PSICOLOGíA • SUBNOTA
› Por Laura Palacios
Los temas fundacionales del bolero le cantaban casi exclusivamente a La Mujer: La Dama. “Era el tiempo en que las amadas salían del baño con las puntas de la cabellera goteando constelaciones”, escribió el poeta López Velarde; épocas de Jorge Negrete y Agustín Lara. De promesa eterna y reclamos por olvido. En el mito de la entrega amorosa no eran aceptables las medias tintas: “O me quieres con pasión enloquecida/ O me dejas de querer y se acabó”. Y hasta los venenos –que pronto emponzoñarán las venas del amante– son en estas letras motivo de celebración: “Mujer, mujer divina,/ Tienes el veneno que fascina...”. Pero el bolero, desde los trópicos, se dirigió a un objeto más medusiano: la mujer fatal que devora, la mala hembra ingrata y perjura, la callejera que vende su amor. Hasta unas violáceas ojeras –producto de una noche de arrebatos– merecieron una estrofa: “Mujer, por el pecado de tus ojeras color de uva/ Por el abismo eterno de tu boca...”.
Esta verdadera erótica –cuya finalidad, como en los juegos previos, es mantener encendido el deseo– también hizo brotar metáforas desaforadas. Es que en el terreno del amor siempre hay arrebato, hybris, algo en exceso: “Hay en tus ojos/ El verde esmeralda/ Que brota del mar/ Y en tu boquita/ La sangre marchita/ Que tiene el coral,/ En la cadencia/ De tu voz divina/ La rima de amor/ Y en tus orejas/ Se ven las palmeras/ Borrachas de sol” (Agustín Lara).
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