PSICOLOGíA • SUBNOTA
› Por Marisa Punta Rodulfo
Cualquiera sabe perfectamente que los niños, cuanto más saludables sean, se tornan más impredecibles. La relación adulto-niño no es la de un sujeto activo que produce efectos en un sujeto pasivo, que se limita a recibir. Lejos de eso, las investigaciones actuales ponen en evidencia que nos encontramos frente a un par activo/activo. No se trata de un niño moldeado por el adulto: crece y forma su subjetividad en diferencia con el adulto, y esa diferencia es la que interpela al adulto. Mi postura actual, como la de otros autores, es que nos olvidemos de que hay alguien que recibe y alguien que da. La interrelación es lo que modifica los dos lugares. Niño/adulto, alumno/docente, padre/hijo son pares que nos implican y transforman profundamente. Estamos en un proceso dialéctico, y si realmente las cosas no son de esta manera, andan mal.
El niño que recibimos hoy en el consultorio no es el del psicoanálisis tradicional. Lo caracterizan la espontaneidad y la imprevisibilidad, nunca lo encontramos donde lo buscamos. Justamente por eso modifica la subjetividad del adulto.
Y, cuando estamos en presencia de un niño sano, nos damos cuenta de que no se limita a reaccionar. Al niño sano nunca se lo encuentra allí donde lo ponen los padres.
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