su servicio. Al amortiguar así el fuego de su propia excitación sexual, logró dominar la fuerza elemental de la llama.”
Se propone aquí una distinción en extremo interesante, aunque no desplegada, entre una agresividad destructivamente competitiva hacia el fuego y la apropiación por “domesticación” o “sometimiento” del fuego. La civilización sería el resultado de una relación no fálica con lo fálico (o, más precisamente, una “de-falicización” de la relación del hombre con el mundo). Pero así es exactamente como Freud define la relación de la mujer con el fuego: “Además, se habría encomendado a la mujer el cuidado del fuego aprisionado en el hogar, pues su constitución anatómica le impide ceder a la placentera tentación de extinguirlo”. Una feliz carencia, podríamos decir, hace de la mujer la guardiana natural de “esta grandiosa conquista cultural”. Un logro alcanzado por los hombres sólo a través de una dolorosa renuncia. Así el fuego se convierte en una conquista cultural cuando es de-simbolizado, cuando, ya no fantaseado como una excitante amenaza fálica, es percibido como un fenómeno natural.
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